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viernes, 27 de diciembre de 2024

De cara al porvenir: qué pesar, pero ya nos acostumbramos...

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

El título de esta columna, refleja mi desazón, mi impotencia y casi que mi resignación al ver en el día a día que este pueblo ladino y mediocre que es el colombiano, –con un ADN ensuciado y contaminado por los conquistadores y los colonizadores de otras épocas–, dando una enorme muestra de impasividad, insensibilidad y de incivilización, es uno de esos que se ha acostumbrado a que los más terribles aconteceres, actuaciones y realizaciones de los humanos se den en nuestro país con una frecuencia, una impunidad y una pasividad que desborda todos los parámetros imaginables y por imaginar.

No hemos podido asimilar, reconocer y respetar nuestra enorme diversidad en todos los frentes, desde la biodiversidad, la topografía y la multiculturalidad proveniente de las variadas etnias que hoy habitamos este territorio privilegiado por la providencia.

Y es que como se dice parroquialmente, cuando un suceso se vuelve repetitivo, entonces comienza a ser reconocido como parte del paisaje, como algo común al cual nos hemos acostumbrado sin medir las consecuencias de nuestra complicidad y alcahuetería casi siempre silenciosa, acomodada, cómplice y escurridiza.

El hecho de que tengamos y reclamemos leyes para todo a sabiendas de que no se van a cumplir y que a partir del principio de que hecha la ley hecha la trampa, nos demuestra y nos evidencia lo farisea que es nuestra idiosincrasia, plasmada en nuestra sociedad. Y con el perdón de todos, que ahora no me vayan a salir con aquello de que “los buenos somos más”, pues eso es simplemente un cliché y un eslogan que solo sirve de consuelo para los pobres de espíritu.

El esforzado equilibrio que buscamos para mantenernos entre lo legal y lo ilegal, ya hace parte de nuestra cultura –algunos la han bautizado con el nombre de la cultura del más vivo– y muchas veces se premia o se mira con algún nivel de admiración a aquel que se sabe que está por fuera de la ley, pero consigue poder político, económico o social precisamente por estar fuera de la ley.

Nos acompaña una pléyade de abogados ilustres y no tan ilustres que saben cómo no dejar prosperar las diferentes investigaciones a partir del manejo apropiado de los procedimientos establecidos, jugando al “vencimiento de términos” para poder burlar y escabullirse de la justicia en favorecimiento de sus clientes.

Aparecen los vergonzantes de oficio cuya labor es manejar y divulgar mediante eufemismos lingüísticos los crímenes, los abusos, los escándalos, los robos, los malos manejos y comportamientos de los atarvanes de turno.

El irrespeto al derecho a la vida, honra y bienes de los ciudadanos comunes es el pan de cada día en el país del Sagrado Corazón y consideramos que, si hablamos de “derechos humanos”, por el solo hecho de usar el término, la cosa queda arreglada. ¡Ahí estamos pintados!

Los niños son ultrajados, vejados, abandonados, vendidos y comprados rompiendo por siempre sus potenciales proyectos de vida.

Las mujeres son irrespetadas, maltratadas, usadas como mercancía, violadas, acosadas y asesinadas, tratando de mermar el impacto de estas acciones cobijándolas bajo el apelativo de feminicidio.

Los jóvenes son retenidos, secuestrados, coaccionados y forzados a trabajar en “ejércitos, bandas, combos y grupos delincuenciales de todo tipo”.

La ciudadanía del común es irrespetada, intimidada, extorsionada, robada, abusada, explotada y desplazada bajo los ojos temerosos, impávidos e impotentes de todos, incluidas las autoridades.

Existen compatriotas estigmatizados, discriminados, segregados, excluidos y relegados.

El ciudadano casi siempre es mal atendido por funcionarios públicos –con las honrosísimas excepciones que se dan en cualquier actividad humana– que están para servir y no para hacerle favores a nadie. Su salario se paga con nuestros impuestos. Las filas, el papeleo, los trámites inocuos, las autenticaciones, el no uso intensivo de la tecnología, la mala preparación o incapacidad e incompetencia del funcionario público que llega al cargo como pago a un favor político, es otro tipo de violencia que padecemos todos, que, a su vez, promueve la corruptela.

Y es que debemos además reconocer que padecemos diferentes tipos de violencia que son ejecutadas por victimarios que doblegan a sus víctimas.

Considero que no nos falta si no la violencia de tipo religioso –y los invito a tocar madera– para completar la colección o la muestra general de nuestras violencias en el orden político, económico, social, ideológico y ambiental entre otras tantas.

La violencia rampante es incubada, desarrollada y potenciada silenciosamente por la corrupción extrema, los distintos negocios ilegales y la desbordada impunidad.

En un remedo de democracia como el nuestro, donde no se han definido ni se tienen claros los “objetivos nacionales”, donde no se ha definido el tipo de ciudadano que se quiere tener para poderlo educar, sin partidos políticos serios, con gobiernos compartidos entre los ostentadores temporales del poder y la mal llamada oposición –en un contubernio y un concubinato oscuro que les hace mutuamente responsables, mutuamente cómplices–, con un aparato de justicia inoperante que tiene el récord mundial de impunidad, con un andamiaje económico que privilegia sus intereses y solo participa como crítico tímido ante las medidas de cualquier Gobierno que los pueda afectar de algún modo (¿Cuántos proyectos de ley han presentado a través de nuestra historia los gremios económicos sectoriales y sub sectoriales? ¿Las cámaras de comercio? ¿Las universidades? ¿Las ONG? ¿Otros actores sociales?), es ingenuo pensar que las cosas mejoren de alguna manera ante tamaña dejadez y displicencia.

La corrupción se presenta en todos los niveles de las organizaciones públicas y privadas y en todos los poderes del Estado y del sector privado, pues como dice Sor Juan Inés de la Cruz: “O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, ¿o el que paga por pecar?”.

Es inadmisible, inaceptable e imperdonable que en los círculos más altos del poder se presenten malos manejos, escándalos, robos o tráfico de influencias, a pesar de que se les califique delicadamente como delincuentes de cuello blanco.

Ante la corrupción deben existir responsables y considero que son aquellos quienes nombran a los distintos funcionarios, pues se delegan funciones no responsabilidades.

En reciente entrevista el premio Nobel de Economía James Robinson –coautor del libro “Por qué fracasan los países” – lanza reflexiones como estas: “Me encanta Colombia, pero es una tragedia”. Y para que la cosa sea más preocupante, “Colombia ha estado muy mal gobernada, de manera complaciente, durante 200 años”.

Y lo malo es que todos lo sabemos y nos damos cuenta, y todos, sin excepción, no nos comprometemos a refundar este país, pues hemos llegado a un punto en que hablar de reformas es politiquero, insuficiente y miope.

En los albores de un nuevo año, hablaremos como siempre del salario mínimo, de la inflación, del valor del dólar,  de la cuesta de enero, de las lista de útiles escolares, de la subida de precios, del escándalo de turno –que pareciera ser que tienen frecuencia semanal–, de otro caso de la justicia que no llega a nada por vencimiento de términos, de una nueva escalada terrorista, de múltiples asesinatos y masacres de colombianos todos, soldados, policías, guerrilleros, paramilitares, ladrones, civiles, narcotraficantes y delincuentes de todos las pelambres.

Al hacer la evaluación del año compararemos con el anterior y los rubros tenidos tradicionalmente en cuenta serán y son el número de atentados terroristas, la cantidad de masacres, los asesinatos de líderes sociales de todo tipo, el número de secuestros, el número de extorsiones, el número de robos comunes, las hectáreas sembradas de coca, las marchas de protesta, las tomas de pueblos, los desplazamientos, el tiempo que pasan ciertos grupos de indígenas ocupando espacios públicos denunciando y reclamando promesas pactadas siempre incumplidas, así como los transportadores que ya saben cómo paralizar y chantajear a todo un país ante la mirada plácida e impotente de gobiernos y gobernantes tibios.

Habrá que pensar seriamente en el instrumento de la desobediencia civil.

Ahora bien, como no hay nada nuevo en nuestro país, les comparto, para recordar, un par de canciones de las llamadas “canciones protesta” que describen a la perfección el caos y la ridiculez de lo que es Locombia.

¡Qué gran pesar!

Letra de “Mi país” de Ana y Jaime, Pablus Gallinazus

Con un poco de humor
vamos a reír de la situación, de nuestro país
con un poco de humor y un pañuelo en la mano
vamos a reír de la situación de mi país.

Ni grande ni chico es mi país
se habla el español, se come maíz
así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Hay diez policías, por cada estudiante
y hay un estudiante, por mil ignorantes
así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Con un poco de humor sigue la pista dos
las señoras de aquí se dividen en dos
las señoras, "señoras" y las que no lo son
las señoras “señoras”, van a mercar
y las que no lo son les venden su pan.

Así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Con un poco de humor sigue la pista tres
los señores de aquí se dividen en tres
los señores “señores”, los apenas señores y usted.

Los primeros "are living" en el barrio de moda
los segundos habitan, casas de clase dos
y los últimos “últimos”, los que nunca lo son
son los que hacen las casas, canciones y cosas para los otros dos.

Así adivina tú, adivina tú cual es mi país.

Y si no adivinas por qué sos así
de seguro somos del mismo país
pues mi país, mi país, mi país, mi país, mi país,
mi país, mi país; es tu, es tu país.

Letra de “Así es mi pueblo” de Luis Gabriel

La fiesta va a empezar
y el pueblo canta y baila sin parar
mi pueblo se ha quedado sin pescado
y la carne en el mercado racionada está.

Los cerdos y gallinas van de huelga
los borrachos van de juerga
y los niños a rezar
a prisa, a prisa, el cura llama a misa.

Las comadres con sus suegros
todos con vestidos negros se apresuran por llegar
Y yo que ando sin trabajo con el pelo alborotado
me voy al parque a observar a las gentes de un partido
de los hombres oprimidos que todo van a cambiar.

Con mentiras y un camino de promesas, cuentos chinos
porque todo siempre igual
yo me miro los bolsillos y no encuentro cigarrillos
ni dinero pa comprar.

Y cazando mariposas me río de todas las cosas y me olvido de fumar
mi pueblo a fiestas va y solo así se olvida de llorar
llega un hippie mal parado, ¿marihuana?
de aquel lado, al final de la manzana la conseguirá.

Pero anda con cautela o el maestro de la escuela te la va a robar
¡¿Oh qué veo?! es un lindo bomboncito, y que hermoso su ombliguito ¿para quién será?
Para aquel que está en la onda, fuma yerba, no se baña, y que viaja sin andar.

Ya los cachos de las reses se han perdido
hoy los llevan los maridos de mi gran ciudad
y ellos miran sus vecinos, pero nunca el mal camino
han seguido de verdad.

Beber, cantar, bailar, mi pueblo así se olvida de llorar
un señor de traje verde con su mazo causa-estragos
ha venido malgeniado, y me la quiere velar
pues piensa que soy un vago, sin papeles, y varado y me le voy a escapar.

Hasta pronto amigos míos,
y recuerden en que lío me ha metido esta canción
que canté sobre mi pueblo sin yo hablarle mal a nadie,
y de nadie hablar yo mal.

La fiesta acabó ya y el pueblo se olvidó de llorar.

Con prudente optimismo, les deseo un buen año 2025.

viernes, 5 de julio de 2024

El gobernador Roldán

Andrés de Bedout Jaramillo
Andrés de Bedout Jaramillo

Ayer se cumplieron 35 años de horrible asesinato de nuestro querido gobernador Roldán y de todo su esquema de seguridad.

En Antioquia han asesinado a cuatro gobernadores: José María Córdoba, Antonio Roldán, Gilberto Echeverri y Guillermo Gaviria; el precio del verdadero servicio.

Durante la celebración eucarística en la capilla del segundo piso de la Gobernación, luego de la homilía y las intervenciones de la hermana de Roldán, de un diputado y del gobernador, vino a mi memoria la visita a Briceño, el municipio natal Antonio Roldán.

Hace 35 años llegamos en dos helicópteros, en misión oficial, con todo el gabinete departamental a ese hermoso municipio, plagado de guerrilla. Los helicópteros nos descargaron en un potrero cercano y no apagaron los motores porque inmediatamente volvieron a despegar. El pueblo, emocionado, se volcó a recibir al gobernador Roldán y a su gabinete, caminando nos dirigimos al parque principal, donde estaban las carpas dispuestas para los actos protocolarios, teniendo como marco las obras de reconstrucción de la iglesia, que eran los más importantes. La había semidestruido un fuerte temblor de tierra. Otras inauguraciones fueron la muestra de cariño y agradecimiento del gobernante con su pueblo natal. Las gentes del pueblo se sentían felices y orgullosas y Antonio Roldán emocionado, con ese don de gentes, esa sencillez, esa humildad, esa bondad, que solo despertaba admiración y respeto, todos lo queríamos, él se hacía querer.

Estar en Briceño hace 35 años, era como haber retrocedido en el tiempo más de 100 años. En la noche la comunidad le tenía gran celebración en la plaza donde todos estaban invitados, hasta permitió que llegaran los guerrilleros siempre y cuando estuvieran desarmados.

Toda la comitiva, incluido el gobernador Roldán, dormimos en la escuela, en colchonetas sobre el piso, hicimos cola para bañarnos en la ducha de la escuela; con Roldán todo era de igual a igual.

Siguieron las reuniones con la comunidad, hasta que volvieron los helicópteros a recogernos sin apagar los motores, para emprender el regreso a Medellín.

Roldán era un personaje muy especial y murió muy joven, 43 años. Era un líder de una calidad humana, que lo habría hecho muy propicio para manejar nuestro país, sumido hoy en profunda crisis por la inoperancia, prepotencia e irresponsabilidad de quien nos gobierna.

Yo me siento muy agradecido con Dios, por haberme dado la oportunidad de conocer, compartir y trabajar con el gobernador Antonio Roldán Betancur, ejemplo para las generaciones actuales y futuras.

Que nuestro Señor Jesucristo lo tenga en su gloria.

martes, 4 de junio de 2024

De cara al porvenir: nuestra violencia doméstica

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Recordemos que somos contemporáneos todos aquellos que estamos vivos en un mismo momento del tiempo, como es el caso de nosotros, de un bebé recién nacido y de un anciano de 110 años.

En cambio, los coetáneos somos aquellos que nacimos en el mismo año, es decir, pertenecemos a una misma cosecha y por qué no, enmarcamos con mayor precisión una generación hecha a la medida.

Para los contemporáneos, los hechos históricos son más o menos comunes, mientras que, para los coetáneos, son verdaderas vivencias y aproximaciones desde una óptica más homogénea.

Se podría aseverar que es más fácil la comprensión de la realidad entre coetáneos que entre contemporáneos, aun cuando ambos estamos influenciados por nuestras propias características e intereses individuales en términos de formación, experiencia, capacidad de análisis, objetividad y ejercicio de la tolerancia.

Para mis compañeros de colegio que entramos todos mínimo de 8 años a primero elemental, es apenas obvio hablar del Teatro Junín, del aviso de Coltejer, de la construcción del Edificio Coltejer y de la Avenida Oriental, de los Juegos Centro Americanos y del Caribe de 1978, de las distintas fases de ampliación del Estadio Atanasio Girardot, del tortuoso camino recorrido por nuestro Metro hasta ser una realidad, de la Copa Libertadores de Nacional, del narcoterrorismo, de la llegada de “La Gorda” de Botero al Parque de Berrio, entre otros varios hitos recientes de nuestra parroquial historia.

A lo anterior hay que agregar el espacio geográfico en el cual se desenvuelve nuestra vida, pues el ritmo y dimensión de los acontecimientos no es de igual proporción y magnitud en todas partes del planeta.

Veamos por ejemplo unos ejemplos simples de aquellas noticias de violencia propias de nuestra ciudad desde los años sesenta.

Se traen las tristes historias y las fábulas de la violencia partidista, de los bandoleros, de cómo se abandonaba el campo y eran asesinados campesinos y finqueros. Nombres como el de Sangre Negra generaban escozor entre los habitantes de la villa de entonces.

Algunos nos acordamos con pavor del primer secuestro y asesinato de un niño llamado Germán Fernández Madrid por parte de Pedro Nel Goez Tavera y Ester Palacios en 1965.

De igual manera, el apodo de Carevieja, dado a un criminal, nos llenaba de espanto.

Fue en 1968 cuando Posadita asesinó y descuartizó a Ana Agudelo en el Edificio Fabricato y empacó y esparció por los tejados vecinos partes de su cuerpo, toda una tragedia que nos conmocionó en ese momento histórico.

Era la época de los crímenes y criminales individuales y no se hablaba todavía del crimen organizado o de las organizaciones delictivas de nuestro tiempo, que comenzaron a llamarse bandas para robar bancos o residencias y luego verdaderos imperios criminales alrededor de la droga y otro tipo de actividades ilícitas.

Se divulgaban como hoy, de manera morbosa, algunas noticias amarillistas y rojas, y programas radiales como “La ley contra el hampa” nos hacían tener confianza en las autoridades.

Todos sabíamos que “La Bola” era el carro que utilizaba la Policía para transportar a quienes estuvieran haciendo fechorías a la respectiva Inspección de Policía.

Eran los periódicos y la radio quienes nos informaban, no siempre en vivo y en directo, como lo comenzamos a observar con la aparición de la televisión.

Hoy por hoy, la cosa es más distinta, para peor. El crimen se ha globalizado y hoy tenemos que reconocer la existencia de múltiples y variados tipos de violencia que van desde los conflictos intrafamiliares hasta los conflictos bélicos entre países, llegando a escaladas de tipo planetario a través del desarrollo tecnológico y el armamentístico.

Antes nos matábamos individualmente y hoy lo hacemos de manera masiva o también de manera particular a través de sofisticadas tecnologías entre las cuales reconocemos a los drones militares.

Somos testigos de cómo se desenvuelven conflictos en diferentes partes del planeta y cómo nuestra “Bella Villa” se ve afectada también y en orden creciente por diferentes tipos de delitos que configuran un marco de inseguridad que a todos nos impacta.

Habrá que seguir luchando para que nuestro vividero siga siendo amable y podamos existir con algún mejor nivel de tranquilidad al que hoy tenemos.

Recordemos a Max Born, Premio Nobel de Física en 1954, cuando decía: “La creencia de que existe una sola verdad y de que uno mismo está en posesión de ella me parece la raíz más profunda de todo el mal en el mundo”.

lunes, 1 de abril de 2024

En pleno Viernes Santo

Por: José Leonardo Rincón, S.J.

José Leonardo Rincón Contreras

Celebrando como estamos la Semana Santa, no deja de impactarnos lo que le tocó vivir a Jesús de Nazaret. Después de un periodo exitoso que por poco culmina en asumir un liderazgo político que era lo que esperaban los judios del mesías, la decepción se exacerbó de modo que resultó ser incómodo para todos. Roma podría verlo como un zelote, pero Jerusalén lo veía también como un subversivo de sus preceptos y un blasfemo que se arrogaba palabras y obras que los desestabilizaba de su zona de confort en su apoltronado status-quo dogmático en el que estaban. Conocemos el trágico final producto de confabulaciones y complots, traiciones rastreras movidas por el dinero, negaciones y huidas, odios viscerales de quienes fueron sujeto de sus duras críticas y cuestionamientos directos.

Lo grave de hacer esta memoria es quedarse allí, en compunciones y lamentos, en lágrimas solidarias con la pobre víctima que ofrendó su vida por nosotros. Y resulta grave porque no se necesita esperar a esta semana mayor para decir que estamos en pleno viernes santo desde hace rato. Y si no que hablen los familiares de las víctimas de la violencia que ha azotado por más de 70 años nuestros campos y poblaciones. Que se pronuncien los que han tenido que huir como desplazados dejando atrás sus tierras y propiedades

El listado puede resultar interminable, cual tortura lacerante que agobia permanentemente. Amenazados de muerte que viven huyendo, adultos y mayores viviendo en la más desconsoladora soledad cuando no literalmente abandonados. Niños obligados a trabajar desde tierna edad, abusados y vulnerados; jóvenes carentes de afecto que buscan vías de escape en el alcoholismo y las drogas, sin sentido de la vida y con propensión al suicidio.

Viernes santo viven también los que padecen el desempleo, los que deambulan por las calles, duermen a la intemperie y escarban en la basura para comer de las sobras de los otros; los agobiados por las deudas y los que con un salario mínimo deben hacer milagros para sobrevivir. Mas esto acontece en medio nuestro y en todas las latitudes: Por los lados de Siria y Líbano padecen su viernes santo desde hace tiempos; Ucrania desde que Rusia la quiere suya; la franja de Gaza desde que, por culpa de terroristas de Hamas, Israel encontró el pretexto para eliminar a cuanto palestino existe, así sean mujeres y niños que poco o nada tienen por qué pagar por esta guerra de milenios. Dígase lo mismo de Sudán y de varios países en el África o de cualquier otra parte del mundo.

En tanto el egoísmo no nos permita salir de nosotros mismos, con la codicia y la voracidad de querer tenerlo todo, de ser dueños y señores absolutos navegando en dinero así alrededor mueran todos de hambre. En tanto el afán de poder exista se repetirá una y otra vez la historia trágica de la humanidad de querer avasallar y atropellar por doquier así sea a costa de pisotear la libertad y oprimir naciones enteras olvidando la sentencia evangélica: “de qué le sirve a uno ganar el mundo si se pierde a sí mismo?”

En este viernes santo no sé qué es más vergonzoso: si todo eso que sucede en este instante por esos afanes insaciables cargados de irracionalidad o si la estupidez humana reiteradamente certificada que demuestra que no se ha aprendido, ni se quiere aprender la lección.  Dicen que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Lo que no se ha caído en cuenta es que los males han durado toda la vida, en tanto los cuerpos solo resisten máximo 100 años. Por eso la memoria es frágil y la amnesia es un mal colectivo. Seguiremos así en Viernes Santo.

viernes, 10 de noviembre de 2023

Este Macondo esplendoroso

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

El realismo mágico garciamarquiano no era un fascinante producto literario. En verdad es la mejor denominación y descripción de la realidad que nos circunda. Lo más inverosímil, lo más absurdo, lo realmente tragicómico, está ahí no más, cerquita, al orden del día.

La inseguridad de la que todos nos quejamos, por ejemplo, no afecta a los de a pie, en nuestras calles y avenidas. Los mismísimos encargados de cuidarnos están temerosos de hacerlo por sentirse inseguros. Hay sitios donde la policía no se mete porque corre peligro. Hay zonas del país donde el ejército no puede intervenir porque los secuestran y maltratan. Y como si esto no fuese suficiente, para completar el cuadro, los pobrecillos secuestradores del padre de Luis Díaz, casi que no pueden devolverlo a la libertad porque no había condiciones de seguridad. Esto está terrible, está de alquilar balcón, estamos tan inseguros, pero tan inseguros, que la honorable delincuencia se siente insegura para operar.

Por supuesto que los miopes y cortoplacistas siguen pensando que el problema es de falta de pie de fuerza. Necesitamos más celadores, más policías y militares por doquier. Hay que construir más cárceles, hay que echarle plomo a los bandidos. Como si la fiebre estuviese en las sábanas. Ya lo dijo un tal Jesús antes de ser asesinado por la alianza de poderes judeo-romanos y con el apoyo del populacho enardecido: No hay peor ciego que el que no quiere ver, no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Los que creyeron que la salvación nacional, no ya la de Gómez Hurtado, sino la del Gobierno del cambio había llegado, están desilusionados por no decir frustrados. Públicamente abjuran de su voto y se sienten traicionados. ¿La culpa es de la vaca? Vuelve y juega. Pifiados a fondo. Sin ir al meollo del asunto. Refractarios a la evidencia del señor Perogrullo. Lo estamos viendo, pero algunos no quieren ver teniendo los ojos abiertos y otros porque adrede los cierran. El problema no es de la desgraciada polarización entre derechas e izquierdas como aquí llamamos. Aquí hay un asunto estructural que hay que afrontar de otra manera.

Piensa mal y acertarás. Creo que los reales artífices de todo esto están gozando tras bambalinas con tan macondiano espectáculo. Como aconteciera en el circo romano, qué maravilla ver cómo las fieras se devoran entre sí después de haberse devorado los desechables que les estorbaban. Pan y circo. Así se controlan, una vez más, las muchedumbres. Mas el problema persiste, sigue irresoluto.

Si concluyo con lo que realmente siento y pienso, ustedes se van a decepcionar. Es tan elemental, tan básico, tan simple, tan facil… que por eso es tan complejo, tan sofisticado, tan difícil. Vamos a ver hasta cuándo.

martes, 25 de abril de 2023

De cara al porvenir: del hincha a la barra brava

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

En una bonita película argentina de 1951 llamada “El hincha”, el protagonista -El Ñato- encarnado por el poeta Enrique Santos Discépolo, quien fue también guionista, en un sentido parlamento dice lo siguiente: “¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?... ¿Qué sería del fútbol sin el hincha?... El hincha es todo en la vida..”

Soy hincha del fútbol o, mejor, soy hincha del Atlético Nacional y reconozco que, con todo e hipérbole, El Ñato tiene mucha razón al preguntarse qué sería del fútbol sin el hincha.

Pero una cosa es el hincha con su pasión y su ceguera que lo hace creer que el suyo es el mejor equipo del mundo (en mi caso, por fortuna, mi equipo sí lo es) y otra cosa es la masa de la barra y, más aún, la masa irracional de la barra brava.

El 27 de julio de 2016 tuve la fortuna de asistir a la final de la Copa Libertadores de América al estadio Atanasio Girardot entre Nacional e Independiente del Valle del Ecuador. La única boleta que pude conseguir fue en oriental baja y entré al estadio hacia las 3 de la tarde. Esa tarde-noche, las tribunas sur, oriental y norte estaban colmadas por la barra Los del Sur. Tengo que decir que la experiencia fue inolvidable: la organización de la barra para apoyar al equipo fue impecable, el comportamiento intachable y el apoyo extraordinario. Desde cuando ingresé a la tribuna no pararon (paramos) de cantar: “Vamos todos juntos, la hinchada y los jugadores, a ganar de nuevo la Copa Libertadores”. Y la ganamos, todos.

Hasta ahí todo el respeto y admiración por los integrantes de la barra que apoyan con fervor a su equipo, pero…el problema aparece cuando el hincha y la barra quieren tener injerencia en el manejo y las decisiones del club. Los equipos de fútbol, en el mundo entero, tienen dueños, personas u organizaciones que invierten recursos con la intención de obtener resultados deportivos y económicos y para esto tienen claro que deben satisfacer al hincha con buenos planteles y ganando títulos. Y son los dueños los que toman las decisiones. Históricamente, Atlético Nacional ha logrado las dos cosas: desde Hernán Botero Moreno hasta la organización Ardila Lulle han contratado grandes técnicos, muy buenos jugadores y han hecho del equipo el más ganador de Colombia y uno de los grandes de Suramérica. Han cometido errores, han contratado técnicos que no han dado la talla, han contratado jugadores de alto costo que no han rendido, pero, indudablemente, han sido más los aciertos que los errores.

Lo sucedido el domingo 16 de abril en el Atanasio Girardot es lamentable y doloroso. Los actos de violencia no se presentaron entre barras de diferentes equipos -lo que tampoco tendría justificación- sino que los propició la barra para protestar contra decisiones institucionales. En situaciones como esas, lo racional es el apoyo a la institucionalidad. Los hinchas tenemos el derecho a renegar por una mala contratación, por una mala campaña, por la salida de un ídolo, pero de allí no hay por qué pasar y, mucho menos, acudir a la violencia.

Los directivos de Atlético Nacional asumieron una postura y seguramente deberán sostenerla. Si se quiere desatar el vínculo que alguna vez se generó con la barra mediante la financiación de algunas de sus actividades, debe hacerse. Esto traerá un período de crisis complejo, pero se superará, como se superó en otros países como Inglaterra donde una de las medidas para terminar con el azote de los hooligans fue la de no vender boletería a barras sino individual, con toda la silletería numerada y, lamentablemente, incrementando precios.

Lamentables resultaron también las declaraciones del secretario de gobierno atribuyendo la responsabilidad de lo sucedido al Atlético Nacional y, en un entrelíneas muy explícito, justificando las conductas de la barra.  Inmadurez, irresponsabilidad, cálculo político, idiotez o una mezcla de las anteriores.

Ha sido una época bonita la de Los del Sur, ejemplo de barra organizada con cobertura nacional, ejemplo de apoyo con sus cánticos, sus tifos, su humo verde y blanco, pero si esa época termina, Atlético Nacional seguirá existiendo y los hinchas seguiremos existiendo como existíamos antes de que aparecieran las barras bravas.

viernes, 2 de julio de 2021

Basta ya de tanta violencia

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Esta locura que estamos viviendo tiene que pararse ya. Al paso que vamos, si lo que impera es la ley del talión del “ojo por ojo”, pronto vamos a ser un país de tuertos o de ciegos. No es chiste. Es dramática realidad. Recuerdo el caso de dos familias guajiras, los Cárdenas y los Valdeblanquez que literalmente se extinguieron mutuamente con esa consigna.

En toda mi existencia no he dejado de ver violencia por doquier, las de antes: la que trajeron los conquistadores arrasando la población indígena nativa; la de las guerras de independencia; la de las luchas intestinas de la patria boba que luego se volvieron civiles por el control del poder; la de los mil días entre conservadores y liberales y que siguió por décadas bañando de sangre nuestros campos y ciudades, y las de hoy: la de las guerrillas; la del Estado con su doctrina de la seguridad nacional por allá en los 70 y 80; la paramilitar; la del narcotráfico; la de la delincuencia organizada; la de los falsos positivos… Y como si no fuera suficiente: la violencia cotidiana, la que se da a nivel intrafamiliar, pero también la que se da contra las mujeres y contra los niños inocentes; la escolar con el bullying; la de la calle, todos los días, que roba y asesina; la de los vándalos que destruye por destruir todo a su paso y nos acrecienta la miseria; la del Esmad cuando excede su poder y su fuerza contra de la población civil; la de las redes sociales cargadas de odios viscerales, insultos e improperios. La lista sigue. Es tanta-tanta que he pensado si es que estamos condenados a ella para siempre, si es que se trata de un problema genético-ontológico del colombiano, si es que es un problema cultural arraigado muy difícil de superar o qué es, pues, lo que nos pasa en nuestra deteriorada alma que hizo a San Juan Pablo II definirnos como un “país moralmente enfermo”.

De lo que me voy convenciendo es que esto ya es patológico grave y no veo a nadie, ni líderes relevantes, ni instituciones creíbles que quieran y puedan detener esta locura. La violencia en su espiral devastadora se nos volvió paisaje. Es más, nos ha convertido en sedientos vampiros que más bien extrañamos el día que no haya muertos. La televisión y el cine dejaron hace rato de ser ficción y la realidad la supera cual zaga de Netflix dolorosa y cruel. En otros países, un solo muerto hubiese dado para manifestaciones multitudinarias de rechazo. Aquí no, aquí más bien hay quien no solo las justifique y se alegre, sino insensatos de lado y lado que pidan aumentarla, ya para vengarse de esa sociedad rica e indolente que por siglos le ha importado un bledo el hambre y la miseria, ya para reprimir con mano dura y como se merece esa enardecida chusma ignorante, culpable del retraso de nuestro país. Tan vergonzosa realidad hace entender mejor la frase de Jesús en la cruz: “perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen“

Lo sabemos, violencia genera violencia. Abre dolorosas heridas en el corazón y suscita traumatismos existenciales difícilmente curables en el corto plazo. El resentimiento que produce puede ser eterno. Hay quienes buscan superar esas laceraciones para no dejarse llevar por los sentimientos de venganza y de querer cobrar justicia por propia mano ante una justicia que no hace justicia. Se necesita mucho valor, mucho coraje, para pasar la página. Pocos logran superarla con una memoria no vindicativa, voluntad de no repetición y decisión de reparación.

Estamos en una coyuntura decisiva frente a la cual no podemos equivocarnos. Basta ya de extremistas polarizantes, detestables y dañinos que se culpabilizan mutuamente y con razón, porque es verdad que juntos han producido esta desgracia, han demostrado por décadas su incapacidad para reconstruir el país y cerrar las brechas sociales, han evidenciado su corrupta voracidad sin tener voluntad política para siquiera menguarla. El pueblo ya les dio la oportunidad y la desaprovecharon. Hay que optar por un camino distinto, refrescante, oxigenante, que, sin dejar de afrontar la realidad de un pueblo generalizadamente maltrecho por toda clase de males, combata las raíces estructurales de estos males agobiantes y de modo propositivo, cual ave fénix, reviva desde las cenizas humeantes, con vida y esperanza, un mejor presente para todos, más humano y digno. Ojalá haya gente que quiera hacerle eco a esta alternativa.

jueves, 17 de junio de 2021

Vigía: odisea policial

Por John Marulanda*

Con un 80% de los habitantes de Latinoamérica viviendo en ciudades, es entendible que la perturbación actual se esté desarrollando en las calles y que un objetivo prioritario de las organizaciones revoltosas de la izquierda regional sea sacar a la policía de allí. Cuando los gobiernos ceden a esta pretensión, apoyada por burocracias internacionales de marcado tinte mamerto, la transformación o la destrucción del aparato policial del Estado, conlleva graves consecuencias para la seguridad del ciudadano. Que lo digan la severa violencia y la alta inseguridad de Caracas, especialmente en aquellas zonas que engañosamente se llamaron zonas de paz, de las cuales se sustrajo la policía, con el argumento de que, sin el respaldo de la fuerza, la bondad natural humana permitiría la convivencia y el cumplimiento de la ley. Otra de las falacias del comunismo: la eterna felicidad.

Capeando el temporal

En Colombia, la reforma a la policía anunciada por el presidente Duque, no obedece a un proyecto programático del Gobierno sino a la coyuntura de perturbación social que después de cinco semanas deja una veintena de muertos, cerca de 2.000 heridos, ciudades vandalizadas, pérdidas por más de 15 billones de pesos, medio millón de desempleados y el mayor descrédito político de los jefes gremiales de tres sindicatos que no suman ni el 2% de la población colombiana.

La presentación al Congreso del proyecto de ley con la reforma propuesta a una institución crítica para la supervivencia del país, justo en momentos de zozobra, garantiza una discusión polarizada, poco racional, con resultados que pasarán cuenta de cobro más adelante. Es precario intentar la reforma de una institución al calor de incendios, denuestos y una virtualidad de redes sociales que han logrado estigmatizarla con opiniones engañosas que tienen como objetivo, finalmente, la desestabilización del país.

En medio de esta desastrosa pandemia, picando en 600 muertos diarios, y nuevos carros bomba en la frontera por cuenta del ELN, la reforma policial luce inadecuada y a su inoportunidad se abonarán la lentitud proverbial del Estado, las severas limitaciones presupuestales y las urgencias del orden público que no cederán a corto plazo. Todos estos factores pueden hacer que la reforma se transforme en un maquillaje que no podrá, en ningún caso, cambiar la esencia institucional que ha permitido que la Policía Nacional se adecúe a los cambiantes, pero repetitivos contextos de seguridad ciudadana del país.

Horizonte poco agradable

Las jerarquías, la disciplina y la subordinación, son pilares sobre los cuales no hay nada que discutir. Ellos garantizan la supervivencia de una institución armada de seguridad como la policía y son las condiciones mínimas, sin las cuales, se puede terminar en un desastre de consecuencias irreparables. La creación de un viceministerio parece señalar la mitad del camino hacia un Ministerio de la Seguridad Pública, una aspiración de vieja data de la izquierda política, que contempla un mayor control político de la policía para convertirla, como a los militares, en una guardia pretoriana contra los inefables “ataques del imperialismo y la burguesía criolla”, manido coro de los fanáticos de esta tendencia ideológica. Tal dependencia luce inconveniente.

Un viceministro a cargo de estructurar la política de seguridad ciudadana y guiar la policía por ese camino, ofrece el grave riesgo de una politización institucional, de lo cual ya Colombia tiene amargas experiencias en su pasado histórico, como en la llamada "Violencia" de los años 50. En 1993, durante el gobierno de César Gaviria, cuando se dio otra reforma circunstancial, la Ley 62 de agosto de ese año creó el cargo de Comisionado Nacional para la Policía, oficina que concentró un zaperoco de influencias políticas clientelistas que terminaron por opacar y desaparecer tal figura.

Reformas policiales, más políticas que técnicas, a cargo de gobiernos socialistas como Cuba, Venezuela y Nicaragua, son ejemplos dramáticos. En este último país, durante las protestas estudiantiles del 2018 fueron asesinados más de 300 estudiantes por la policía orteguista. Y no mencionamos aquí al FAES. Si definitivamente Colombia decide crear ese Viceministerio, se deberá ubicar allí a un conocedor en la materia y no a un político en ascenso o a un burócrata “de toda la vida” o a un miembro de la corte de lambones que siempre acompaña al poder. Como fuere, el camino hacia una institución policial inscrita en el Ministerio del Interior parece haberse iniciado.

Por otra parte, cambiarles el uniforme a los policías, no es significativo y si es costoso; la asignación de un código QR a cada uniformado, plantea serios riesgos a la seguridad de los policías más aún en esta época de ingeniería cibernética disruptiva y la profesionalización es un empeño de vieja data que ha permitido a la policía colombiana sobrevivir con un prestigio reconocido internacionalmente.

Hace poco, algunos legisladores de la bancada de izquierda echaron de manera humillante a policías encargados de la vigilancia de los recintos parlamentarios y dentro de unos días con seguridad que el informe de la CIDH no será nada benigno con la policía de Colombia, varios de cuyos miembros fueron asesinados durante los pasados disturbios. Ojalá y en el estudio del proyecto de ley se entienda el papel vital que juega la institución policial en la estabilidad del país y que el Gobierno, a pesar de los apuros por los que está pasando, tome decisiones bien pensadas con perspectiva de nación y no le haga el juego a la estrategia de desestabilización en desarrollo.

viernes, 21 de agosto de 2020

Maldita violencia

 

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Al darle el título a este artículo, recordé inmediatamente la vieja cumbia de Gabriel Romero: Oigo el llanto que atraviesa el espacio para llegar a Dios, es el llanto de los niños que sufren, que lloran de terror. Es el llanto de las madres que tiemblan con desesperación. Es el llanto, es el llanto de Dios. ¡Violencia!, ¡maldita violencia!… ¿por qué te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios?, ¿por qué no dejas que en campo nazca nueva floración? ¡Violencia!, ¿por qué no permites que reine la paz, que reine el amor?, que puedan los niños dormir en sus cunas sonriendo de amor…”

Dije vieja cumbia, porque la cantaba de niño, hace medio siglo, cuando ya para entonces llevábamos más de medio siglo de guerras civiles, fratricidas mortandades por causa de los odios políticos partidistas y de una injusticia social que fue el caldo de cultivo para nuevas violencias, las de las guerrillas, que años después, ante su creciente expansión y un vacío de Estado en casi todo el territorio patrio, alentó la justicia por propia mano de grupos paramilitares. Una dramática secuencia en la que unos y otros distorsionaron su causa por culpa del narcotráfico, que los corrompió a ellos y además permeó todas las instituciones, generando un caos enloquecedor de no viabilidad como país. El “país del Sagrado Corazón”, el más católico, fue diagnosticado por Juan Pablo II como “moralmente enfermo”, porque su cáncer ético, lejos de remediarse, se ha venido desmejorando hasta la metástasis, por culpa de la corrupción que ha podrido sus células y ha pervertido el corazón de la gente.

Aquí, excusen lo directo y por la generalización, pocos se salvan. Porque se necesita estar muy dañado en el alma, para no querer la reconciliación y el perdón, para preferir la guerra como negocio lucrativo, así sea, al cantar de Sosa, ese “monstruo grande” que “pisa fuerte la pobre inocencia de la gente”. Se necesita estar muy mal para solo querer muerte y venganza a los que nos han hecho daño. Para preferir volver a la violencia cuando se han hecho acuerdos de paz, para liquidar sistemáticamente los así llamados líderes sociales, para añorar las masacres y los asesinatos colectivos y no descansar hasta que la sangre del que siente y piensa distinto no haya sido derramada, para mirar indiferentes 33 matazones solo en este año y no hacer nada. Este es un país de bárbaros politiqueros de derecha y de izquierda que soliviantan a millones de ignorantes de lo político pues nunca nos enseñaron a pensar críticamente, a no tragar entero, a no comerles cuento. Literalmente, rebuznan unos y otros y la manada alienada y estúpida, corre feliz al despeñadero. Mienten todos. Nos engañan, nos manipulan, juegan con nuestros sentimientos, trastocan nuestros valores. Y nosotros, también llevados de la nariguera cual borregos, aplaudimos sus errores permanentes, cerramos los ojos ante verdades evidentes, negamos la realidad, tapamos con aserrín la caca del gato para que no huela y no se vea, pero ahí está el bollo hediondo y nauseabundo.

Qué tristeza ver que esta pandemia no sirvió para arreglar a nadie. Quizás se necesite algo todavía más fuerte para reaccionar, algo que nos sacuda y despierte de ese apendejamiento en el que estamos. ¡Despierta Colombia!

lunes, 1 de junio de 2020

Aportes para evitar la muerte

Por Antonio Montoya H.*

No estoy hablando de la pandemia, ni de sus consecuencias de muerte, me voy a referir hoy a los líderes políticos y a los líderes sociales, aclarando que entre ambos existen diferencias notorias desde lo teórico y lo práctico.

En Colombia hay grandes líderes políticos, que, con sus ideas, su intelecto y personalidad arrolladora, cautivaron masas y otros que continúan haciéndolo. Son a los que los siguen miles de personas, aplauden y acompañan en las grandes lides democráticas. Entre ellos tenemos hombres de talla intelectual que brillaron en el escenario nacional desde mediados del siglo XX y que llegaron a presidir la nación, y otros que no lo lograron porque fueron asesinados. Tenemos en el siglo XX al general Rafael Uribe Uribe, Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Laureano Gómez, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Michelsen, Luis Carlos Galán Sarmiento y Álvaro Gómez Hurtado. En este siglo XXI a Álvaro Uribe Vélez. De ellos, cuatro no lograron ser presidentes de la República por que las balas asesinas acabaron con su vida y con ello evitaron que Colombia se hubiera desarrollado de una manera diferente a la actual.

Ha sido un sino trágico asesinar a los líderes políticos, ganándoles las batallas no por las ideas, ni por los votos, sino por las balas, porque sabían que si no era así no hubieran logrado sus objetivos. De todos ellos conocemos los asesinos materiales, pero no los autores intelectuales, ya que en la maraña judicial que se organiza no se logra dar con la causa y el origen de sus actores, incitadores y manipuladores que llevaron a su muerte. Eso sí, se puede deducir que existieron razones políticas e intereses de bandidos que sabían que con ellos no prosperaban sus actos criminales.

También podemos manifestar que han sido asesinados líderes de izquierda, por la sola razón de seguir esa línea política, entre ellos Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal, Antequera y otros más, cuyas muertes han generado caos y violencia sin parar en nuestra tierra.

Por el otro lado están los líderes sociales, que no se visualizan en la opinión pública; son aquellos que, en sus barrios y pueblos, luchan por los demás, defienden sus derechos, son verdaderos lideres por su humanismo y lucha dentro de la pobreza. En los últimos tres años van alrededor de 286 asesinados, siguen muriendo cada día, y todo sigue igual.

Miren pues que nuestro país es de sangre y violencia, pero también existe el optimismo, la ilusión y solidaridad por otro lado, y más allá la riqueza natural, mares, ríos, fauna y flores que no se ve en otros lugares del mundo. Es un contra sentido total.

Es posible que una solución ante tanta muerte de líderes sociales, esté en darle una salida diferente al problema de la restitución de tierras y tenencia de la misma, por ello me atrevo a formular una teoría que de ser cierta cambiaríamos la tendencia de muerte y violencia, aclarando eso sí, que no tengo tierras, ni reclamaciones de las mismas, que simplemente, como ciudadano, observo el desarrollo de los acontecimientos y la gravedad de los mismos porque por un lado restituyen tierras y a reglón seguido los beneficiarios vuelven a ser desplazados y en muchas ocasiones asesinados.

Las tierras que en el conflicto se decidió serían entregadas, creo yo, no se deberían entregar a título de propiedad, el Estado debe mantener el control de las tierras, que es la causa de la muerte y entregarlas en comodato a los campesinos para que la trabajen y vivan de ellas. Así no habría que desplazar a nadie, y menos matarla, no son dueños de nada, pero sí tienen el terruño para vivir de la producción de la tierra. Podrían juntarse en cooperativas miles de campesinos para desarrollar en forma intensiva proyectos agrícolas con el apoyo del gobierno. Es pues, una solución simple, elemental, pero que podría salvar vidas y dar trabajo evitando irse a las ciudades y sufrir el abandono y el desprecio social.

Si pensamos en salidas justas a los problemas, lograremos mejores condiciones sociales y las familias se mantendrán unidas.

No más muertes a los líderes políticos, ni a los líderes sociales.