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miércoles, 6 de diciembre de 2023

De la difamación al encubrimiento

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín

Si de los 456 días de Petro en el cargo se descuentan los 91 de la “agenda privada” (la cuarta parte), quedan 366 con una evacuación diaria promedio de tres trinos, para un total de 1.095 chispazos signados por aquello de “tirar la piedra y esconder la mano”.

No dudo de que esa eyaculación de material intelectual de desecho sea merecedora de un récord en el Guinness Book, pero no para ahí mi admiración, porque esa ingente producción de ripios le ha servido no solo como desahogo para su surmenage. también, con esa continua deposición, causa un preocupante efecto político que mantiene distraído al país. Así los colombianos, entre indignados y burlones, no registran el diario incremento en el pie de fuerza subversivo (guardias campesinas, disidencias, guerrillas, jóvenes de paz, narcoparacos).

De esta manera el Gobierno prepara el zarpazo, destruyendo entretanto, con éxito, las instituciones mediante la irrigación ilimitada de mermelada para voluntaria ingesta parlamentaria...

A las utilidades terapéuticas y políticas de esos diarios excesos verbales se suma la originalidad y variedad de los pronunciamientos, porque Petro ni se repite ni deja de sorprender. Sus trinos son escandalosos, pero el más reciente supera siempre al anterior. Su autor nunca deja decaer el nivel abusivo de sus comentarios, de tal manera que resulta imposible seleccionar el peor o descubrir alguno que sea inocuo o carente de bilis o de mala leche.

Por tanto, lo mejor es ignorar esos trinos para estar atentos a las actuaciones profundas, también diarias y tendientes a la consolidación del proceso demoledor en el que está empecinado.

Sin embargo, hoy debo referirme al enfrentamiento entre Presidencia y Fiscalía, suceso insólito en la historia, y no solo de la de Colombia, porque en ningún país es imaginable que el jefe del Ejecutivo acuse a la Fiscalía de participación en el narcotráfico... ¡y que nada pase! ¡Ni en la más triste banana republic, ni en la más primitiva del África es concebible un episodio de tal indignidad!

Petro no solo insinúa que se ha utilizado el ente acusador para “exportar cocaína y proteger delincuentes en Buenaventura”, sino que también ha señalado a la vicefiscal Mancera como colaboradora del narcotráfico, afirmaciones que, por venir de un individuo con amplísimos e inocultables conocimientos personales sobre el tráfico de estupefacientes, merecerían credibilidad, si quien las lanza no fuera famoso por ser tan economic with the truth, como dicen los ingleses.

No basta pues con los seis irrefragables puntos del comunicado de la Fiscalía sobre su acción contra el narcotráfico en Buenaventura, que se resume en 336 detenidos, incautación de 68 toneladas de cocaína y extinción de dominio sobre 1.715 bienes avaluados en 1.5 billones, mientras en los últimos quince meses el Gobierno recorre la senda denunciada por el expresidente Pastrana Arango.

La verdad es que, si las afirmaciones de Petro son, como dice el fiscal Barbosa, falsas y tendenciosas, serían también fronterizas con el delito de falsas imputaciones y, por lo tanto, ameritan la iniciación del proceso penal correspondiente. Si Petro tiene información sobre conductas punibles de funcionarios de la Fiscalía, está obligado a poner en conocimiento de las autoridades judiciales (no de las redes sociales) todo lo que sabe de ellos (con sus nombres y apellidos), en vez de dedicarse a la maledicencia con propósitos políticos tan obvios como inconfesables, porque, además, si no lo hace, incurre en encubrimiento.

No ignoro que la tipificación de los delitos de falsas imputaciones de injuria y calumnia y de encubrimiento es compleja, pero no he vivido episodio más bochornoso que el que comento, y que no puede quedar apenas como un ejemplo más de la vulgaridad y la desfachatez de quien nos desgobierna. La Fiscalía no puede pasar de agache frente a esa actuación absolutamente inadmisible de Petro, que nos presenta ante el mundo como el peor Estado y el más corrupto.

***

Si en lugar de dejar solo al doctor Pastrana Arango en sus contundentes e indiscutibles denuncias, los otros jefes políticos las apoyaran, las instituciones volverían a operar y el gobernante indigno e ilegítimo sería destituido al quedarse sin el apoyo tácito de quienes están mas obligados a defender el orden constitucional.

martes, 20 de septiembre de 2022

De cara al porvenir: la objetividad

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal*

Nuestra cultura latina tropical, con sangre caliente y llena de emotividad, dificulta el que expresemos nuestras opiniones sin apasionamientos, que podamos comentar sin juzgar y que no nos convirtamos en defensores o acusadores de oficio de personas e instituciones.

Obviamente, partiendo de la hipótesis ingenua de que, para expresar nuestras opiniones, sabemos de qué estamos hablando, tenemos buenas fuentes de información, y obviamente, criterio para analizar y fijas posiciones.

La democracia nos permite, hasta el momento, que expresemos libremente nuestras opiniones favorables o desfavorables con respecto a las actuaciones de aquellos que son visibles en el mundo público, pasando por políticos, miembros de la farándula en cualquiera de sus expresiones y personajes cuyas decisiones y comportamientos de alguna manera impactan en mayor o menor medida nuestro paso por la realidad.

Es por lo menos simpático que, ante cualquier actuación de un personaje público, inmediatamente, en tiempo real, los acusadores de oficio salgan a denigrar del acontecimiento y de su ejecutor y los defensores de oficio salgan también en menos de lo que canta un gallo, a defender la postura de su defendido independientemente de la razonabilidad o de la existencia de argumentos reales y fundamentados.

Ni qué decir de la velocidad para construir memes y poner a circular chistes y opiniones sesgadas a favor o en contra del personaje y del acontecimiento de turno.

Esta inocultable capacidad de responder con alguna pizca de humor ante los acontecimientos que en Colombia se producen a borbotones, hace parte de nuestro llamado “humor criollo”, que deviene finalmente en “mamadera de gallo” y en la mayoría de los casos en el llamado “importaculismo”.

Otro atenuante a este comportamiento es la inocultable tendencia de algunos personajes que por acción o por omisión, “dan papaya” de manera continuada, y ahí sí, pues no hay nada que hacer.

Lo que sí es claro es que, como en el cuento del “pastorcito mentiroso”, estos opinadores fanáticos y a ratos hasta envenenados, finalmente van perdiendo toda credibilidad, y solo quedan siendo apoyados por otro reducido grupo de fanáticos, amigos o enemigos de aquellos que son objeto de sus ataques o defensas.

La crítica documentada y respetuosa es una manera civilizada de contribuir a la construcción de un entorno mejor.

Si a la desinformación le agregamos la mala educación y hasta la vulgaridad, pues entonces no estaremos hablando del ejercicio de la libre expresión sino de conversaciones o discusiones entre verduleras.

Otro aspecto a nivel de medios de comunicación sería la búsqueda incansable del bendito rating, por el cual muchas veces se negocian o trastocan valores y principios, haciendo caer en lo más bajo, el alto nivel del llamado “cuarto poder”.

Mientras el esquema funcional de gobierno-oposición en el ámbito político de una verdadera democracia no se implemente, las opiniones individuales no pasarán de ser disparos al aire.

miércoles, 15 de junio de 2022

Ni calumniables ni elogiables

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Si el 19 de junio gana Petro por un puñado de votos, o si le añaden unos cuantos en la Registraduría para hacerlo presidente, Colombia cambiaría de clase dominante.

La actual está formada por empresarios, profesionales independientes, agricultores y comerciantes. A mí no me parece que esa enumeración constituya algo inconveniente, o que esas personas deban avergonzarse de su posición social y económica, porque en su inmensa mayoría son ciudadanos trabajadores y honestos, que aman sus familias, respetan las leyes y pagan impuestos. En cambio, está lista ya “una nueva clase” para reemplazarlos, encabezada por políticos con abundante prontuario, capos de la droga, guerrilleros y terroristas, y por un amplio, espeluznante lumpen intelectual. Nos dicen que el cambio es ahora... ¿Valdrá la pena?

Desde hace varios años se viene “destruyendo” la actual clase dominante. No hay calumnia que no se emplee para demeritarlos, arrinconarlos, avergonzarlos y denostarlos. No me voy a referir especialmente al presidente Uribe, víctima durante los últimos doce de diaria contumelia en forma de oprobio, injuria y ofensa, hasta convertirlo, en la imaginación de buena parte de la opinión, en monstruo innombrable.

Sin embargo, el expresidente no es la única víctima de esa campaña, porque los secuestradores y violadores del Secretariado denigran de los militares; los docentes, de los empresarios y agricultores; los vagos, de los que han estudiado; y los alcaldes mamertos destruyen las empresas e instituciones públicas para instalar en ellas a sus impreparados y rapaces nepotes.

En resumen: si, como desde Voltaire hasta Goebbels, la disociación avanza convirtiendo pequeñas mentiras repetidas mil veces, en grandes “verdades”, en Colombia todo se hace creíble, hasta llegar al hecho aterrador de que hasta un 48% y más de los encuestados están dispuestos a votar por un terrorista castro-chavista, filmado incluso con bolsas llenas de inexplicables billetes, que goza de permanente absolución mediática.

Pasando revista a los últimos años se observa que la calumnia es el arma política fundamental de una izquierda revolucionaria que avanza continuamente. Impera una ley del embudo, donde esta nueva clase política, agresiva y ascendente, monopoliza la calumnia contra los demás, que deben observar prudente silencio cuando se los difama, porque tanto una judicatura mamerta como una prensa sesgada, fallan siempre a favor de los nuevos catones, que disponen de bien entrenados difamadores profesionales y de centenares de abyectas “bodegas” que saturan al país de un asfixiante ambiente mendaz.

Estos energúmenos están por encima de toda preocupación, y además, saben recurrir a las leyes que han consagrado unos dizque “delitos de odio”, que en la práctica impiden la libre expresión de las gentes.

Vale la pena recordar quiénes son los principales partidarios de Petro y Francia, dos figuras lombrosianas que gozan de amplísimos y costosos medios.

Los primates de la nueva clase petrista forman un abigarrado grupo no calumniable, porque lo que se dice de ellos resulta cierto; ni tampoco elogiables, porque nadie recuerda nada bueno de ellos. El primer nivel está formado por el Secretariado de las FARC, una serie de congresistas que no pueden ser difamados, como tampoco pueden Juan Manuel Santos y la caterva de sus ministros hacer olvidar cómo se robaron un plebiscito, ni los entregadores de La Habana pueden ser más despreciables.

Nadie ha sido jamás capaz de decir que Roy Barreras fuera un buen médico, que Armando Benedetti haya sobresalido profesionalmente, que Piedad Córdoba sea honesta, o que Judas Francisco de Roux y Monseñor Monsalve sean sacerdotes virtuosos; ni Gustavo Bolívar, buen escritor; ni pinturita, alcalde íntegro; Claudia López, cuerda, o Hollman Morris buen esposo y padre.

Cuando repaso la lista de la nueva clase al acecho, recuerdo al ciudadano que ofrecía un millón de pesos a quien hablara bien durante un minuto de un manzanillo antioqueño, porque ¡nadie podía elogiar a ese político por más de diez segundos!

La situación de la ascendente clase comunista es aún peor: ninguno alcanzaría siquiera cinco segundos de elogio... y ¡si el país se equivoca nos pueden gobernar por setenta años!

martes, 14 de junio de 2022

¿La criminalidad al poder?

Luis Alfonso García Carmona
Por Luis Alfonso García Carmona*

Podrás engañar a todos durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos. (Abraham Lincoln)

La publicación de comprometedores videos en los que se destapa, por boca de los principales estrategas y asesores de la campaña “petrista”, la inmoralidad y el maléfico cinismo que emplean para llegar al poder nos ha dejado estupefactos.

No se puede caer más bajo ni actuar de manera más vil y rastrera contra la honra y el prestigio de los demás. La capacidad de Petro y sus cómplices para mentir y saltarse las normas legales y las de la decencia no tiene parangón en la historia política de Colombia.

Como advirtió uno de los asesores de esta banda criminal denominada “Pacto Histórico”, si esto llega al conocimiento público estamos perdidos. ¿Con cuál autoridad moral seguirán atacando a su rival, el ingeniero Rodolfo Hernández? ¿Cómo van a ocultar ante la opinión pública su monstruoso plan de tomarse el poder mediante la combinación de todas las formas de lucha, legales e ilegales, como lo aprendieron en la cartilla marxista-leninista?

No tardó el rey de la mentira, el exguerrillero Petro, en atribuir el descubrimiento de su asquerosa estrategia a una infiltración en su campaña, cuando la verdad es que el origen de este monumental escándalo es el arrepentimiento de uno de sus militantes que se sintió imposibilitado moralmente para persistir en tan ignominiosa conducta.

Ya lo dijo el Evangelio: “Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 15-20)

El aprendizaje del candidato de esta cuadrilla delincuencial estuvo signado desde muy joven por el crimen: secuestros, violaciones, asesinatos, magnicidios como el del Palacio de Justicia, actos terroristas. Entendió que para eludir la acción de la Justicia todo vale: Inclusive robarse el expediente del proceso donde fue condenado para poder aspirar al Senado, a la alcaldía de Bogotá y ahora a la Presidencia en contra de un claro mandato legal que impide elegir a quien haya sido condenado. Recordemos que el propósito de la quema del Palacio de Justicia no era otro que el de desaparecer los expedientes que conducirían a la extradición de Pablo Escobar y otros capos de la mafia.

Me resisto a pensar que todavía existan en Colombia millones de compatriotas que crean en el absurdo sartal de mentiras que ha empleado este falso profeta con piel de oveja para conquistar su voto. ¿Será que puede más el odio de clases o el castigo a quienes se han atrevido a desafiar a la guerrilla y a quienes lograron reducir el área sembrada de cocaína?

La abominable estrategia del comunismo, descubierta en los videos que circulan por todos los medios, nos indica a las claras que el objetivo no es otro que llegar al poder y convertir a nuestra querida patria en otro “paraíso bolivariano” como Venezuela, Cuba o Nicaragua. Para alcanzarlo están dispuestos a pasar por encima de todo y de todos. ¿Vamos a permitirlo los colombianos?

Cualquiera que sea el motivo que algunos tengan para abstenerse de votar o para votar en blanco a sabiendas de que dicho voto no tiene ningún efecto legal, me permito señalar que por encima de cualquier razón está la supervivencia de Colombia y el bienestar de los colombianos y de sus hijos. Todas las demás razones deben ceder ante el fin supremo de salvar a Colombia.

Dejemos de creer en los falsos profetas. Basta con mirar su oscuro pasado, sus despreciables aliados y su ignominiosa forma de hacer política.

En este momento en que el país sólo pide tu voto para no convertirse en un estado-prisión bajo el látigo comunista, como el que padecen hace 60 años nuestros hermanos cubanos, no te quedes en casa sin votar. Te convertirías en cómplice de esta irreparable tragedia que no tiene marcha atrás.

Aunque los secuaces del exguerrillero impulsen el voto en blanco, ya sabemos que ellos masivamente votarán por su candidato y lo que pretenden es restar votos a su contrincante. No caigamos en esa infantil treta. Votemos en contra de Petro y su banda de malhechores. El ingeniero Hernández es un hombre probo, bien intencionado, no contaminado por la vieja política y está acompañado de Marelen Castillo, una mujer de origen humilde, pero con una excelente preparación y una vida dedicada a la cátedra universitaria.

La decisión es muy fácil: Votemos masivamente por Colombia y el futuro de nuestros hijos; no entreguemos el país a quienes pretenden destruirlo.