martes, 20 de septiembre de 2022

De cara al porvenir: la objetividad

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal*

Nuestra cultura latina tropical, con sangre caliente y llena de emotividad, dificulta el que expresemos nuestras opiniones sin apasionamientos, que podamos comentar sin juzgar y que no nos convirtamos en defensores o acusadores de oficio de personas e instituciones.

Obviamente, partiendo de la hipótesis ingenua de que, para expresar nuestras opiniones, sabemos de qué estamos hablando, tenemos buenas fuentes de información, y obviamente, criterio para analizar y fijas posiciones.

La democracia nos permite, hasta el momento, que expresemos libremente nuestras opiniones favorables o desfavorables con respecto a las actuaciones de aquellos que son visibles en el mundo público, pasando por políticos, miembros de la farándula en cualquiera de sus expresiones y personajes cuyas decisiones y comportamientos de alguna manera impactan en mayor o menor medida nuestro paso por la realidad.

Es por lo menos simpático que, ante cualquier actuación de un personaje público, inmediatamente, en tiempo real, los acusadores de oficio salgan a denigrar del acontecimiento y de su ejecutor y los defensores de oficio salgan también en menos de lo que canta un gallo, a defender la postura de su defendido independientemente de la razonabilidad o de la existencia de argumentos reales y fundamentados.

Ni qué decir de la velocidad para construir memes y poner a circular chistes y opiniones sesgadas a favor o en contra del personaje y del acontecimiento de turno.

Esta inocultable capacidad de responder con alguna pizca de humor ante los acontecimientos que en Colombia se producen a borbotones, hace parte de nuestro llamado “humor criollo”, que deviene finalmente en “mamadera de gallo” y en la mayoría de los casos en el llamado “importaculismo”.

Otro atenuante a este comportamiento es la inocultable tendencia de algunos personajes que por acción o por omisión, “dan papaya” de manera continuada, y ahí sí, pues no hay nada que hacer.

Lo que sí es claro es que, como en el cuento del “pastorcito mentiroso”, estos opinadores fanáticos y a ratos hasta envenenados, finalmente van perdiendo toda credibilidad, y solo quedan siendo apoyados por otro reducido grupo de fanáticos, amigos o enemigos de aquellos que son objeto de sus ataques o defensas.

La crítica documentada y respetuosa es una manera civilizada de contribuir a la construcción de un entorno mejor.

Si a la desinformación le agregamos la mala educación y hasta la vulgaridad, pues entonces no estaremos hablando del ejercicio de la libre expresión sino de conversaciones o discusiones entre verduleras.

Otro aspecto a nivel de medios de comunicación sería la búsqueda incansable del bendito rating, por el cual muchas veces se negocian o trastocan valores y principios, haciendo caer en lo más bajo, el alto nivel del llamado “cuarto poder”.

Mientras el esquema funcional de gobierno-oposición en el ámbito político de una verdadera democracia no se implemente, las opiniones individuales no pasarán de ser disparos al aire.