Pedro Juan González Carvajal*
Nuestra cultura latina
tropical, con sangre caliente y llena de emotividad, dificulta el que
expresemos nuestras opiniones sin apasionamientos, que podamos comentar sin juzgar
y que no nos convirtamos en defensores o acusadores de oficio de personas e
instituciones.
Obviamente, partiendo de
la hipótesis ingenua de que, para expresar nuestras opiniones, sabemos de qué
estamos hablando, tenemos buenas fuentes de información, y obviamente, criterio
para analizar y fijas posiciones.
La democracia nos permite,
hasta el momento, que expresemos libremente nuestras opiniones favorables o
desfavorables con respecto a las actuaciones de aquellos que son visibles en el
mundo público, pasando por políticos, miembros de la farándula en cualquiera de
sus expresiones y personajes cuyas decisiones y comportamientos de alguna
manera impactan en mayor o menor medida nuestro paso por la realidad.
Es por lo menos simpático
que, ante cualquier actuación de un personaje público, inmediatamente, en
tiempo real, los acusadores de oficio salgan a denigrar del acontecimiento y de
su ejecutor y los defensores de oficio salgan también en menos de lo que canta
un gallo, a defender la postura de su defendido independientemente de la
razonabilidad o de la existencia de argumentos reales y fundamentados.
Ni qué decir de la
velocidad para construir memes y poner a circular chistes y opiniones sesgadas
a favor o en contra del personaje y del acontecimiento de turno.
Esta inocultable capacidad
de responder con alguna pizca de humor ante los acontecimientos que en Colombia
se producen a borbotones, hace parte de nuestro llamado “humor criollo”, que
deviene finalmente en “mamadera de gallo” y en la mayoría de los casos en el
llamado “importaculismo”.
Otro atenuante a este
comportamiento es la inocultable tendencia de algunos personajes que por acción
o por omisión, “dan papaya” de manera continuada, y ahí sí, pues no hay nada
que hacer.
Lo que sí es claro es que,
como en el cuento del “pastorcito mentiroso”, estos opinadores fanáticos y a
ratos hasta envenenados, finalmente van perdiendo toda credibilidad, y solo
quedan siendo apoyados por otro reducido grupo de fanáticos, amigos o enemigos de
aquellos que son objeto de sus ataques o defensas.
La crítica documentada y
respetuosa es una manera civilizada de contribuir a la construcción de un
entorno mejor.
Si a la desinformación le
agregamos la mala educación y hasta la vulgaridad, pues entonces no estaremos
hablando del ejercicio de la libre expresión sino de conversaciones o
discusiones entre verduleras.
Otro aspecto a nivel de
medios de comunicación sería la búsqueda incansable del bendito rating,
por el cual muchas veces se negocian o trastocan valores y principios, haciendo
caer en lo más bajo, el alto nivel del llamado “cuarto poder”.
Mientras el esquema
funcional de gobierno-oposición en el ámbito político de una verdadera
democracia no se implemente, las opiniones individuales no pasarán de ser
disparos al aire.