Por: José Leonardo Rincón, S.J.
Celebrando como estamos la Semana Santa, no deja de impactarnos lo que le tocó vivir a Jesús de Nazaret. Después de un periodo exitoso que por poco culmina en asumir un liderazgo político que era lo que esperaban los judios del mesías, la decepción se exacerbó de modo que resultó ser incómodo para todos. Roma podría verlo como un zelote, pero Jerusalén lo veía también como un subversivo de sus preceptos y un blasfemo que se arrogaba palabras y obras que los desestabilizaba de su zona de confort en su apoltronado status-quo dogmático en el que estaban. Conocemos el trágico final producto de confabulaciones y complots, traiciones rastreras movidas por el dinero, negaciones y huidas, odios viscerales de quienes fueron sujeto de sus duras críticas y cuestionamientos directos.
Lo grave de hacer esta memoria es quedarse allí, en compunciones y lamentos, en lágrimas solidarias con la pobre víctima que ofrendó su vida por nosotros. Y resulta grave porque no se necesita esperar a esta semana mayor para decir que estamos en pleno viernes santo desde hace rato. Y si no que hablen los familiares de las víctimas de la violencia que ha azotado por más de 70 años nuestros campos y poblaciones. Que se pronuncien los que han tenido que huir como desplazados dejando atrás sus tierras y propiedades
El listado puede resultar interminable, cual tortura lacerante que agobia permanentemente. Amenazados de muerte que viven huyendo, adultos y mayores viviendo en la más desconsoladora soledad cuando no literalmente abandonados. Niños obligados a trabajar desde tierna edad, abusados y vulnerados; jóvenes carentes de afecto que buscan vías de escape en el alcoholismo y las drogas, sin sentido de la vida y con propensión al suicidio.
Viernes santo viven también los que padecen el desempleo, los que deambulan por las calles, duermen a la intemperie y escarban en la basura para comer de las sobras de los otros; los agobiados por las deudas y los que con un salario mínimo deben hacer milagros para sobrevivir. Mas esto acontece en medio nuestro y en todas las latitudes: Por los lados de Siria y Líbano padecen su viernes santo desde hace tiempos; Ucrania desde que Rusia la quiere suya; la franja de Gaza desde que, por culpa de terroristas de Hamas, Israel encontró el pretexto para eliminar a cuanto palestino existe, así sean mujeres y niños que poco o nada tienen por qué pagar por esta guerra de milenios. Dígase lo mismo de Sudán y de varios países en el África o de cualquier otra parte del mundo.
En tanto el egoísmo no nos permita salir de nosotros mismos, con la codicia y la voracidad de querer tenerlo todo, de ser dueños y señores absolutos navegando en dinero así alrededor mueran todos de hambre. En tanto el afán de poder exista se repetirá una y otra vez la historia trágica de la humanidad de querer avasallar y atropellar por doquier así sea a costa de pisotear la libertad y oprimir naciones enteras olvidando la sentencia evangélica: “de qué le sirve a uno ganar el mundo si se pierde a sí mismo?”
En este viernes santo no sé qué es más vergonzoso: si todo eso que sucede en este instante por esos afanes insaciables cargados de irracionalidad o si la estupidez humana reiteradamente certificada que demuestra que no se ha aprendido, ni se quiere aprender la lección. Dicen que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Lo que no se ha caído en cuenta es que los males han durado toda la vida, en tanto los cuerpos solo resisten máximo 100 años. Por eso la memoria es frágil y la amnesia es un mal colectivo. Seguiremos así en Viernes Santo.