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miércoles, 17 de agosto de 2022

El fin del "Homo Sovieticus"

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín

Svetlana Alexandrovna Alexievich (1948), premio Nobel 2015, es una novelista y periodista bielorrusa cuyo libro, El fin del Homo Sovieticus (Barcelona: Acantilado; 2015), no dudo en recomendar como uno de los relatos más originales, no solo para quien aspire a considerar cómo se llegó a la era Putin.

Esta obra nos permite asomarnos a los inmensos sufrimientos que han padecido las gentes de lo que fue la URSS, sin cuya estimación no es posible comprender el horror del comunismo soviético, lo que costó dejarlo atrás, ni la posterior dictadura actual.

Aunque la crueldad de los zares ha sido exagerada mil veces por los relatos de la propaganda de sus sucesores, no puede negarse que la historia rusa repite una sucesión de gobiernos despóticos que hacen pensar que la democracia jamás podrá prosperar en los países que pertenecieron a ese imperio.

Un Iván el Terrible y un Pedro el Grande, sin embargo, al lado de Lenin, Trotski y Stalin, parecen mansas palomas; y en tiempos recientes, Kruschev, Bulganin y Andropov, a pesar de ser dictadores temibles, comparados con los primeros tiranos de la URSS han llegado a parecernos ancianos benévolos.

Algún personaje de la Alexievich nos dice que, en cinco años, en Rusia pasan muchas cosas, pero que en doscientos no pasa nada…, lo que nos hace pensar en la permanencia de los rasgos propios de su pueblo, signado siempre por la resignación fatalista ante un destino implacable, lleno de trabajo agotador y dura pobreza, iluminado todo ello por un sentido mesiánico y religioso, que lo purifica y lo convierte en futuro salvador de la humanidad.

Desde luego, el comunismo significó el martirio más aterrador para las incontables nacionalidades de la inmensa URSS, como puede verse a lo largo de todo este libro, muchas de cuyas páginas son tan estremecedoras como las de Solzhenitsin.

Al lado de ellas aparecen otras que tratan de la caída del socialismo. Este era igualitario y distributivo, aseguraba la pobreza colectiva y una existencia frugal y monótona. En cambio, la implantación de una economía de mercado —ajena tanto a su pasado reciente como al antiguo régimen precapitalista—, ocasionó enormes sufrimientos al pueblo mientras surgía, gracias a la corrupción oficial, el puñado de oligarcas que se adueñaron de casi todas las fábricas, bancos y grandes empresas del país. Al lado de inmensas fortunas, la gente padeció incontables rigores económicos, en medio de una pobreza generalizada, creciente indignación y cierta nostalgia por el socialismo, que incluía, en medio del caos y el desorden, hasta desear un nuevo Stalin.

Con la Perestroika, a partir de 1985, la euforia de la esperanza de un futuro de libertad y progreso, libre del terror permanente, pronto dio paso al desengaño a causa de la inflación provocada por las medidas draconianas para pasar en pocos meses del colectivismo extremo al capitalismo más duro. En 1982, la inflación de precios alcanzaba el 2600%, y la inseguridad callejera era aterradora.

Ese es el trasfondo del libro de Svetlana Alexievich, que da voz a centenares de historias admirablemente contadas de gentes sencillas, que a pesar de recordar los horrores del estalinismo —purgas, Gulag, brutalidad, delación—, siguen condicionadas por la indoctrinación a la que fueron sometidos desde la cuna hasta el sepulcro, que a muchos hace añorar el implacable “orden” de la URSS, mientras las mafias imponen el terror callejero, y el país, improvisando democracia, se desintegra hasta con guerras civiles como la de Chechenia.

A la nostalgia de los ancianos y de los incontables pobres se contrapone una juventud que no conoció el terror, desbocada en la búsqueda de una felicidad consumista, hedonista, frenética…

En fin, el prodigioso y terrible fresco, de 638 páginas, nos lleva hasta las puertas de la transformación que vendrá cuando Rusia se normalice económicamente dentro de una nueva estructura dictatorial. De ella tratará otro libro imprescindible, Los Hombres de Putin, de la inglesa Catherine Belton (Bogotá: Ariel-Planeta Colombiana; 2022), modelo de periodismo económico, bien lejos, por lo tanto, del primor literario y de la narración cautivante de Svetlana, mujer postsoviética que ha tenido que exiliarse en Berlín, perseguida por la dictadura vitalicia y siempre comunista de Lukashenko.

miércoles, 3 de agosto de 2022

¿Por qué una mala reforma agraria, si hay buenas?

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Antes de la Revolución de Octubre, Ucrania, provincia del Imperio, era el granero de Europa, y Rusia, un inmenso país agrícola de variada y abundante comida.

No trataremos de las tierras comunales (el mir, tan bien estudiado por Max Weber), ni de los latifundios de la aristocracia, ni de los siervos, ni de las tierras vírgenes de Siberia, ni de las reformas agrarias de Stolypin, para saltar hasta el putsch en Petrogrado, que lleva a Lenin al poder. Para consolidarlo sobre el gigantesco Imperio, Vladimir Illich ordena inmediatamente:

1.    1. El cese al fuego con Alemania (para ganarse a los soldados y sus familias).

2.   2. La independencia de las naciones sometidas a Rusia.

3.   3. La masiva toma de tierras.

Con esto último logra el apoyo del campesinado, más del 80 % de la población, a la Revolución. Ignoran que a esa “reforma agraria” seguirá la colectivización cuando el comunismo, después de la guerra civil, se imponga. Al desprecio de Lenin por ellos seguirá el odio de Stalin por los kulaks, los pequeños empresarios que alimentaban el país, a los que exterminará, especialmente en Ucrania, a través de la hambruna provocada (Holodomor).

Después la tierra se dividió entre granjas colectivas (Sovhoz) y cooperativas (Kolkhoz), en las cuales un campesinado esclavizado producía muy poca comida, bajo la férula burocrática encargada de lograr el cumplimiento de metas de imposible alcance. La penuria alimentaria obligó luego a tolerar cultivos “ilegales” de los campesinos: 3 % del área cultivada total, que suministraba más de la mitad de los lácteos, frutas y verduras.

La triste vida del pueblo, siempre hambreado, fue la conclusión inescapable de esa reforma agraria colectivista.

Bajo Kruschov la situación llegó a los peores extremos y la URSS se convirtió en el primer importador mundial de granos (trigo, cebada, maíz), a pesar de cultivar millones de hectáreas en granos, que superaban la suma de las áreas sembradas de esos cereales en los Estados Unidos, Canadá y Francia.

Y así, de tumbo en tumbo, se llega hasta la última reforma agraria soviética. Antes de la desaparición de la URSS, el 3 de mayo de 1990, el Congreso de la República Federativa Rusa, su mayor y determinante Estado, por 607 votos contra 369 y 40 abstenciones, decretó que, al lado de granjas estatales y cooperativas también habría propiedad privada rural. Luego se dictó una Ley para facilitar la privatización de tierras y para estimular grandes cultivos privados de cereales.

Así se puso en marcha una reforma agraria exitosa, que ha convertido a Rusia nuevamente en una potencia agrícola como primer exportador mundial de trigo, mientras Ucrania ocupa el 4° lugar.

Con mayor entusiasmo aun, los países que se separaron de la URSS —Ucrania, los Bálticos, los Centroasiáticos—, y los de Europa Oriental, siguieron ese camino.

Parecida evolución tuvo la agricultura en China, porque con la eliminación de las comunas y el retorno de la libertad en el campo, ese país también pudo superar el hambre y llegó a ser incluso exportador de alimentos.

Entonces, ¿cómo es posible que a Colombia la vayan a condenar a una reforma agraria regresiva, precolectivista, minifundista e improductiva, dirigida arbitrariamente por una burocracia, con poderes para obligar a la “venta” de los terrenos que al funcionario de Minagricultura, o al exjefe de una minga, no le parezcan adecuadamente explotados?

Sin considerar las futuras e inevitables escaseces y hambruna, aquí la reforma leninista será impuesta, porque está inscrita en el ADN de los movimientos comunistas, para todos los cuales nada hay más abominable que una estructura agropecuaria basada en la propiedad privada y la libre empresa.

Colombia requiere una reforma agraria que haga productivo el campo, que estimule su desarrollo, que incorpore la Orinoquia dentro de la frontera agrícola, que sustituya importaciones y que lleve sus productos al mercado mundial.

Una reforma agraria correcta podría sacar del desempleo a millones, pero como tropieza con el dogma marxista-leninista, no se iniciará durante el gobierno de Petro, dure este cuatro años, doce o sea o vitalicio…

miércoles, 24 de febrero de 2021

Nuestro fracturado Ministerio de la Verdad

Por José Alvear Sanín*

Lenin resolvió el problema filosófico de la verdad decretando que el partido define lo que es cierto y lo que es falso. Y resolvió el problema de la historia, determinando que toca al partido interpretarla, juzgarla y escribirla.

Si a esos “principios” agregamos el primero, que es ético todo lo que sirve a la revolución e inmoral todo lo que la detiene, podremos entender la importancia que para el partido tiene la verdad si se convierte en herramienta de lucha política.

Cuando la verdad deja de ser la conformidad de los hechos con el concepto que de ellos se forma la mente, para transformarse en propaganda, y cuando la historia deja de ser la libre indagación de los acontecimientos del pasado para volverse relato político obligatorio, el control totalitario de la población hace posible la imposición de la nueva cultura necesaria para el surgimiento de ese “hombre nuevo”, liberado de todas las estructuras del pasado —familia, patria, libertad individual, religión, propiedad privada, derecho.

Entonces, el diario que determinará lo que hay que pensar se llamará Pravda (La Verdad) y luego aparecerá una enciclopedia que codificará las creencias y modificará la historia a la medida de las necesidades políticas. (Antes había que recoger y cambiar millares de volúmenes, pero ahora esas modificaciones se hacen muy fácilmente a través de los medios electrónicos). Desde luego, verdad e historia son mutables a medida de los dictados o caprichos del jefe.

Quien comprendió mejor que nadie la operación del estado totalitario, propia del comunismo, fue George Orwell. Por eso su novela 1984, arranca con la descripción del gobierno ejercido por cuatro ministerios: el del Amor, para administrar los castigos y torturas a quienes no amen al Gran Hermano; el de la Abundancia, para gestionar el racionamiento; el de la Paz, que se encarga de la guerra exterior permanente y de la consiguiente conformidad interna; y el de la Verdad, que se “dedica a manipular y destruir los documentos históricos de todo tipo (incluidas fotos, libros y periódicos), para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la verdad oficial de la historia…”

En Colombia venía avanzando la creación del “Ministerio de la Verdad” a través de dos organismos paralelos perfectamente coordinados, la Comisión de la Verdad —dedicada a la mentira—, y el Centro Nacional de la Memoria Histórica (CNMH), para la creación del material de apoyo indispensable para dar impresión de veracidad a las mentiras procedentes de dicha Comisión.

El producto de ese contubernio tendría salida en forma de textos para inculturar, a través de la obligatoria Cátedra de la Paz, en todos los establecimientos educativos.

Pero hace dos años y medio se rompió el tándem, porque un verdadero historiador —tanto por su doctorado como por sus objetivos libros y estudios, además de sus largos años de cátedra—, Rubén Darío Acevedo Carmona, fue nombrado director del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Para quien no esté familiarizado con el tema de la inculturación marxista para el cambio de la mentalidad y las creencias en una sociedad, cuyo principal teórico fue Antonio Gramsci, resultan inexplicables el odio, virulencia y sevicia con las que se lo ataca a todas horas y todos los días, desde la fecha de su posesión, en el Congreso, los medios masivos, las redes sociales y foros internacionales. Y como no han podido quebrantarlo ni tampoco se ha descompuesto en el cumplimiento de su deber, ni perdido la ecuanimidad, se aprestan a entregarlo a la JEP, brazo “jurídico” de la revolución.

Estos ataques no cesarán hasta que este o el próximo gobierno nombre a alguien comprometido con la historia que sale de la “Comisión” y de las facultades de “Historia”, que vienen formando el personal docente necesario para inculcar la versión marxista-leninista de todo nuestro pasado.

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¡Reconstrucción o catástrofe!

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Opulencia revolucionaria

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Perdura en el inconsciente colectivo la imagen romántica del revolucionario perseguido, escondido, paupérrimo y andrajoso, poseído de un fanático y devorador fuego interior que no le deja tiempo para pensar, leer, descansar o tener vida familiar. En cambio, frecuenta las prisiones, de las que sale más enardecido, a dedicar las 24 horas a la agitación, siempre dispuesto para las más arriesgadas tareas como la colocación de explosivos, el atentado terrorista o la bomba suicida, odiando siempre, conforme al catecismo de Netchaiev. En consecuencia, el revolucionario será pobre entre los pobres.

Como agitador urbano o guerrillero, esa vida de privaciones está animada por el ideal de la lucha de clases, que debe culminar con la sangrienta supresión de los opresores, los “gusanos”, los “enemigos del pueblo”. Equivocado, desde luego, pero la figura no carece de cierta grandeza trágica, especialmente cuando su vida sacrificada termina en el cadalso.

A partir de Lenin, el revolucionario deja de ser un agente impulsivo para convertirse en un piñón del engranaje dentro de un partido de profesionales, con división del trabajo, porque habrá intelectuales, estado mayor, publicistas, comunicadores, agitadores, sindicalistas, secuestradores, gatilleros, explosivistas…

Algunos llegaban a los parlamentos, pero el partido se quedaba con las dietas, dejándoles apenas para la pitanza, como ocurre ahora con los médicos cubanos.

Aun después del triunfo de la revolución la vida seguía siendo dura para quienes habían cargado los ladrillos: acomodo en una burocracia mal pagada; trabajo extra voluntario dentro de una economía improductiva; vivienda compartida. Pero resplandece el ejemplo de Vladimir Ilich, amo de todas las Rusias, que se conforma con un cuartucho y un catre en algún recoveco del Kremlin.

Y luego, la dura realidad, porque solo mejora la vida de los jerarcas, que tienen habitación digna y hasta vehículo, mientras les dura el favor veleidoso de los jefes, porque para unos y otros la vida es un temblor en espera de la purga.

En mi juventud conocí muchos de esos luchadores incansables. Su prédica siempre me pareció funesta, irracional, refractaria a todos los datos de la experiencia, pero no pude dejar de admirar tanto renunciamiento en aras de un ideal social improductivo y carcelario.

Por aquellos años las gentes percibían como incompatible un buen nivel de vida y el credo revolucionario. Esa era una apreciación basada en el sentido común, porque imperaba la conformidad entre vida y pensamiento.

Mucho más tarde aparecieron los representantes de lo que se ha llamado el socialismo caviar, de muchos que creen y no practican, como tantos franceses que tienen el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha.

Esto también lo expresó Nicolás Gómez Dávila cuando dijo: “Nada hace más feliz al burgués que la revolución en casa del vecino”, actitud especialmente frecuente en ciertas élites acomodadas de docentes universitarios, de burócratas permanentes, de jueces y magistrados molondros que solo salen de su sopor cuando hay que prevaricar para favorecer la línea progre…, en fin, de los incontables amigos y parientes que conocemos y que disfrutan de manera casi que inconsciente de lo que Montherlant llamaba “el placer de traicionar”.

Todo esto viene a cuento —para descanso del paciente lector— cuando contemplo fotos de la espléndida mansión de Gustavo Petro, de unos 3.000 millones, en el exclusivo sector de Santa Ana II, en Chía, revelada por un investigador tan certero como Gustavo Rugeles, a la que han seguido (sin confirmar) muchos mensajes que circulan en la red sobre otras lujosas propiedades del candidato revolucionario, como dos casas en Encinar de Sindamanoy, un apartamento en Rosales, otro en Barranquilla. Y, además, informaciones confirmadas sobre las empresas, los yates y el hotel del senador Bolívar.

En fin, la mutación de los primates comunistas es notable. Para no ir más lejos, sabemos que, en Pekín, el Comité Central está formado por docenas de dignatarios que se apoderaron de igual número de sectores de la economía china, y, en consecuencia, figuran entre los mayores billonarios del mundo, que disfrutan de una economía capitalista salvaje, dentro de una sociedad controlada totalitariamente por el partido…

Nada más superficial, entonces, que seguir creyendo que la riqueza indica aversión al comunismo, porque ahora este está dirigido por plutócratas aun más ricos que la mayoría de los potentados de los países capitalistas. A fin de cuentas, el socialismo se ha convertido para muchos en una vía aceptable hacia el poder y la riqueza…

Sin desconocer el mejoramiento económico de millones de chinos, no deseamos tampoco ese modelo para Colombia. Aun si Petro nos ofreciera una simbiosis tipo China, el comunismo en Colombia será, por lo menos y durante años, como el venezolano, estalinista y castrista.

Viene la campaña electoral, con ese señor prometiendo servicios domiciliarios gratuitos, renta básica universal, reforma agraria y entrega de las viviendas a los arrendatarios, promesas imbatibles en las urnas, que, convertidas en realidad nos llevarán a disfrutar del paraíso castro-chavista, que para él ya llegó…

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Es imposible desconocer que el voto electrónico hace posible el fraude permanente, como en Venezuela, y que todas las democracias europeas lo rechazan.

Por tanto, es más que oportuna la lectura de “Un error suicida”, de Alberto López Núñez http://www.lalinternaazul.info/2020/08/27/un-error-suicida/ para darse cuenta de la gravísima amenaza que pesa sobre Colombia. No obstante, partidos afines al gobierno han presentado un proyecto de acto legislativo para imponer tanto el voto electrónico como un dizque “voto virtual”, carente de precedentes y aun más peligroso. ¿Cómo es posible que partidos y gobiernos democráticos estén dispuestos a inmolarse? ¿Ingenuidad, ignorancia o irresponsabilidad?

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¡Valerosa la viuda que, ante toda Colombia, en aquelarre organizado por Claudia Nayibe, se negó a abrazar a la temible loba Griselda, hasta que esta, en vez de derramar lágrimas de cocodrilo, confiese toda la verdad sobre el asesinato de su marido!

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Técnica del golpe de Estado


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
No es este el momento para evocar la versátil parábola vital de Curzio Malaparte (1898 - 1957), autor ya olvidado de La piel” y Kaputt”, sino el de llamar la atención sobre su clásica Técnica del golpe de Estado” (1931), publicada tantas veces y en tantas lenguas.

Ahora, cuando es inocultable el avance del plan subversivo a nivel continental, recupera actualidad este libro del italiano, que recorre en ocho capítulos tanto los preparativos para tomarse el poder como los mecanismos para frustrar el asalto de este.

Arranca con el golpe de Estado de octubre de 1917, mediante el cual Trotski establece el poder comunista. Pero si en esa ocasión triunfa el gran técnico, este experto fracasa en 1927 cuando Stalin se le adelanta.

A continuación, analiza los golpes frustrados en los años veinte, en Polonia y Alemania, incluyendo el Putsch de la cervecería, de Hitler (Munich, 1923), porque el acceso del caporal solamente llegará por la vía electoral, después de la primera edición del libro que nos ocupa.

Los capítulos que tratan de la marcha sobre Roma de Mussolini, de Primo de Rivera y de Pildsudski, siguen al análisis del primer gran golpe de Estado moderno, el del 18 Brumario (9 noviembre 1799), de Bonaparte.

Malaparte escribe deslumbrado por Trotski. Si para Lenin, creador del partido subversivo profesional, la revolución triunfa cuando las multitudes se toman las calles, como a partir del 27 de febrero de 1917 en Petrogrado, ocasionando la abdicación del zar y la creación del gobierno provisional, en cambio para Trotski bastan mil hombres convenientemente escogidos y entrenados para alzarse con el poder. En efecto, de la verdadera Revolución de Febrero y Marzo sale apenas un ejecutivo cojitranco, donde se mezclan burgueses progresistas y delegados del Soviet, que solo será sustituido por la dictadura comunista cuando Trotski realiza magistralmente el Golpe de Octubre que lleva a Lenin al poder. Por eso se ha dicho que Vladimir Ilich era un ideólogo pero que Lev Davidovich era un técnico. Parece entonces que el golpe de Estado conduce al poder de manera más eficaz que el motín.

Desde luego, la técnica para llevarlo a cabo con éxito ha avanzado considerablemente a partir de 1931, pero, sin embargo, el quid sigue siendo el de concentrar las fuerzas en los puntos más débiles: los servicios públicos y los medios de comunicación. Si eso era cierto hace 90 años, ¿qué podemos pensar ahora, en la era del internet y las redes sociales? No olvidemos tampoco que en muchos países los medios masivos están en poder de los compañeros de ruta y de los idiotas útiles.

La “brisa” de Diosdado, que se está convirtiendo en huracán en Chile, no es espontánea como los vientos, los monzones o los tornados, sino el resultado de un largo proceso cuidadoso y profesional de preparación. ¡He ahí la técnica actualizada del golpe de Estado!

Si a Trotski en 1917, con mil hombres y muy poca financiación, le bastaba, ¿qué no puede esperar el Foro de Sao Paulo con miles de periodistas, catedráticos, magistrados, docentes, guerrilleros, explosivistas y políticos, siempre bien coordinados y con inmensos recursos monetarios?

Esta pregunta ineludible exige una respuesta adecuada en materia de prevención, de parte de las autoridades, sobre todo en vísperas del paro anunciado para el 21, que puede dar lugar a desmanes y destrozos como los de Santiago.

¿Sí será todavía verdad en Colombia que “guerra avisada no mata soldado”, cuando se ha pactado debilitar los mecanismos de inteligencia, información y defensa del Estado y se han montado estructuras subversivas como la JEP y la Comisión de la Verdad?

Esta interrogación no es alarmista, como tampoco fue fortuita ni inconexa la caída del ministro Botero, primera víctima de la novedosa doctrina de que no puede defenderse el orden público si por allí hay menores, formulada días antes de esas marchas y aceptada por un autogol oficial.

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Saqueos, incendios y destrucción cruzan fugazmente la pantalla, sin comentarios, pero cualquier acción en defensa del orden público o la infraestructura es condenada como gravísima violación de los derechos humanos, y a continuación viene la estigmatización a escala planetaria, dentro del mayor ruido mediático.

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Ecoanalítica pronostica para este año una caída del 39,1% del PIB venezolano…, y nosotros avanzando tranquilos hacia el abismo…

miércoles, 9 de octubre de 2019

"Lénine", de H. Carrère d´Encausse



Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Autora de 16 libros sobre Rusia a partir de la Revolución, Hèlene Carrère d´Encausse, la gran sovietóloga francesa, née Zourobatchili, adquiere su apellido, sonoro y hasta nobiliario, por matrimonio. Hija de refugiados georgianos, a los 90 años sigue como secretaria perpetua de la Academia Francesa.

Cuando un estudioso amigo puso en mis manos uno de sus libros, “Lénine” (París: Fayard, 1988), recordé los lúcidos análisis que de ella leía en mi juventud sobre el funcionamiento de la URSS, que revelaban los complejos rodajes de esa tiranía, que por entonces parecía destinada a perdurar, avanzando hacia el control del mundo.

Con el dominio del ruso desde la infancia, para ella no sería difícil emprender su interminable exploración de los enigmas y de las realidades del régimen creado por Lenin, tema único e inagotable de esta gran historiadora y politóloga.

Con estos antecedentes se explica el entusiasmo con el que me sumergí en ese extenso texto de 623 páginas, con 17 de apretadas notas, detallada cronología, abundante bibliografía en ruso, francés e inglés y adecuado índice onomástico.

“Lénine” es una obra de consulta, que con “Nicolas II” y “Staline”, completa una importante trilogía. Sin embargo, esta biografía de Lenin no me compele a buscar los otros dos libros, porque, aunque las circunstancias de las acciones narradas son minuciosamente examinadas, el personaje permanece, a mi juicio, alejado del lector, que aunque lo rechaza, no se siente aterrorizado.

La autora, desde luego, no desconoce los horrores de la Revolución ni la crueldad de Vladimir Ilich, pero no se adentra lo suficiente en su alma ni en sus escritos, para ofrecernos el retrato espeluznante del más frio, sanguinario e implacable de los tiranos, porque su ejemplo y su pensamiento han determinado las mayores tragedias, las ocasionadas por sus discípulos —Stalin, Mao, Ho-Chi Minh, los Kim, los Jemeres Rojos, los Castro y ahora Maduro.

La dictadura totalitaria del proletariado, la Checa y el Gulag, resumen la herencia de Lenin, pero sin que el libro recuerde la ideología del personaje: eliminación de todas las instituciones del pasado; exaltación de la revolución, licitud de todos los medios para acelerar su inexorable advenimiento; eliminación de la propiedad privada y de la libertad personal y económica; abolición de la religión; colectivización de la agricultura… y la organización de un partido único, encargado de interpretar la historia y definir la verdad, ejecutor disciplinado de la voluntad irrecusable de un líder infalible y omnipotente.

La lectura de este libro comprueba algunas de mis conclusiones sobre aspectos de la Revolución de Octubre y sus actores, lo que me motiva a referirme a ciertos puntos: En primer lugar, el odio de Lenin por el campesinado es patológico, y por eso, su política agraria no puede ser más contraproducente, de tal manera que la Revolución no tarda en ocasionar la hambruna; y a medida que crece el hambre, Lenin insiste en mayor represión, y por eso manda brigadas encargadas de decomisar los pocos alimentos que quedan en los campos, para abastecer las ciudades, con plenas instrucciones de matar sin contemplaciones, para imponer la colectivización de la producción.

Dentro de ese cuadro aterrador, Lenin, en instrucciones secretas del 19 de marzo de 1922, a Molotov, encuentra una solución:

“Para nosotros, este es el momento, cuanto tenemos el 99% de posibilidades de lograr la destrucción del enemigo [la Iglesia]… Es preciso ahora y solamente ahora, cuando en las regiones hambreadas las gentes se nutren de carne humana, y cuando centenas o millares de cadáveres se pudren en las rutas, cuando podemos y debemos realizar la confiscación de los tesoros de la Iglesia con la energía más salvaje y sin la menor piedad (…) procediendo a confiscaciones brutales e implacables, sin detenerse ante nada, con la ejecución del mayor número posible del clero y la burguesía reaccionaria (…)”.

Estas órdenes fueron respetadas. Solo en 1922, cerca de 8.000 servidores de la Iglesia fueron liquidados (p. 566-567).

Recomiendo este relato a los jesuitas tránsfugas de la teología de la liberación (De Roux, Giraldo, Sosa, y hasta otros más encumbrados), aunque la autora se queda corta, porque no se ocupa de los millares de templos destruidos, de la subsiguiente eliminación del resto del clero, ni del ateísmo virulento en la educación, que llegarán al paroxismo con Stalin y se repetirán en México y España, aun con mayor cantidad de clérigos asesinados, donde la represión de la Iglesia, que no puede faltar en los regímenes leninistas, fue igualmente sangrienta.

Con plenas razones, Mme. Carrère d´Encausse rechaza las afirmaciones, muy repetidas, de que Lenin en sus últimos días intentó corregir el rumbo girando hacia un régimen benévolo, para atribuir a Stalin la brutalidad del comunismo. El libro demuestra la paternidad de Lenin sobre los peores aspectos de la revolución, así como la identidad y continuidad entre las políticas del primero y las de su sucesor. La tardía actitud de Lenin, aislado, inválido y moribundo, en contra de su principal colaborador, no se conoció fuera de su alcoba y se debió a una grosera discusión de Stalin con la mujer del agonizante.

De igual manera, el alegato del autor de El hombre que amaba a los perros”, Leonardo Padura, en el sentido de que, si Trotsky hubiera sido el sucesor de Lenin, posiblemente la revolución no hubiera superado el millón de muertos, contradice la historia terrible de las atrocidades de ese personaje, reseñadas detenidamente en el libro que comento, excelente para quienes no hayan leído mucho sobre Rusia, la Revolución y sus actores. Entre las conclusiones destaco:

“Lenin fue al mismo tiempo un táctico prodigioso y un genio político, inventor de los medios para transformar una utopía en un Estado con pretensiones universales (…) después de apenas cuatro años en el poder (…) ¿Qué otro dictador puede ufanarse de tal éxito? (…) en la historia de un siglo marcado por el totalitarismo Lenin es, sin la menor duda, el único que ha inventado un sistema y dado legitimidad a una obra de violencia e ilegalidad que lo sobrevivió largamente”.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Ante la corrupción


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Ademinas, asociación que reúne egresados de la principal escuela de ingeniería del país, me solicita unas palabras sobre el tema de la corrupción que está desfigurando el país.

En efecto, la corrupción, escasa en los años de nuestra formación, ahora es endémica. Para la generalidad de las personas todavía, afortunadamente, constituye motivo de preocupación permanente, pero al mismo tiempo, una creciente parte de la sociedad se ha enseñado a pensar que la corrupción está tan generalizada en el mundo de hoy, que no vale la pena preocuparse por ella, que es inevitable.

De ahí a pensar que hay que actuar como los corruptos, so pena de no prosperar, hay solamente el cínico paso que tantos políticos, jueces, comunicadores y empresarios, han dado. Consecuencia de esta adaptación es la amplísima audiencia y seguimiento que tienen dirigentes corruptos, personajes que sin el menor rechazo continúan vigentes en las primeras filas de la vida nacional.

La cuarta acepción en el DRAE, “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas, en provecho económico o de otra índole, de sus gestores”, es una magistral definición. Vale la pena detenerse en ella, porque insistiendo en aquello del “provecho económico”, se pasan por alto los provechos “de otra índole”, y se soslaya el hecho de que en la empresa privada abunda también el aprovechamiento indebido para obtener proventos de clientes, proveedores o banqueros…

Ahora bien, actualmente en la política colombiana es imperativo un enérgico discurso anticorrupción. Sin embargo, a las personas que tienen autoridad moral para pronunciarlo, se une una caterva de personajes reconocidamente inmorales, que para mantener su audiencia hacen las peroratas más vociferantes. Esta algarabía, en vez de ser rechazada por su origen torcido, está acabando de convencer a muchos de que ya se pasó el punto de no retorno, que hasta los peores políticos reconocen y censuran; y que el país nada, sin remedio, en un mar de chanchullos, coimas, peculados y prevaricatos.

Cada año, rutinariamente, se dictan nuevos estatutos anticorrupción, dando origen a una montaña legislativa, jurisprudencial y reglamentaria copiosa e inútil, porque “hecha la ley, hecha la trampa”, de tal manera que puede decirse que, a más legislación, mayor corrupción. Un hábil y bien remunerado ejército de rábulas y de contadores oscurecen de tal manera los negocios, que es imposible entender los sofisticados mecanismos para la apropiación indebida, aunque no sea posible ocultar el desmedro de los servicios ni la prosperidad de los gestores.

He escrito, una y otra vez, que la lucha contra la corrupción no es un problema legal sino moral. Nada nos ganamos con leyes, si no somos capaces de llenar concejos, asambleas, congreso, juzgados y oficinas públicas, con personas honestas. (Y en esto de la honestidad, se es o no se es, porque no hay gente “muy honesta”). Me dirán que estoy pidiendo peras al olmo, porque los partidos políticos no van a cambiar, que ahora han llegado a un estado tal, que les impide llevar a la administración y a la judicatura personas íntegras.

Este derrotismo es aterrador, porque en toda sociedad llega un momento cuando rebosa la copa y el pueblo, hastiado, entrega el Estado a un falso moralizador, al Robespierre, al Lenin, al Chávez, o a similares, que es lo que espera a Colombia, si seguimos sometidos a la dictadura judicial alcahueta, y marchando hacia el narcoestado, que no estamos combatiendo y que es la peor manifestación conocida de la corrupción.

Esta reflexión nos debe llevar a la conclusión de que, aunque nos sentimos impotentes porque la lucha es bien difícil, cada una de nuestras actuaciones debe ser ajustada a las más estrictas exigencia morales. Solo una mayoría de ciudadanos correctos puede cambiar el rumbo del país. Aun si no surge el líder providencial que el país anhela, siempre debemos guiarnos por el ideal insuperable de “Trabajo y rectitud”, que preside los claustros de la Escuela de Minas y es válida para todos los ciudadanos.

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No solo es corrupción dilapidar los recursos monetarios y físicos para obtener provecho personal o político. Gastar un año entero para producir 148 páginas de paja jurídica en favor de un narcoterrorista también lo es, y agravada con prevaricato y usurpación de funciones. ¡De igual manera, es corrupción tolerar esa jurisdicción paracriminal dentro del Estado!