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miércoles, 29 de julio de 2020

¿Recuperación sin ahorro?

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín

A raíz de la instalación del ¨Congreso, el gobierno ha presentado varias iniciativas que algunos comentaristas se han apresurado a calificar como el plan para la recuperación de la actual crisis.

Nadie puede negar que son valiosas propuestas en forma de planes sectoriales para la recuperación de empresas, gracias a la provisión de amplias facilidades crediticias, para dotar al país de infraestructura turística en 302 municipios y para fomentar lo que llaman e-commerce, principalmente.

Al lado de estas acciones, más o menos mediatas, el gobierno espera, para el 2022, generar nuevas exportaciones por US $920 millones y atraer inversión extranjera directa por US $11.500 millones. Ojalá estas expectativas se conviertan en hechos concretos.

Sin desconocer la importancia de proponerse metas ambiciosas, hasta ahora falta abordar los temas fundamentales relativos a las finanzas y al gasto público.

Como el país saldrá de la pandemia inmensamente endeudado, con mínimas exportaciones de petróleo y carbón, es previsible una aguda escasez de divisas. Además, habrá millares de empresas quebradas, desempleo superior al 20% de la fuerza laboral, reducción del recaudo de los impuestos sobre ventas y renta. Los fiscos locales experimentarán altísimo debido cobrar por predial y reducción inevitable en los impuestos de industria y comercio. Y como si fuera poco, habrá que atender el servicio de la deuda externa con dólares de 4 o 5.000 pesos, en vez de dólares de 2.500 o 3.000 pesos.

Frente a ese panorama aterrador habrá que apelar a expedientes como: 1. Liquidar reservas internacionales (lo que puede conducir a mayor devaluación del peso, con su incidencia en el servicio de la deuda). 2. Emitir, emitir y emitir (envileciendo la moneda y empobreciendo aun más a las clases desfavorecidas), y 3. Incrementar los impuestos sobre sujetos tributarios exhaustos.

Hasta ahora solo se ha considerado esa tercera opción, a todas luces incapaz de colmar el déficit de tesorería, y menos aun de equilibrar el presupuesto.

No obstante, hay quienes proponen crear una renta básica universal y nadie se atreve a cuestionar los inmensos presupuestos que se desprenden del Plan de Desarrollo de la actual administración.

Ahora bien, si el gobierno se empeña en ejecutar ese plan, todo tendrá que hacerlo a debe. Pero, ¿queda capacidad en la economía nacional para suministrarle esos recursos al Estado? ¿O habrá bancos extranjeros dispuestos a suscribir empréstitos colombianos?

La sola magnitud del déficit de los gastos de funcionamiento y del servicio de la deuda, hace pensar que endeudarse para pagar sueldos y amortizar empréstitos nos llevaría en pocos años a niveles de endeudamiento tipo Grecia o Argentina, es decir, al descalabro absoluto. Y si además se tomase dinero para las inversiones, ¿hasta dónde llegaría el endeudamiento total?

Nadie en sano juicio seguiría el camino del endeudamiento astronómico, así encontrase prestamistas aventureros y especuladores ‒que siempre hay‒ dispuestos a arriesgarse en un país posiblemente inviable.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que llegue una recuperación que haga posible el equilibrio fiscal y presupuestal y el retorno a la normalidad económica? En el mejor de los casos tendremos cuatro o cinco años antes de volver a la senda del crecimiento y el progreso.

Por esa razón es inexplicable que nadie quiera decirle al país que habrá que olvidarse del Plan de Desarrollo (que incluye 39 billones en el cuatrienio, para “cumplirles” a las FARC con inversiones tóxicas), que habrá que aplazar el impagable Metro de Bogotá (cuyo costo ya ha subido unos 4 billones debido a nuestra devaluación); que los tranvías o trenes ligeros prometidos a Medellín no son prioritarios; que hay que desistir del muy costoso (se habla de US $300 millones) voto electrónico, letal además para la democracia.

Ahorro y austeridad, aunque a ningún político le suenan esas palabras, pero habrá que volver a sueldos públicos moderados, a congresistas y magistrados que no cuesten 70 u 80 millones mensuales (ahora tienen emolumentos enormes y están acompañados de abundante séquito burocrático). Tenemos que privatizar empresas oficiales y reducirnos a 10 o 12 embajadas (apenas con un jefe de misión y una secretaria, en oficina modesta), porque ¿qué hacen centenares de embajadores, primeros y segundos secretarios, agregados de lo uno y lo otro, choferes y carros de lujo, en multitud de países que poquísimo nos compran y donde no se nos conoce ni aprecia?

También habrá que decir adiós a “altos” consejeros, magistrados auxiliares, nóminas paralelas, empleados innecesarios, y liquidar centenares de agencias, comisiones y programas no esenciales. ¡Ah, y los deliciosos carros oficiales, cocteles, comisiones al exterior y contratos para promover personajes y políticas!

¡Despilfarrar o ahorrar, he ahí la cuestión! ¡Reconstrucción nacional o catástrofe!, porque si la austeridad no se convierte en la norma suprema del gasto público, el país puede descuadernarse hasta los niveles requeridos para que el desastre electoral nos condene, en 2022, a repetir la experiencia de Venezuela.

***

¡Y como lo hace notar Eduardo Mackenzie, las opulentas embajadas ni siquiera rebaten la desinformación falsa, sesgada o calumniosa contra Colombia que aparece rutinariamente en los grandes medios!

miércoles, 22 de julio de 2020

Pospandemia: ¿Heterodoxia o ruptura?

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín

Nadie conoce realmente el impacto de la pandemia en la economía global, ni en las diferentes naciones, ni en Colombia, ni cuántos años tardará cada país en regresar a su situación anterior.

Los economistas, desde luego, son dados a los diagnósticos y a los pronósticos.

Aquí se nos dice que vamos hacia una caída del PNB del 6%, del 8%, del 9%, según los más pesimistas; y que nos recuperaremos en 2, 3 o 5 años. Y también nos advierten un retroceso de 20, 30 y hasta 50 años en la lucha contra la pobreza y la miseria.

En cambio, hay otras estimaciones plausibles, como afirmar que empezaremos el año 21 con endeudamiento del orden del 60-80% del PIB, con desempleo de 25% y con poco petróleo para exportar a bajo precio, déficit presupuestal del 50-60%, millares de empresas quebradas, creciente dependencia de la coca y de la minería ilegal… Nunca Colombia se ha enfrentado a algo parecido.

La crisis del 30 fue dura para algunos sectores, pero el nuestro era un país donde más del 80% de la población vivía en los campos, que poco sufrió los efectos del krach, a pesar de que los ingresos de la Tesorería Nacional bajaron de 75 millones a 35, obligando al gobierno a suprimir empleos, paralizar las obras públicas y decretar una moratoria de pagos. Pero, para 1934, el país se consideraba recuperado.

Ahora bien, no se sabe cómo se saldrá adelante. Ignoramos cuántos países estarán en situación igual o peor; cómo serán las ayudas, si se dan; cuáles, las exigencias de los acreedores; si el default de tantos traerá un nuevo orden financiero mundial y cómo será la demanda externa de bienes; si cambiarán las reglamentaciones de la OMC, etc.

La situación, sin duda alguna, será diferente en los países “desarrollados”. En general Europa, Japón y los Estados Unidos tienen mejores estructura y activos para superar la crisis que los “subdesarrollados”. En fin, cada caso es único. Allá, los problemas también son terribles, pero por lo menos en la UE ya se trabaja en planes de recuperación del orden de 750.000 millones de euros.

En cambio, entre nosotros no se ha comenzado a preparar el plan de recuperación, ni cuánto costará, ni de dónde va a salir la plata, ni cuándo va a empezar. Lo único que sabemos es que los economistas hablan de otra inevitable reforma tributaria, olvidando a los industriales y comerciantes arruinados, las clases medias depauperadas, las viudas que no perciben los arriendos, las propiedades desocupadas, los desempleados sin capacidad de compra y, en consecuencia, el IVA por los suelos.

Cuando un país afronta situaciones extremas —terribles, pero menos complicadas que la actual—, como conflictos militares, bloqueo, terremotos, sequía, langosta, etc., se hace necesario apelar a las soluciones de lo que se denomina “economía de guerra”. Se hace imperativo entonces un plan para salir del atolladero bajo una dirección única, determinada, y obedecida sin ser obstaculizada.

Colombia no será la excepción, pero lo primero que debe resolverse es qué clase de economía de guerra vamos a tener: una heterodoxia creativa dentro del modelo de libertad económica, propiedad privada y respeto de los derechos humanos, con intervención profunda y grandes sacrificios, u otra rupturista, marxista, colectivista, totalitaria y despótica.

También puede ser que, a partir de 2021, empecemos con una gestión enérgica de la economía dentro del modelo de la economía social de mercado; pero que dos años después este sea sustituido por el caos que precede a la dirección totalitaria de corte castro-chavista.

 No olvidemos que las elecciones de 2022 se celebrarán en un país irreconocible —desempleado, hambreado y deprimido—, cuyo clima hace previsible el irresistible avance electoral de la izquierda revolucionaria. Esta dispone, además, de presupuestos locales, medios masivos, subversión, narcofinanciación, jueces, juntas de acción comunal… y sobre todo, de vocación inquebrantable de poder.

Dentro de un modelo democrático la recuperación, aunque difícil, es posible. Con el marxista, en cambio, es imposible, porque implica la adopción de un sistema improductivo, fracasado y tiránico.

Hay, sin embargo, un enorme problema al que no se le da la adecuada consideración: El desorden constitucional imperante en Colombia, agravado por el Acuerdo Final, inhibe el funcionamiento de los mecanismos eficaces de dirección y gestión económica requeridos para superar la crisis. Por tanto, si no se establece un estado de excepción eficaz y duradero, el pronóstico es reservado.

De ahí que el plan de recuperación reclame un componente de voluntad política, un propósito firme e inmodificable de preservar y proteger lo esencial del modelo económico. Su parte política, entonces, es tan importante como la económica y aun más, porque sin la primera, la segunda es demasiado frágil.

No faltan quienes, desde la “academia”, prediquen el establecimiento de una economía de guerra totalitaria. Es una propuesta seductora, en cuanto responde a la unidad de mando y a la coercibilidad de las medidas que se adoptan inmediatamente y carecen de oposición.

En 1921, el caos revolucionario dio lugar al nombramiento de Trotski para que “la economía fuera gestionada con una disciplina y una precisión militar. Toda la población tenía que ser reclutada (…) y despachada como soldados para llevar a cabo las órdenes de producción” (Figes. La Revolución Rusa, p. 785). El orden regresó al poco tiempo, pero sobre millones de muertos y 70 años de dictadura y pobreza.

He ahí los riesgos de la elección equivocada que amenaza al país, porque una población agobiada no se fija en los resultados de las economías militarizadas de Cuba o Venezuela, y solo está dispuesta a creer en pajaritos de oro.


jueves, 21 de mayo de 2020

Militares bajo juego político


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda (RA)
¿Volverán los militares al poder en América Latina? es la pregunta que ronda por estos días entre analistas del más diverso pelambre, todos empeñados en proyectar rumbos políticos en la pospandemia. Coinciden en mencionar un descontento generalizado de las ciudadanías con la ineficiencia, ineficacia, corrupción e impunidad de los gobiernos tanto de izquierda como de derecha. Parecería que la democracia ahora no satisface a votantes cautivos de camarillas y clanes políticos electoreros. Esta situación abre la puerta, según algunos, para el regreso de estructuras militares, fuertes pero eficaces y menos corruptas. Además, la tropa por lo general pertenece a las clases pobres de los países latinoamericanos. Los de la izquierda totalitaria y represiva, salen al paso recabando las desgastadas historias de desafueros castrenses en Chile, Argentina, Brasil, Guatemala, mientras su bodrio informativo Telesur y otros medios de alquiler, insisten contraevidentemente en hablar maravillas de los regímenes cubano, nicaragüense y venezolano. Y difunden los “sabios” pronunciamientos de Morales y Mujica.

En el caso colombiano, un 86,7 % de simpatía de la opinión pública, es un piso político gigantesco que los militares no saben, no quieren o no pueden manejar, en tanto la refundida moral ciudadana colombiana se resiste a aceptar a asesinos, violadores, secuestradores y narcotraficantes, inmunes y discursivos desde una curul en el congreso ‒la voz del pueblo en democracia‒ con millonarias dietas que pagan campesinos, obreros, trabajadores y empleados. Ese Congreso, sus partidos políticos y la justicia, sufren de un mínimo de credibilidad, mostrando la anemia institucional del país, primer productor mundial de cocaína.

El Ejército Nacional de Colombia ha dado suficientes y duraderas pruebas de su lealtad a los principios republicanos de la democracia colombiana. Es la institución, no empresa como dicen algunos, más querida por los colombianos. Y a lo mejor todos los persistentes escándalos semanales contra ella, son un intento por degradar ese piso político que preocupa a élites corruptas. Ha cometido errores, sí. Algunos garrafales, como el de las ejecuciones extrajudiciales que manchan la historia de su bicentenarismo. Hay casos de corrupción, sí. Entre 320 mil hombres y mujeres, algún torcido habrá. Y la puja por llegar a la cúpula de esta organización altamente jerarquizada y piramidal no está exenta de maniobrerías: si hay codazos por el poder en la Iglesia, en donde se supone que todos sus miembros están en la brega por la santidad…

No son justificaciones, son explicaciones. Pero repetidamente en los últimos años, estamos oyendo a un puñado de personas con oscuros tintes políticos, hablando sobre lo que no conocen ni personal, ni histórica, ni técnicamente. Erosionan la moral de la tropa, esa que evitaron pues no pagaron su servicio militar, ni permitieron que sus hijos lo hicieran, faltaba más. Que arriesguen y entreguen su vida los pobres soldados pobres, para que ellos puedan seguir seguros, cómodos y hablando de oídas, de referencias. Aflojan los nudos para que la institución quede al garete, con armamento y todo, y vaya a parar quien sabe en qué orilla. Y esto se da en un contexto en donde, en el país y en la región, las comunidades permanecen interconectadas y (des) informadas; la rebelión eructa con creciente frecuencia; la pandemia ha sido un buen ejercicio de autoritarismo racional y las tecnologías de control social como las redes G5, tutorada además por expertos chinos, son una tentación mayor en Estados pospandémicos quebrados, con altas tasas de desempleo, pobreza generalizada y violencia incontrolable. Muy fácilmente se puede ceder el turno a gobiernos populistas o militaristas.

Como los militares bajo banderas son incondicionales a la autoridad civil, como tiene que ser, queda la opción política de la reserva activa que goza por reflejo, de la simpatía y credibilidad de los activos. Desafortunadamente los retirados siguen sin encontrar su rumbo, debido entre otras cosas, a que, en un entorno político tan complicado, insisten en actuar con criterios doctrinales de unidad, jerarquía y subordinación. Los llamamientos rígidos por mantenerse en los cánones comportamentales de la milicia deben ceder el paso a posiciones flexibles, sin negociar los principios. Rendir la vanidad de un mando ya inexistente a los azares políticos, es un requerimiento básico. Federalizar el entorno y los objetivos políticos, es una estrategia que se colige de la historia.

Muchas y variadas organizaciones de reservistas, enriquecen la discusión y atesoran conceptualmente las posibilidades políticas de la reserva activa. En fin, las opciones políticas están abiertas para quienes ayer portaron con orgullo el uniforme y hoy son ciudadanos con plenos derechos civiles, entre ellos el de hacer política partidista y electoral, controvertir, disentir, insubordinarse, elegir y ser elegido. Interesante perspectiva política en la pospandemia.

domingo, 17 de mayo de 2020

La confianza


Por Andrés de Bedout Jaramillo*


Andrés de Bedout Jaramillo
En estos momentos de tantas dificultades en el mundo generadas por la pandemia y la desaceleración económica, la recuperación de la confianza es lo más importante.

Tenemos que recuperar la confianza en Dios, creyendo en sus mandatos y en su ejemplo, para poder contar con la fortaleza, la paciencia, la paz y la tranquilidad necesarias, para enfrentar esta y todas las dificultades que se nos presenten en la vida; ejercitarnos espiritualmente, todos los días, con la oración, las lecturas de la biblia y la simple conversación con nuestro señor Jesucristo, nos permitirán confiar en Dios, repito, el único que nos puede dotar de la fuerza, la paciencia, la paz y la tranquilidad requeridas.

Tenemos que recuperar la confianza en nosotros mismos practicando permanentemente valores como el de la honestidad, el respeto y el cariño, con nosotros mismos y con los demás; somos vulnerables, débiles e iguales, siempre ha sido y seguirá siendo así, pero hoy nos lo está recordando la pandemia. Ejercitemos el espíritu y el cuerpo, mucho ejercicio físico, hoy más que nunca tenemos que estar preparados física y mentalmente, para sortear esta crisis, donde tenemos que responder por nosotros, por nuestras familias, por nuestros congéneres y si confiamos en nosotros mismos vamos a cuidarnos para poder cuidar a los demás.

Tener más bienes materiales, más poder, no nos salva de la muerte, ni de la cuarentena, ni del COVID-19.

Tenemos que recuperar la confianza de nuestros congéneres, reconociendo que la tenemos perdida a todos los niveles, porque se nos confundieron las escalas de los valores.

Los que tienen poder y los que no tenemos poder, tenemos la mejor de las oportunidades para recuperar la confianza de los demás, honestidad, verdad, respeto, trabajo, estudio, paciencia, amor y agradecimiento a Dios por darnos la vida para luchar mirando siempre hacia abajo. Todos sabemos que la confianza en el sector de la política está totalmente minada, cuando la política con honestidad, austeridad, respeto y cariño es vital en el funcionamiento del Estado, porque la política es el arte de gobernar sirviéndole a los demás y no sirviéndose de los demás.

Si los políticos se sientan a reconstruir confianza, serán el ejemplo que seguir por los demás sectores de la sociedad, porque la política lo abarca todo.

Colombia cuenta con dos mil millones de dólares, que son como ocho trillones de pesos, para atender la pandemia y los efectos de la parálisis económica, estos recursos hay que cuidarlos para poder atravesar este desierto; no sabemos cuánto tiempo nos vamos a demorar, ni cuántas bajas vamos a tener en el camino, lo único cierto es que, si dilapidamos estos recursos, el camino va a ser más tortuoso.

Por favor, no malgasten este dinero en bienes y servicios que de nada servirán para atravesar el desierto, rindan cuentas exactas de cómo y en qué cuantías lo van utilizando para saber cuánto nos va quedando; no permitan que pícaros se apoderen del dinero, utilizando los miles de trucos para hacerlo desaparecer.

Parece ser mucho dinero y es mucho dinero. Cuánto tiempo se demoró el país para conseguirlo, con el esfuerzo y trabajo de todos, inclusive podría ser muchísimo más, si los ladrones llamados corruptos y los dilapidadores que también son corruptos y ladrones, no se hubieran llevado las inmensas cantidades que se llevaron y que hoy se quieren seguir llevando.

Si reconstruimos confianza, reconstruimos unidad y la unidad hace la fuerza.

martes, 12 de mayo de 2020

De cara el porvenir: pasa el tiempo


Por Pedro Juan González Carvajal*

Pedro Juan González Carvajal
Dice el aforismo popular que la mejor cura o remedio para cualquier mal o cualquier enfermedad, es el paso del tiempo.

En esta cuarentena preventiva que la gran mayoría de los ciudadanos del mundo estamos cumpliendo, la incertidumbre con respecto a lo que pueda pasar y cuándo, es la constante.

Obviamente los medios de comunicación giran todos los días alrededor de la principal noticia que es la pandemia, y dan datos y datos, y en vez de aclarar, más bien confunden. A estas alturas del partido hay cerca de 3.5 millones de contaminados en el mundo y cerca de medio millón de muertos. Y parece que el ejercicio es llevar la cuenta de cómo crecen este par de cifras cada día y cuáles países se llevan el pódium por aportar más fallecimientos.

Si comparamos los resultados actuales con lo que pasó hace un siglo con la llamada Gripa Española, pues uno tendría que aceptar que esto apenas está comenzando y que lo más grave y doloroso está aún por venir.

Otra postura igualmente válida, pero sin soporte histórico, es que esta catástrofe parará pronto, que el nivel de contagios se estancará y que paulatinamente podremos reiniciar nuestra vida normal.

Otra alternativa es que la ciencia aporte la vacuna o el inmunizante que se requiere y que sea accesible para todos los habitantes del planeta, o que nuestros organismos generen sus propias defensas. ¡Amanecerá y veremos!

Decía Pierre Teilhard de Chardin, el gran filósofo, científico y teólogo jesuita que la naturaleza requiere ser podada periódicamente y que las pestes, las guerras y las grandes catástrofes naturales, hacen su aporte en este sentido. Sigue siendo cuestionable la argumentación, pero la sensación general es que somos demasiados los habitantes humanos en el planeta y que de alguna manera el espacio y los recursos son insuficientes para albergarnos con dignidad. La huella demográfica nos muestra que, al iniciar el siglo anterior, en 1900, éramos 1.800 millones de personas, y hoy, al avanzar ya en la quinta parte del Siglo XXI, en el 2020, ya tenemos una cifra superior a los 7.500 millones, lo cual es un crecimiento exorbitante míresele por donde se le mire.

Es ingenuo pensar que este fuerte anuncio que nos hace la naturaleza nos servirá para ajustar las cargas y realizar una maniobra planetaria para ajustar el rumbo que traemos. ¡Ojalá fuera así!

El gran ganador en esta crisis mundial es el hasta hace poco agobiado y anacrónico modelo del Estado Moderno Occidental. Ante la evidencia, es incuestionable que en este momento histórico no existe ningún otro tipo de institución que sea capaz con legitimidad, legalidad o fuerza, de tomar las riendas del asunto y tomar las buenas o malas decisiones que se hayan de tomar, primero, para enfrentar el temporal, luego, para entenderlo y posteriormente para aplicar las estrategias que se requieren para minimizar sus impactos.

Debemos independizar el Estado, del gobierno de turno y claro está, del gobernante competente o incompetente que esté en ejercicio. En las buenas, cualquier imbécil sobreagua. Es en las malas donde se conoce de verdad el talante, la fuerza interior, el buen juicio, la voluntad, el arrojo, la capacidad de convocatoria y el verdadero liderazgo para tomar decisiones y formular estrategias en medio de la confusión generalizada.

Personalmente yo no veo por ninguna parte un mandatario que siquiera se le arrime a los tobillos a un Winston Churchill para enfrentar la crisis, así como tampoco veo por ninguna parte a un Konrad Adenauer que sea capaz de vislumbrar y dirigir la reconstrucción.

Pero es solo mi opinión subjetiva. Tendrán que asumir estos retos los hoy llamados líderes que hay, los presidentes y los primeros ministros de las democracias establecidas, que tendrán que sacar ideas y propuestas de donde no las hay, para evitar que la tentación de los totalitarismos, ante la debilidad de los gobernantes y los sistemas políticos, comenzando por los decaídos partidos políticos, salten y se apropien del escenario social, político y económico, con los ciclos y consecuencias que todos conocemos.

De todas maneras, no perdamos la razón y no olvidemos los aconteceres buenos y malos que nos rodeaban antes de la pandemia, cuyos actores deben ser finalmente exaltados o castigados. No puede servir esta pandemia para que la corrupción, la impunidad y la injusticia sigan galopando alegremente por nuestro país ni por el mundo.

De igual manera, debería haber un estado de excepción orientado a garantizar el manejo pulcro de los recursos que se recogen a través de la solidaridad ciudadana, ya sea en dinero o en especie o al uso transparente de los recursos del Estado, que finalmente son los recursos que todos hemos aportado.

No sé amigo lector a usted cuál tipo de castigo se le ocurre para aplicarle a los malnacidos que hacen mal uso de los recursos públicos para atender a los más vulnerables. A mí personalmente se me ocurren varias cosillas que, por simple pudor, me inhibo de compartir.