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miércoles, 22 de marzo de 2023

¡Lo cogieron en una verdad!

Por José Alvear Sanín

José Alvear Sanín

Se dice que lo más característico de la retórica de Petro es la fabulación, y que su autobiografía, por ejemplo, constituye un tejido de narraciones fantásticas, entre las cuales aquella de que leyó El Capital a los once años no es la más inverosímil.

Los ingleses, tan dados a la ironía, dicen que alguien es “economic with the truth”, para sutilmente esquivar expresiones más directas e hirientes.

En bachillerato, cuando los padres jesuitas eran católicos, nos enseñaban que los pecados contra el octavo, “No levantar falsos testimonios ni mentir”, eran más graves que los cometidos contra el sexto, “No fornicar”, lo que nos lleva a considerar la situación peculiar del padre De Roux, al frente de la Comisión de la Mentira, empeñado en la creación de una nueva verdad.

Pues bien, la economía en materia de verdad une al cura y al guerrillero, porque ambos, en las antípodas del catolicismo, han abrazado la ética leninista, donde es moral lo que sirve a la revolución e inmoral lo que la perjudica. Por tal razón, en ningún caso —léase bien—, considero que Petro o De Roux sean personas inmorales, porque son consecuentes con la ética que han interiorizado.

Aun los individuos más apegados a sus principios, a veces los contradicen con sus actos, sea por interés pasajero, sea por la debilidad propia de los humanos.

En días recientes a Petro lo cogieron en una verdad. Dijo que cuando vivía con la madre de su hijo Nicolás estaba en la clandestinidad, lo que no le impedía arrastrarse hasta las librerías donde, como estaba muy pobre, tenía que robarse los libros. No sabemos si era para tenerlos o para leerlos, porque en su discurso no hay huella de buena literatura ni de ciencia económica.

¡Más afortunado el cura de Roux, a quien jamás han cogido en una verdad!

Imitando la circunspección inglesa calificaremos a Petro apenas de hablantinoso. En él, más bien vibra el docente que diariamente pone su experiencia al servicio de sus compatriotas, para sacudirlos con pensamientos, reflexiones, consejos, interpretaciones, análisis y proyectos, expuestos en un estilo magistral, pero a la vez sintético, que lo consagra como el rey universal del tweet, su apasionante actividad primordial.

Ese enorme esfuerzo por comprimir diariamente tanta sabiduría es, desde luego, agotador, porque su autor procura, y generalmente lo logra, que sus propuestas sean cada día más originales, atrevidas, inéditas y refulgentes.

Como Petro lleva 219 días en el gobierno, es lástima que esos 219 geniales chispazos se reciban como quien oye llover, porque el último atrevimiento hace olvidar el anterior.

En la semana pasada, sin embargo, se destacaron dos: Uno, que cambia el pensamiento social y corrige todo lo que se ha pensado hasta ahora sobre los castigos y las penas que merecen los delincuentes; y otro que conmueve las disciplinas económicas y financieras hasta ahora conocidas.

Es bien sabido que su paternal corazón siente debilidad por la juventud impetuosa. Por eso no solo se conduele de los integrantes de la Mara Salvatrucha, sino que llega a ofrecer paga permanente a los ladrones, siempre y cuando se comprometan a estudiar y realizar trabajo social. Esa propuesta estremecedora convierte a ladrones y atracadores en guías espirituales para la transformación del país, mientras en otros edifican cárceles y detienen a los criminales.

A continuación, quien según su propia confesión fuera el mejor estudiante de economía de su curso, recomienda trasladar inversiones sólidas, rentables y en moneda dura, a un país al borde de la revolución y el caos.

A mediados del siglo pasado nos burlábamos de un jovial analista político que dijo que el propósito de las elecciones no es el de “sacar” votos, sino el de “meterlos” en las urnas; y cuando propuso pavimentar el río Magdalena lo consideramos loco, en vez de elegirlo…

¡Ahora somos menos exigentes!

miércoles, 14 de septiembre de 2022

537 millones para la Academia de Historia y 117.000 para De Roux, en 2022…

José Alvear Sanín

Por José Alvear Sanín*

La lengua, el folklore y la historia están entre los factores que integran una nación. La importancia del estudio de la historia conduce a la pregunta acerca de la libertad con la que debe escribirse, tema sobre el que, a mi juicio, nadie se ocupó antes de Lenin.

Por incontables siglos la historia se basaba en la acumulación de relatos que, poco a poco se fueron codificando al servicio de los estados nacionales. A medida que estos se consolidaban, la historia se alineó con ellos y con sus gestas guerreras e imperiales, pero a nadie se le ocurrió que el gobierno tuviera la función de definir la historia y de atribuirse la última palabra sobre los acontecimientos pretéritos. Estos seguían siendo objeto de versiones y visiones diferentes, libertad que hace apasionante su estudio, porque la verdad absoluta es huidiza. Apenas podemos barruntarla.

En cambio, para Vladimir Ilich la historia es una herramienta para la edificación del socialismo y, por lo mismo, corresponde al partido establecerla, decir qué pasó, por qué, cómo pasó y cómo pasará en el futuro. En función de las necesidades de la revolución, el pasado es maleable y el partido puede modificarlo cuantas veces sea conveniente o necesario.

George Orwell comprendió mejor que nadie el pensamiento de Lenin. Lo resumió entonces diciendo que “quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado”.

Sobre el control de la historia se edifica el Estado totalitario, que elimina toda competencia ideológica para el partido, sea de las iglesias, sea de las concepciones filosóficas, económicas y sociales diferentes. Como dueño y señor de la historia, el partido la va convirtiendo en una especie de deidad a quien rendir cuentas. Así Kruschev, el 18 de noviembre de 1956, después de masacrar a los húngaros, dirá que “La historia está de nuestro lado y los aplastaremos”, y Fidel Castro repetirá una y otra vez que la historia lo absolverá…

El tema es tan interesante como inagotable. Las Leyes de Memoria Histórica y las Comisiones de la Verdad, pueden, en muchos países, hasta multar y llevar a la cárcel a quienes se aparten de la “verdad oficial”. Esa no existía en Colombia, pero como no puede haber comunismo sin pravda (la verdad), del Acuerdo Final con las FARC nació un engendro burocrático, la “Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición”, formada por una caterva de mamertos comprometidos y presidida por un fementido sacerdote de hipócrita careta evangélica.

El cometido de ese organismo no es otro distinto que el de construir “verdad” a la medida del partido, para que la guerra sea la paz, la libertad sea la esclavitud y la ignorancia sea la fortaleza. Por eso no sorprende que el primer compromiso del gobierno comunista de Petro sea el de indoctrinar con “la verdad“ de De Roux.

La matanza, la violencia, la demolición de la economía, el secuestro, la violación de menores, el aborto forzado, se transforman así en actos virtuosos de los luchadores por la libertad, patrocinados, desde luego, por la inefable teología de la liberación, tan diferente de lo que enseñaban los padres jesuitas en sus colegios, in illo tempore.

Después de imprimir las novecientas y pico de páginas falaces en las que dice que lo negro es blanco, y lo blanco, negro, el protervo cura anuncia una investigación sobre la mafia, cuyo previsible resultado será blanquear a las FARC, el ELN y el Pacto Histórico en todo lo que dice al tráfico del alcaloide.

¡En el presupuesto de 2018 se aprobaron 18.500 millones para la Comisión de la Verdad; en el de 2019 se pasó a 81.480; en 2020 se apropiaron 95.824, y en 2021 se llegó a 117.992 millones para la promoción de la falacia y la tergiversación histórica! En cambio, para la Academia Colombiana de Historia, comprometida siempre con la imparcial investigación de nuestro acontecer, se apropiaron 537 milloncitos de pesos.

En el anterior cuatrienio, entonces, se dilapidaron así 313.796 millones en lo que algunos llaman Comisión de la Mentira y otros, Omisión de la Verdad, antro espeluznante, terrible hueco negro, aspiradora insaciable de recursos públicos que Procuraduría, Fiscalía y Contraloría jamás investigarán, a pesar de las juiciosas observaciones de distinguidos personajes como Jorge Enrique Vélez y María Fernanda Cabal, horrorizados justamente por la asignación de sumas ingentes para la propaganda subversiva.

viernes, 1 de julio de 2022

Tres satisfacciones

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Después de un tiempo de ansiedad e incertidumbre, tres alegrías diversas he experimentado esta semana: la 17ª estrella de Atlético Nacional, el informe final de la Comisión para el esclarecimiento de la verdad y el acuerdo nacional que el presidente electo quiere construir con los diferentes sectores políticos.

La estrella. Hincha del verde he sido desde cuando tenía siete años y era un equipo que solo tenía una estrella (la de 1954) y estaba de 12 entre 14 en la tabla de posiciones. Me ha tocado vivir su segundo campeonato en 1976, época en la que descollaban figuras como Raúl Ramón Navarro, Carlos Miguel Diz, Gerardo «el Mono» Moncada, los hermanos Campaz (Víctor y Teófilo), Francisco Maturana y el inolvidable goleador Hugo Horacio Londero, entre otros. No fui, pues, un hincha producto de la primera Copa Libertadores ni de la buena racha del Rey de copas. He padecido los tiempos difíciles en los que los carteles se infiltraron descaradamente en el fútbol y aquellos en los que su jugar mediocre nos puso a sufrir. Mi mayor orgullo fue haber hecho parte del comité asesor del comité ejecutivo del equipo, conocer personalmente a mis ídolos de niño cuando el equipo cumplió 60 años y disfrutar en el Atanasio la conquista de varias estrellas. Después de 5 años de obligados y traumáticos ayunos, por fin la 17 y frente a un gran rival que nos tenía acomplejados. Falta pelo pal moño para evidenciar nuevamente el talante y jerarquía como la que se alcanzó con Oswaldo Juan Zubeldía o Óscar Héctor Quintabani, para citar solo dos de sus mejores directores técnicos. Primera gran satisfacción de esta semana.

La verdad. Sabemos todos que nadie la tiene completa y por eso había que escuchar las verdades parciales de los actores de la guerra y de las víctimas. Nunca se conocerá la verdad completa, pero nos hemos aproximado bastante. Hay quienes han colaborado para su esclarecimiento y otros que, obcecadamente, se han opuesto a que se conozca. Debe ser porque la verdad duele, la verdad es incómoda, pero como decía el filósofo, la verdad es la realidad de las cosas. Por eso la doctora de Ávila hablaba de que la humildad es verdad, porque se trata de ver las cosas como sucedieron, como son, sin exagerar por exceso o por defecto, ni más ni menos. Mi hermano Francisco de Roux, con quien vivo en la misma comunidad, ha liderado un trabajo titánico junto con los otros miembros de la comisión. De felicitar no solo por la seriedad que han querido imprimirle a tan delicada tarea, sino por la fortaleza moral para aguantar tantas calumnias y tantos insultos. Para que este país madure democráticamente, tendremos que aprender a escucharnos con respeto, a debatir con argumentos, a superar la visceralidad con la razón, a tolerar la diferencia, a reconocer las propias limitaciones, a superar los dogmatismos que no es lo mismo que claudicar en los principios. Tarde que temprano la verdad saldrá a flote y ojalá no sea muy tarde pues hay que construir país por encima de nuestras propias mezquindades.

El acuerdo nacional. Tengo que decirlo honestamente. Me ha sorprendido la talla de estadista del presidente electo. Me resulta grato, ya lo dije en mi anterior escrito, su llamado a la reconciliación. Ya no estamos en campaña, ya no es cuestión de populismo. Una lección de democracia ha sido su encuentro con el expresidente Uribe y el tono de la conversación que deja abierto un canal de diálogo. Me ha admirado gratamente el reconocimiento unánime de su mandato. En un país polarizado por años en el que se esperaría un malestar indescriptible por su elección, veo que la gente quiere apostarle a una nueva etapa de país, soñar algo que no sea más de lo mismo. Quisiera creer que lo que he visto esta semana no es un colinchamiento oportunista en el bus de la victoria, sino el deseo sincero de darnos una nueva oportunidad como país. Ni Petro ha sido arrogante con su triunfo, ni sus detractores han dado muestra de ser ciegos obtusos, salvo vergonzosas excepciones de odios recalcitrantes que el expresidente enmarca en la pluralidad de su partido y de ese uribismo del que él mismo se declara curado. Creo que todos estaremos atentos a apoyar lo que nos haga avanzar como país, lo que busque equidad y justicia social, lo que construya patria, estado y nación, lo que nos permita a todos buscar “vivir sabroso” porque estamos en paz superando males perversos que tanto daño nos han hecho como el narcotráfico y sus secuelas, la corrupción con sus tentáculos destructores; la pobreza y el hambre que agobian a millones. Ojalá lo logremos.