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miércoles, 20 de diciembre de 2023

¿Constitución como novela? / 2. Ministro pro-jíbaro

Por: José Alvear Sanín

José Alvear Sanín

El pasado 18 de noviembre, en el más reciente de sus frecuentes viajes para apechugarse con Maduro, Petro asistió a la Feria del Libro Venezolano para presentar allí su autobiografía, Una vida, muchas vidas.

De ese libro se ha dicho que es una obra de ficción total, tan alejada de la verdad como la versión de su autor sobre nuestra reciente historia política y constitucional, reiterada en ese certamen con uno de sus virulentos discursos.

Para él, la Carta es “como un libro de García Márquez, son palabras escritas que no se aplican en Colombia (...)”.

Como de costumbre, nadie se ha detenido a analizar esta asombrosa manifestación, porque parecía ser otra más de las balandronadas, descaches, majaderías, vulgaridades, inconsecuencias, tonterías, groserías, babosadas, fantasías, delirios, extravagancias, chismes, infundios, falsedades, despropósitos, flatos y falsas imputaciones del diario torrente de trinos que expele ese individuo.

Sin embargo, esa afirmación reviste especial gravedad. Nadie ignora la vida al margen de la Constitución y la Ley del guerrillero Petro, desde sus 15 años (1975) hasta la Carta de 1991. A partir de entonces siguió una etapa de aparente sujeción al orden legal, hasta el 7 de agosto de 2022, cuando juró gobernar de acuerdo con la Constitución y la Ley.

Pero si la Constitución tiene apenas la validez de un best seller de Gabo, ¿a qué se comprometió y qué representa para él el orden jurídico?  Si la Carta es una obra de ficción, el juramento de Petro, a lo sumo, será para hacer de su gobierno otra novela, seguramente inferior a las de nuestro Nobel.

De por sí, lo anterior es una gravísima confesión, y lo que sigue será peor, porque el jefe del Estado afirmó a continuación que las normas constitucionales son “palabras escritas que no se aplican”, lo que significa que reconoce que durante los primeros 15 meses de su gobierno la Carta no se ha aplicado...

Cuando un funcionario público no aplica las normas obligatorias para su cargo, comete un número imponderable de delitos. En consecuencias, el doctor Jorge Enrique Robledo acierta denunciando penalmente a Petro por no cumplir con sus obligaciones legales en torno a Ecopetrol, las industrias energéticas y la atención de los asuntos fiscales anexos.

Entonces, docenas de denuncias penales deben presentarse, porque si el gobernante no aplica la Carta, hay centenares de obligaciones omitidas en igual número de sectores.

Ahora bien, cuando alguien se aparta clamorosamente de la realidad para vivir en un mundo propio, irreal e ilusorio, no puede dudarse de que estamos ante un problema psiquiátrico más o menos grave, pero inhabilitante en cualquier caso.

En esa feria caraqueña del libro, Petro concluyó con una grande, veraz e inesperada revelación: “Uno de cada cinco colombianos padecemos de problemas mentales. Son los estudios científicos” (sic).

Si hasta el propio Petro se da cuenta de su perturbación, ¿por qué razón Congreso, Cortes, Fiscalía, Procuraduría y Contraloría no le exigen someterse al examen psiquiátrico correspondiente? Sería por su propio bien y por el del país, desde luego, porque solo con el reconocimiento de la dolencia mental arrancan los tratamientos requeridos por esos terribles trastornos.

                                                                   ***

La locura es contagiosa, como ha venido a saberse por una inconcebible manifestación del ministro de Justicia, después de desmantelar la residual actuación de la Policía contra el microtráfico. El doctor Osuna espetó lo siguiente para mitigar los efectos del decreto que favorece la actividad profesional de los jíbaros:

Querida periodista, lo mejor para su hija es que, con todo el amor que le tiene, le explique cuáles son los riesgos de consumir droga, por qué es nocivo hacerlo, y que si decide hacerlo lo haga en determinadas circunstancias, que lo haga en la casa, que es mejor que en la calle.

Desde luego, en el hogar del ministro y su esposo no se darán diálogos como el siguiente:

—Mami... vení nos fumamos un bareto...

—Ahora no, mi amor, estoy muy ocupada preparando el almuerzo, ¡pero a las 3:00 nos traen un Fentanilcito muy bueno...!

Pensar que la orientación maternal es preferible al consumo en los parques, es la luminosa intuición del ministro, cuyo decreto libera los espacios verdes de toda restricción para el consumo de psicotrópicos, y, por extensión, infiero, para otras actividades hasta ahora rechazadas por la totalidad de las sociedades y culturas. Siguiendo lo que se conoce del pensamiento de este ex catedrático de derecho en el externado, los alcaldes podrán señalar horarios para permitir ciertos actos en zonas determinadas.

Supongo, entonces, que un alcalde progre tendrá que prohibir a los menores el acceso a los parques en las horas autorizadas, por ejemplo, para el esparcimiento de jíbaros, pederastas y pedófilos..., no sea que por imprudencia, irresponsabilidad o desatención a la reglamentación horaria, resulte responsable de una violación.


miércoles, 11 de enero de 2023

La droga, ¿arma de destrucción masiva?

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

La drogadicción no es un vicio explotado solo por las mafias, porque también puede ser un arma de destrucción masiva, sea en manos de grupos criminales o al servicio de poderes políticos.

En Colombia va en camino de pasar de instrumento delictual, para integrarse más profundamente en la estrategia del dominio global, si no es que ya lleva varias décadas sirviendo dentro del ajedrez geopolítico.

Columbro lo anterior, porque en el enfrentamiento de la guerra fría, Fidel Castro, como peón soviético, convirtió la isla en el aeródromo donde recalaba la cocaína de Pablo Escobar en su tránsito hacia los Estados Unidos, afirmación que hago porque, aun antes de que se destapase esa horrenda conexión, el directorio político del narcotraficante llevaba en avión grupos juveniles de Medellín a competir los fines de semana en Cuba, como era de público conocimiento.

A medida que se apodera de amplios y crecientes sectores de la sociedad, la drogadicción la socava y la conduce hacia la inviabilidad moral y política. A propósito, hará bien el lector en recordar las guerras del opio, la primera, entre 1839 y 1842, y la segunda, de 1859 y 1860, que yo, a pesar de cierta moderada anglofilia, considero como el gran baldón histórico de ese país, que hizo un gran imperio.

En la lucha titánica de tantos actores históricos por alcanzar la esquiva hegemonía, en el siglo xix el Imperio Británico despedazó al Español en el hemisferio occidental, mientras en el oriental se encontraba con el inmenso Imperio Chino. El opio fue el arma que acabó con China, para que Londres alcanzara la prepotencia en ambos lados del mundo; y en Hong Kong, los amos del opio mutaron en banqueros, comerciantes, exportadores, navieros e industriales...

La depuración de China reclamó millones de ejecuciones de drogadictos, jíbaros y prostitutas, por parte de Mao…

Ahora bien, dentro de la ética revolucionaria marxista no importan millones de muertos (¿bichos?, ¿gusanos?), si lo esencial es destruir el ancien régime para construir sobre sus ruinas el impoluto hombre nuevo.

Castro no ignoraba el poder de la droga para vencer un enemigo mucho más poderoso. Siguiendo ese ejemplo atroz se dedicó a ayudar a drogar a los gringos, y algo quedó hasta para su familia…

El comunismo colombiano no es ajeno a esa lección, y las FARC primero, y el ELN luego, no solo odian los países capitalistas, sino que también son carteles en el pleno sentido del término. La política del actual gobierno de tolerancia de siembra y exportación de cocaína (dizque menos perjudicial que el petróleo y el carbón y que causa menos muertos que su erradicación), puede interpretarse en términos geopolíticos dentro de la confrontación entre los anglosajones y sus aliados europeos, y los chinos y sus aliados rusos e iranios.

No quiero abundar en este espinoso tema, porque la ambición hegemónica de China no es el único frente en el que la droga juega su papel como arma. Cuando uno contempla la debilidad moral de la juventud gringa, los estragos de la drogadicción en Canadá y Europa y la crisis demográfica de los “países blancos”, la tentación para Beijing de tomar revancha de los ingleses y llenar de drogas a sus rivales es plausible.

Hay otro frente. Si el anterior está motivado principalmente por la ambición imperialista hegemónica, las mafias conducen una guerra contra la sociedad, motivada por el astronómico ánimo de lucro de sus capos, en muchas latitudes.

En Colombia, primer productor y exportador mundial, con un creciente mercado local de cocaína, esta sustancia es el arma de destrucción masiva de una sociedad ya apenas nominalmente cristiana y en la que queda ya muy poco del estado de derecho. Aun con esas limitaciones y defectos nuestra situación es preferible al narcoestado o a la revolución marxista, que avanzan al ritmo de los estupefacientes.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Ante el destape de Petro

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Aun después del completo destape de Petro en la semana que acaba de pasar, quedan muchos que lo siguen juzgando como si él fuera el presidente de la República de Colombia –Estado democrático y civilizado–, en vez de reconocerlo como el jefe de la revolución, que va a sustituir nuestra centenaria República por un Estado bárbaro, que eliminará todo lo que hemos edificado a lo largo de 212 años.

Como presidente de la República Petro es un fracaso. En cambio, como conductor revolucionario es sobresaliente y no ha cometido ninguna equivocación buscando ese fin. En las primeras interminables seis semanas llenó el gobierno de sujetos ineptos para la administración, pero perfectamente funcionales para la autocracia que están montando aceleradamente.

Basta pensar en la reforma tributaria, en la política explícita sobre las industrias extractivas y en la implícita sobre salud, en el estímulo a la ocupación de tierras y en la emasculación de las Fuerzas Armadas, para comprender hacia dónde va el gobierno y la inutilidad de criticar sus determinaciones. Todas ellas son tan inexorables como funestas para la República, pero conducentes a la revolución ya iniciada.

El viaje a los Estados Unidos fue escogido por Petro como escenario para su destape definitivo. El discurso en la Asamblea de las Naciones Unidas es infame desde el punto de vista de la democracia, las relaciones internacionales y el derecho. No corresponde a un jefe de Estado responsable, pero es congruente con el programa revolucionario del “exterrorista”. Desde esa perspectiva es inobjetable.

Petro se erige en un ecologista tan radical como infantil: la cocaína ya es verde, mientras petróleo y gas son elementos tóxicos y letales. Los 4 litros/segundo que consume su jet dejando huella de carbono no valen la pena, porque el gran iluminado fulmina su mensaje salvador desde la principal tribuna mundial, frente a la pobre humanidad que injustamente lo ignora…

Así comenzó el destape de Petro. En tres días decretó el inicio del narcoestado inerme de Colombia y anunció la “compra” de tres millones de hectáreas con bonos basura, para disfrazar la real expropiación de las tierras productivas, sin tener en cuenta ni el posible baño de sangre ni la segura escasez alimentaria, precursora de la hambruna estructural castrista que quiere para Colombia.

El destape se completó luego con el anuncio de una reforma pensional con repartición demagógica para extraños al sistema y expropiación de los cotizantes.

Hasta ahí el destape explícito, al que no podía faltar el implícito, que se dio en la sede de la Open Society Foundations, cuando Alexander Soros celebró la visita de Petro y su séquito, confesando “the importance of our long-standing commitments to the peace process, drug reform and protecting the Amazon” (!!!).

Estamos pues notificados de la triple orientación ideológica del gobierno que padecemos: 1. Castromarxismo. 2. Foro de Sao Paulo, y 3. Agenda legalizadora de las drogas, el aborto, la ideología de género, la eutanasia y la eliminación de cualquier vestigio cristiano en la sociedad, todo esto articulado por el Nuevo Orden Mundial, que promueven los Soros con incontables recursos económicos, mediáticos y políticos.

A Petro le está yendo muy bien, y a Colombia, muy mal. Hay pues que juzgarlo por lo que verdaderamente es y por lo que está haciendo, sin apartarse un milímetro de sus vitalicias obsesiones, nunca disimuladas, y que pondrá en ejecución a cualquier precio, en contra de 50 millones de colombianos, condenados a repetir la tragedia de Venezuela o algo aún peor.

jueves, 7 de marzo de 2019

La implosión, desquite simbólico


Por Andrés de Bedout Jaramillo

Andrés de Bedout Jaramillo
La caída del edificio Mónaco, fue como un desquite simbólico al mal que nos han causado, nos están causando y nos seguirán causando los narcotraficantes, que hoy son guerrilla, paramilitares y bandas criminales y que también extorsionan, secuestran, reclutan menores, forzan deserciones escolares, prostituyen mujeres, obligan abortos, vuelan oleoductos y se apoderan de tierras obligando a sus dueños a abandonarlas, contrabandean, lavan dinero y en el desarrollo de estas y otras actividades más, permearon, permean y permearán, con su sucio dinero, a los sectores público y privado de la sociedad.

Tienen aliados ávidos de dinero, en la política de derecha, de izquierda y de centro; en la justicia, en el comercio, en la industria, en los servicios, en la policía, en el ejército, mejor dicho, podría asegurar que todos los colombianos hemos tenido relación con el narcotráfico, directa o indirectamente, voluntaria o involuntariamente, y el daño que han causado, causan y seguirán causando, es de unas proporciones tales, que acabarlos es prácticamente imposible.

Hoy tenemos más de 300.000 hectáreas de coca, de la que dependen miles de familias campesinas y gran parte del sector de la informalidad, que representa el 50% del sector laboral colombiano. Es tal el poder y la dinámica del sector, que cuando es dado de baja o capturado un cabecilla, inmediatamente es remplazado por otro cabecilla. Ya no alcanzan ni las cárceles, ni las estaciones de policía, ni las brigadas militares, ni los despachos judiciales, para guardar a los delincuentes y eso que faltan cientos de miles por ser judicializados, capturados y encarcelados.

Me tocó tener muy cerca a Pablo Escobar, símbolo del mal en todas sus manifestaciones, y a otros narcotraficantes. Eran mis vecinos en Torrelavega, el primer edificio de oficinas que se construyó sobre la avenida de El Poblado, cerca de lo que hoy es el Centro Comercial Oviedo. Inicialmente el edificio estaba habitado por industriales y profesionales muy prestantes. En los años 70 se presentó una fuerte crisis económica que afectó fuertemente a la industria y al comercio, pero llegó la bonanza de las mafias de la coca, que compraron todo lo que estaba para la venta, a precios que solo ellos podían hacerlo, para blanquear sus dineros, mejor dicho, eran la tabla de salvación para sacarle el mayor rendimiento posible a los inmuebles (oficinas, casas, lotes, apartamentos, fincas, empresas grandes, medianas y pequeñas).

Definitivamente el pasaporte de ingreso a la sociedad, fueron, son y seguirán siendo los dineros de la mafia, el poderío económico que tanto nos gusta a los humanos. De un momento a otro el Edificio Torrelavega fue ocupado por estos personajes de la naciente y poderosa mafia criolla, que todo lo permeaba. Para esa época los narcos no tenían guardaespaldas, se movían por todas partes con la mayor tranquilidad posible. Además de ser admirados y perseguidos, hacer negocios con ellos era lo mejor y las mujeres más bonitas caían a sus pies.

Todos muy amables y saludadores, cuando nos encontrábamos en el ascensor, en los pasillos, en el garaje… en el Torrelavega guardaban los famosos Renault 4 que utilizaban en las carreras y desde allí, hasta salían a trotar para preparase físicamente.

Crecieron sus fortunas de tal manera que se consideraban dueños hasta de la vida de las personas. Se convirtieron en la plaga más horrible, que hoy, 50 años después, todavía nos toca padecer, con paramilitares, cientos de bandas de malandrines, guerrilleros, políticos corruptos y lavadores de dinero infiltrados en todas las actividades. Todo ha sido y es permeado por las mafias del narcotráfico y lo peor, su cultura se arraigó en nuestra sociedad.

Yo personalmente, cuando cayó el Mónaco sentí un fresquito. Allí funcionó la fiscalía durante varios años y me tocó ir a ese edificio. Qué paradoja, porque desmontamos un negocio de separación de basuras, de los paracos mafiosos, protegidos y alcahueteados por políticos y funcionarios, separación que causaba situaciones ambientales terribles, además, a unos costos que estaban llevando a la quiebra a las EVM. La retaliación no se dejó esperar, me denunciaron penalmente por delitos contra el medio ambiente, por derrame de lixiviados cuando yo no había llegado siquiera a la dirección de esa empresa. Al Mónaco fui a rendir indagatoria y a pedir permiso cuando debía salir del país. Fueron cuatro años frenteando el proceso.

En el acto que organizó la alcaldía en el Club Campestre, para la implosión, todos los ciudadanos que en una u otra forma nos hemos visto afectados por el narcotráfico, sentimos un alivio cuando cayó el Mónaco. Fue como la venganza simbólica contra los mafiosos, los guerrilleros, los paramilitares, las bandas criminales, que, con su sucio dinero, disponen de la vida, la honra y los bienes de los colombianos. Qué contrasentido, cuando son las autoridades de los 3 poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, con sus autoridades militares y de policía, las establecidas para defender la vida, la honra y los bienes de los colombianos.

Solo en Antioquia hay más de 80 organizaciones de víctimas, reclamando verdad, reparación y no repetición, mientras los narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y demás bandas criminales, siguen aumentando el listado de víctimas, aumentando la informalidad y las lavanderías de dineros del narcotráfico están funcionando a mil por hora, generando condiciones desiguales de competencia, en todas las actividades de la economía formal. El enemigo número uno de la formalidad es la informalidad.

Si a través de la historia ha servido la legalización del tabaco, del alcohol, de la marihuana, ¿por qué no va a servir la legalización de la coca? Esos torrentes de dinero en la economía formal, serían muy útiles en la lucha contra la inequidad: más salud, más vivienda, más educación, menos hambre, más empleo, inclusive para los adictos, para los indigentes, para los presos.

Dios mío, ilumina a los dirigentes del mundo para definir si en aras del interés general sobre el interés particular, se debe legalizar la cocaína, manejando sus efectos nocivos como se manejan los del alcohol, el tabaco, y aprovechando los efectos medicinales como se aprovechan los del alcohol y la marihuana.