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viernes, 28 de abril de 2023

Reforma a la salud

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

La salud, como la educación, son derechos esenciales, fundamentales. Desafortunadamente, han sido tratados como cenicientas por un Estado ineficiente y corrupto. Siempre les falta recursos, nunca logran total cobertura, podrían ser de mejor calidad. Sin embargo, y a pesar de todo el garrote que le han dado a la famosa Ley 100 que, entre otras cosas, permitió a los particulares gestionarla, creo que nuestro sistema de salud, con todas las carencias y defectos que pueda tener, está mejor que el sistema educativo, y a lo largo de varias décadas ha ido logrando ajustarse, mejorando. Y preciso ahora, cuando comienza a depurarse, dejando de lado EPS mediocres que hicieron de ella un negocio, atendieron pésimamente a sus afiliados y finalmente quebraron, preciso cuando podría avizorarse un mejor futuro, quizás con buena voluntad, pero desconociendo estos avances, se plantea su reforma.

Me preocupa que lo mejor sea enemigo de lo bueno y que por pretender un cambio radical retrocedamos yéndonos al traste y generando un caos incontrolable, de proporciones imprevisibles. Y lo digo directa y claramente: los recursos en manos de la clase política se pierden. Se los roban. El remedio será peor que la enfermedad. También en la gestión privada hay malos manejos, ineficiencia y corrupción, pero creer que el desordenado Estado que tenemos va a ser mejor que lo que tenemos ahora, es ignorar adrede una realidad de a puño. El Estado debería crear mecanismos de auditoría y control de sus recursos, eso es otra cosa, pero no meterse a administrar lo que le queda grande.

El médico del barrio, la farmacia comunitaria, el sobandero de la esquina o la yerbatera popular, pueden sonar bonito y hasta romántico y pintoresco, pero es volver al pasado. Idealizar el modelo cubano que pudo ser en los tiempos de la asistencia rusa ciertamente bueno, hoy día ya no lo es y si no, vayan a la isla y verifiquen. Para nada me interesa defender grupos económicos o particulares que hoy día administran la salud. Pueden tener muchos males que pueden y deben ser mejorados, auditados, controlados, sancionados si son malos, pero estoy completamente seguro de que son mejores que esos recursos y servicios en manos del Estado. Sigue existiendo un vacío de Estado en muchos de nuestros municipios donde se evidencia que no hace presencia. No lo hace allí y ¿podrá manejar la monstruosa cantidad de gente que acude hoy día al sistema de salud? No lo creo.

Creo que al gobierno actual le asiste la buena voluntad de querer mejorar la salud para los más pobres, los más necesitados, esa enorme masa de gente sin recursos que no puede aportar al sistema contributivo y que tiene que acogerse al subsidiado, al Sisben. Eso es correcto, legítimo, justo. Pero no puede acabar con lo que ya funciona y ha mejorado. Tiene que inventarse otra manera de administrar sus recursos para atender a esta gente y lo puede hacer desde la estructura que ya funciona, dándole músculo y, repito, controlando y auditando para que esa plata invertida no se despilfarre, no se pierda. Hay que construir a partir de lo bueno, no acabándolo. Una mala reforma sí que conducirá a un estallido social de nefastas consecuencias. Que lo mejor no sea enemigo de lo bueno. Que el remedio no sea peor que la enfermedad. Esa es mi preocupación como ciudadano de a pie.

Coletilla: Escritas estaban estas líneas cuando el presidente desató la crisis ministerial, dijo adiós a la coalición de gobierno y sacrificó a buenos ministros, todo por esta reforma que pudo darse si la crasa terquedad de la ministra no hubiese sido tan absurda, actitud contumaz que también le costó el puesto.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Prudentes amenazas... para no renunciar

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

La reforma de la salud, tan letal como antitécnica, no es debatible, modificable ni corregible, porque obedece a una obsesión a la vez ideológica y patológica que comparten Petro y la ministra Corcho. Como inexorable reforma comunista, su propósito no es otro que la destrucción de todo el sector. Por tanto, no se trata de mejorar el sistema sanitario, sino de cambiarlo a las volandas por otro, inspirado en el cubano —el peor posible, porque la miseria no genera salud—, para igualar por lo bajo la atención.

A la destrucción del modelo asistencial seguirán la del sistema pensional y la del orden laboral. Y luego las de docenas de sectores amenazados por las facultades que otorga al gobierno el Plan Nacional de Subdesarrollo, como en un dominó macabro, para arrasar con la libertad económica y social.

La defensa del sistema de salud reúne las voces de sus administradores, de los salubristas, los médicos, los pacientes, los economistas, en un bien afinado coro al cual se enfrentan solo algunos marxistas fanáticos, con manidos sofismas. Pocas veces un proyecto ha merecido un rechazo tan categórico.

Bastaría pensar en los estragos que causará la regresión sanitaria de Corcho, para suponer una vigorosa oposición parlamentaria a tantos desatinos, pero, por desgracia, el precio del voto de sus integrantes aumenta en razón directa de la desmesura y torpeza de los proyectos de ley de Petro.

El expresidente Gaviria, cuyo gobierno inició el sistema de salud actual, ha fijado múltiples líneas rojas en esa materia, pero como pasó con la Tributaria, sus congresistas probablemente lo desautorizarán de nuevo, porque la mermelada supera ampliamente los principios y la razón. Y los Petro-godos ni siquiera se fijan “líneas azules”.

Por esa razón, la única posibilidad de detener la locomotora de Corcho hubiera sido la renuncia de los tres ministros que se manifestaron en contra: Alejandro Gaviria (antiguo titular de Salud, que escribió un memorando incontrovertible en contra del despropósito); Cecilia López Montaño y José Antonio Ocampo. Los tres son laureados y experimentados economistas que comprenden mejor que nadie los horrores y los errores de la reforma y su impacto negativo sobre el bienestar de la población y el progreso social del país.

Ha trascendido que presentaron una prudente y asordinada amenaza de renuncia, si el presidente persistía en defenestrar a Alejandro Gaviria y seguir por esa aterradora senda. Pero el berrinche se disipó con rapidez, porque a los tres “díscolos” se les prometió —al parecer— diplomático olvido de su inane rebeldía, para que todos quedaran contentos…

Como los políticos no saben decir no, también ignoran el verbo renunciar.

Estos tres grandes e ilustres economistas hubieran podido pasar a la historia deteniendo el proyecto de ley más perjudicial, debilitando, además, un gobierno funesto, pero en vez de defender la salud del país, prefirieron la mediocridad del sueldo y el carro oficial…

Cecilia, Alejandro y José Antonio, me recuerdan a un cínico que decía: “Solamente he renunciado una vez a Satanás, a sus pompas y sus obras, porque estaba muy niño, y eso me ha pesado toda la vida”.

lunes, 6 de febrero de 2023

Salud, pensiones y corrupción

En su editorial de la semana, para El Pensamiento al Aire, el doctor Antonio Montoya H. habla sobre la reforma a la salud, la reforma pensional, las víctimas que no han logrado obtener la verdad, justicia y reparación, las amenazas del narcotráfico a la familia del presidente del Congreso, Roy Barreras y el flagelo de la corrupción. No dejes de verlo.