Por José Leonardo Rincón, S. J.
La
salud, como la educación, son derechos esenciales, fundamentales. Desafortunadamente,
han sido tratados como cenicientas por un Estado ineficiente y corrupto. Siempre
les falta recursos, nunca logran total cobertura, podrían ser de mejor calidad.
Sin embargo, y a pesar de todo el garrote que le han dado a la famosa Ley 100
que, entre otras cosas, permitió a los particulares gestionarla, creo que
nuestro sistema de salud, con todas las carencias y defectos que pueda tener,
está mejor que el sistema educativo, y a lo largo de varias décadas ha ido
logrando ajustarse, mejorando. Y preciso ahora, cuando comienza a depurarse,
dejando de lado EPS mediocres que hicieron de ella un negocio, atendieron
pésimamente a sus afiliados y finalmente quebraron, preciso cuando podría
avizorarse un mejor futuro, quizás con buena voluntad, pero desconociendo estos
avances, se plantea su reforma.
Me
preocupa que lo mejor sea enemigo de lo bueno y que por pretender un cambio radical
retrocedamos yéndonos al traste y generando un caos incontrolable, de
proporciones imprevisibles. Y lo digo directa y claramente: los recursos en
manos de la clase política se pierden. Se los roban. El remedio será peor que
la enfermedad. También en la gestión privada hay malos manejos, ineficiencia y
corrupción, pero creer que el desordenado Estado que tenemos va a ser mejor que
lo que tenemos ahora, es ignorar adrede una realidad de a puño. El Estado debería
crear mecanismos de auditoría y control de sus recursos, eso es otra cosa, pero
no meterse a administrar lo que le queda grande.
El
médico del barrio, la farmacia comunitaria, el sobandero de la esquina o la
yerbatera popular, pueden sonar bonito y hasta romántico y pintoresco, pero es volver
al pasado. Idealizar el modelo cubano que pudo ser en los tiempos de la
asistencia rusa ciertamente bueno, hoy día ya no lo es y si no, vayan a la isla
y verifiquen. Para nada me interesa defender grupos económicos o particulares que
hoy día administran la salud. Pueden tener muchos males que pueden y deben ser
mejorados, auditados, controlados, sancionados si son malos, pero estoy
completamente seguro de que son mejores que esos recursos y servicios en manos
del Estado. Sigue existiendo un vacío de Estado en muchos de nuestros
municipios donde se evidencia que no hace presencia. No lo hace allí y ¿podrá
manejar la monstruosa cantidad de gente que acude hoy día al sistema de salud?
No lo creo.
Creo
que al gobierno actual le asiste la buena voluntad de querer mejorar la salud
para los más pobres, los más necesitados, esa enorme masa de gente sin recursos
que no puede aportar al sistema contributivo y que tiene que acogerse al
subsidiado, al Sisben. Eso es correcto, legítimo, justo. Pero no puede acabar
con lo que ya funciona y ha mejorado. Tiene que inventarse otra manera de administrar
sus recursos para atender a esta gente y lo puede hacer desde la estructura que
ya funciona, dándole músculo y, repito, controlando y auditando para que esa
plata invertida no se despilfarre, no se pierda. Hay que construir a partir de
lo bueno, no acabándolo. Una mala reforma sí que conducirá a un estallido
social de nefastas consecuencias. Que lo mejor no sea enemigo de lo bueno. Que
el remedio no sea peor que la enfermedad. Esa es mi preocupación como ciudadano
de a pie.
Coletilla:
Escritas estaban estas líneas cuando el presidente desató la crisis
ministerial, dijo adiós a la coalición de gobierno y sacrificó a buenos
ministros, todo por esta reforma que pudo darse si la crasa terquedad de la
ministra no hubiese sido tan absurda, actitud contumaz que también le costó el
puesto.