José Leonardo Rincón, S. J.
Siempre he creído en el valor del cambio.
Connota evolución, mejora, dinamismo. Nada más dañino que el estancamiento, el
apoltronamiento, el dormirse en los laureles, vivir de la renta. Pero también
he aprendido que no se trata de cambiar por cambiar. Hay asuntos en la vida que
merecen también estabilidad, conservación, mantenimiento. Quizás requieran
ajustes, mejoras, pero que no se pueden desechar sin más. También la vida me ha
enseñado que las cosas no cambian de la noche a la mañana y que si se quieren
cambios de fondo, que valgan la pena y que sean de largo aliento y duración hay
que pensarlos muy bien, prepararlos con tiempo, verificar su real pertinencia,
implementarlos juiciosamente y garantizar en lo posible su bondad y beneficio
por el positivo impacto que tendrán. De entrada, se descarta que obedezcan a
caprichos personales y satisfacción de egos.
Sin duda alguna, este país nuestro tiene muchas
cosas para cambiar. Tiene, como todo, cosas maravillosas como su estratégica
ubicación geográfica, sus tierras, cultivos y paisajes, su fauna y flora, el
estar bañado por dos mares y contar con ricas fuentes hídricas, gente alegre,
buena y acogedora, por mencionar algunas pocas de esos tesoros, pero también
tenemos muchos asuntos realmente vergonzosos, todos ellos provenientes de
nuestras taras, defectos, complejos y males que en lo individual y cultural
poseemos. Como cantaba Piero en su canción “Yo soy”: somos “un montón de
cosas santas mezcladas de cosas humanas, como te digo, cosas mundanas”.
Lamentablemente, el propósito del cambio en que
nos han embarcado traumáticamente, porque los quieren hacer todos al tiempo,
tiene errado el foco. La reingeniería social que ineludiblemente hay que hacer,
no comienza cambiando de tajo y abruptamente las instituciones si no se ha
previsto un cambio en las personas que están tras ellas, pues el resultado ya
evidente es que con esa vuelta canela quedamos en el mismo sitio o peor. El
giro de 360 grados, tan revolucionario como parece, simple y llanamente nos deja
en el mismo lugar, solo que mareados y con náuseas.
El cambio debe comenzar en el ámbito personal y
hecho a fondo. En tanto no cambien las personas, no van a cambiar las
instituciones. Y el Estado, propiamente que digamos, no es modelo de virtudes
éticas. Por eso se equivocan también buscando cambiar la educación para dejarla
bajo el control del Estado. Ese es un modelo fallido que históricamente ha sido
equívoco. La libertad de enseñanza ha sido una bandera de la escuela católica,
precisamente porque se ama apasionadamente el ser libres y auténticos, bien
diversos y plurales y no todos clonados bajo el mismo modelo. Un tema para
seguir conversando, pero ya es hora de publicar estos pensamientos en voz alta.
¡Hasta pronto!