Recordemos que somos
contemporáneos todos aquellos que estamos vivos en un mismo momento del tiempo,
como es el caso de nosotros, de un bebé recién nacido y de un anciano de 110
años.
En cambio, los coetáneos somos
aquellos que nacimos en el mismo año, es decir, pertenecemos a una misma
cosecha y por qué no, enmarcamos con mayor precisión una generación hecha a la
medida.
Para los contemporáneos, los
hechos históricos son más o menos comunes, mientras que, para los coetáneos,
son verdaderas vivencias y aproximaciones desde una óptica más homogénea.
Se podría aseverar que es más
fácil la comprensión de la realidad entre coetáneos que entre contemporáneos,
aun cuando ambos estamos influenciados por nuestras propias características e
intereses individuales en términos de formación, experiencia, capacidad de
análisis, objetividad y ejercicio de la tolerancia.
Para mis compañeros de colegio
que entramos todos mínimo de 8 años a primero elemental, es apenas obvio hablar
del Teatro Junín, del aviso de Coltejer, de la construcción del Edificio
Coltejer y de la Avenida Oriental, de los Juegos Centro Americanos y del Caribe
de 1978, de las distintas fases de ampliación del Estadio Atanasio Girardot,
del tortuoso camino recorrido por nuestro Metro hasta ser una realidad, de la
Copa Libertadores de Nacional, del narcoterrorismo, de la llegada de “La Gorda”
de Botero al Parque de Berrio, entre otros varios hitos recientes de nuestra
parroquial historia.
A lo anterior hay que agregar el
espacio geográfico en el cual se desenvuelve nuestra vida, pues el ritmo y
dimensión de los acontecimientos no es de igual proporción y magnitud en todas
partes del planeta.
Veamos por ejemplo unos ejemplos
simples de aquellas noticias de violencia propias de nuestra ciudad desde los
años sesenta.
Se traen las tristes historias y
las fábulas de la violencia partidista, de los bandoleros, de cómo se
abandonaba el campo y eran asesinados campesinos y finqueros. Nombres como el
de Sangre Negra generaban escozor entre los habitantes de la villa de entonces.
Algunos nos acordamos con pavor
del primer secuestro y asesinato de un niño llamado Germán Fernández Madrid por
parte de Pedro Nel Goez Tavera y Ester Palacios en 1965.
De igual manera, el apodo de Carevieja, dado a un criminal, nos llenaba de espanto.
Fue en 1968 cuando Posadita
asesinó y descuartizó a Ana Agudelo en el Edificio Fabricato y empacó y
esparció por los tejados vecinos partes de su cuerpo, toda una tragedia que nos
conmocionó en ese momento histórico.
Era la época de los crímenes y criminales
individuales y no se hablaba todavía del crimen organizado o de las
organizaciones delictivas de nuestro tiempo, que comenzaron a llamarse bandas
para robar bancos o residencias y luego verdaderos imperios criminales
alrededor de la droga y otro tipo de actividades ilícitas.
Se divulgaban como hoy, de
manera morbosa, algunas noticias amarillistas y rojas, y programas radiales
como “La ley contra el hampa” nos hacían tener confianza en las
autoridades.
Todos sabíamos que “La Bola” era
el carro que utilizaba la Policía para transportar a quienes estuvieran
haciendo fechorías a la respectiva Inspección de Policía.
Eran los periódicos y la radio
quienes nos informaban, no siempre en vivo y en directo, como lo comenzamos a
observar con la aparición de la televisión.
Hoy por hoy, la cosa es más
distinta, para peor. El crimen se ha globalizado y hoy tenemos que reconocer la
existencia de múltiples y variados tipos de violencia que van desde los
conflictos intrafamiliares hasta los conflictos bélicos entre países, llegando
a escaladas de tipo planetario a través del desarrollo tecnológico y el
armamentístico.
Antes nos matábamos
individualmente y hoy lo hacemos de manera masiva o también de manera
particular a través de sofisticadas tecnologías entre las cuales reconocemos a
los drones militares.
Somos testigos de cómo se
desenvuelven conflictos en diferentes partes del planeta y cómo nuestra “Bella Villa”
se ve afectada también y en orden creciente por diferentes tipos de delitos que
configuran un marco de inseguridad que a todos nos impacta.
Habrá que seguir luchando para
que nuestro vividero siga siendo amable y podamos existir con algún mejor nivel
de tranquilidad al que hoy tenemos.
Recordemos a Max Born, Premio
Nobel de Física en 1954, cuando decía: “La creencia de que existe una sola
verdad y de que uno mismo está en posesión de ella me parece la raíz más
profunda de todo el mal en el mundo”.