Por José Leonardo Rincón, S. J.
En
estos días, entrado a fondo el conflicto en Oriente Medio, el primer ministro
israelí, Benjamín Netanyahu, ha rechazado cualquier posibilidad de un alto al
fuego por considerarlo una derrota inaceptable ante Hamás, el grupo terrorista
que propició la barbarie que estamos presenciando. Citando el texto bíblico de
Eclesiastés 3, 8 ha recordado al mundo que hay “tiempo para la guerra y tiempo para la paz” y que ahora es tiempo
de guerra.
A este hombre nacido en Tel Aviv en 1949 se le
nota que no vivió en carne propia el holocausto nazi, que no sabe lo que es
vivir odiado, errante y perseguido por todo el mundo y que desconoce la trágica
historia de sus antepasados, esclavizados en Egipto, desterrados en Babilonia,
avasallados por persas, griegos y romanos, colonizados y maltratados por los
grandes imperios y casi desaparecidos en la Segunda Guerra Mundial por un
demente que juró eliminarlos de la faz de la tierra. No ha citado la ley del
talión, pero la practica muy bien: “ojo por ojo, diente por diente”.
Los textos sagrados para judíos y musulmanes,
Biblia y Corán, dan para todo y son citados según conveniencias e intereses en
juego. Entendida de esta manera, se convierte así la religión, nuevamente, en
promotora de conflictos, derramamiento de sangre y muerte: ¡qué desgracia!
Creo que el ser humano, nunca como ahora, ha
logrado un progreso científico de manera exponencial. Nunca había demostrado tanta
evolución y desarrollo y, a la par, nunca había sido tan rastrero y se había
comportado tan estúpidamente. Increíble. Esa condición nuestra de la que hace
poco hablaba en este espacio, es paradójica, contradictoria, incoherente,
desconcertante. No aprendemos las lecciones históricas de la vida, pronto
olvidamos el pasado, recurrentemente nos equivocamos, reincidimos en nuestros
errores, nos negamos a la sensatez y la cordura.
Lo que hizo Hamas fue abominable y debe ser
rechazado totalmente. Sin embargo, no fue gratuito: fue la respuesta violenta a
otra violencia sistemática aplicada contra el pueblo palestino por décadas. La
espiral de odio, venganza y muerte ahora encuentra nueva justificación para
exacerbarse de lado y lado. La consigna mutua es exterminarse y no parar hasta
lograrlo. ¿A dónde nos va a llevar esta locura?
La ONU nació en 1948, concluida la guerra que
cobró 60 millones de muertos, entre ellos 6 millones de judíos, como un anhelo
humano de construir un mundo mejor, donde todos tengamos cabida y nos miremos
con respeto. No ha sido posible. Las pasiones humanas, los egos ensoberbecidos,
la voracidad del querer tenerlo todo, la insaciabilidad del pretender dominarlo
todo, nos conduce de nuevo a otra debacle. Tan inteligentes y tan brutos.
Es verdad, todo tiene su tiempo, pero ojalá estos
fueran tiempos de paz, de perdón, de reconciliación, de amor… ¿Será que algún
día lo lograremos?