Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
Este es mi testimonio sobre la vida que conozco
de un gran hombre. Para mí, mucho más que un verdadero amigo, es un ejemplo de
vida y un líder digno de seguir y luchar a su lado. Este es mi recuento de lo
que encarna una persona extraordinaria, gran ser humano, virtuoso chalán,
magnífico compañero de viaje, hombre de familia, patriota y estadista de
inconmensurable naturaleza.
El Uribe que yo conozco es un ser honorable y
cumplidor, de mente lúcida y corazón espléndido, un noble guerrero de las
causas justas e incansable defensor de la libertad, el orden y la democracia.
Es un hombre íntegro, honorable y de palabra. Señor y caballero, un ser humano
sencillo y bondadoso. Sin duda alguna, Uribe representa la encarnación
caracterizada de los valores más puros de esa inconfundible cultura honrada,
laboriosa, decente, confiada, austera, franca y sincera, tan propia del
campesinado antioqueño.
En su persona confluyen los valores elementales
del hombre de campo y de a caballo, transformados en un gran líder que representa
la integralidad del demócrata humanista y la universalidad del gran estadista
reconocido mundialmente. Su condición humana, bondadosa, compasiva y crédula y
su trato en extremo respetuoso, en veces convierten en fallas sus virtudes a
manos de los abusos del descaro ajeno, y en ocasiones resulta siendo envidiado
por la aversión propia de los colgajos del poder político, mientras lo respetan
y admiran grandes líderes y comunes, a lo largo del mundo occidental.
El Uribe que yo conozco, es la viva representación
humana de lo mejor que da esta tierra. Es carácter y semblanza de la ardua
geografía de este hermoso trópico infernal del que deriva una gama
extraordinaria de culturas, y entre ellas, está la de los antioqueños o paisas
como nos denominan en las demás regiones del país.
Antioquia es un pesebre lleno de flores y
selva, de montañas que tienen en sus adentros un gran un tesoro escondido, de
laderas y cañadas donde el hombre, la mujer y las bestias amanecen y terminan
cada jornada desafiando la fuerza de gravedad y el poder de la naturaleza.
Donde sacarle un céntimo a la tierra requiere a más de fe en el creador, una
inagotable devoción al trabajo y esa determinación que apodamos, “verraquera”.
Uribe representa nuestra cultura, forjada por
la tenacidad de quienes hace 500 años entraron en la montaña y, a lomo de mula,
poblaron estrechos valles y crestas de cordilleras en búsqueda del valor
aurífero de sus arenas y vetas rocosas, que luego invirtieron en el exquisito y
virtuoso cerezo que copó nuestras laderas y conquistó con su aroma el mundo
entero. Oro y café, que sirvieron de cace para iniciar el desarrollo de una
cultura industriosa y de un comercio sano que llevaba por garantía la palabra
empeñada del arriero que cuida con su vida la encomienda. Y así es el Uribe que
conozco.
En Antioquia, las familias amén de extensas,
labraron su distinción sobre el valor del reconocimiento de la honorabilidad y
la honradez y los dones humanos de cada individuo, que no por aquello “del
metal de vos”. En Antioquia, el respeto lo da la igualdad. Allí se mira a los
ojos a todo mundo, pues sus gentes crecieron entre el trato libre, franco y
respetuoso, sin odios ni distinciones, que representa un espíritu de
independencia que le dio a esta la tierra marcada por la austeridad y la
sencillez, su prosperidad, ajena de toda discriminación económica o social.
En 1995, siendo él gobernador y yo director de
Proexport – Colombia en la Florida, hablamos en mi casa de su candidatura
presidencial. Aquel gobernador activo que promovía el programa batuta para que
un niño que amara un instrumento musical no empuñara jamás un fusil, y que ya
entonces era objetivo militar de FARC, ELN y toda suerte de organizaciones
criminales, pregonaba la sana convivencia democrática dentro de la legalidad,
la libertad y el orden, y practicaba la austeridad en el manejo de la hacienda
pública y la lucha contra la corrupción y el clientelismo. Ya tenía listas las
premisas de su discurso de posesión. Él partió a Inglaterra, yo hice empresa, y
recuerdo que me dijo “trabaje duro que en unos años voy a necesitar ayuda”.
Manejó luego mi padre sus dos campañas
presidenciales en 2001, 2002 y 2006, y forjaron ambos una relación de cariño y
mutua admiración extremadamente respetuosa de la cual tuve siempre el privilegio
de ser testigo presencial. Ambos liberales, tenían una firme identidad de
criterio sobre la necesidad de hacer un gobierno con un profundo contenido
social y un juicioso manejo de la economía en función del crecimiento.
Conozco bien los principios de Uribe, pues
ambos venimos de familias que han sostenido la amistad sobre los mismos valores
forjados por ancestros cultos que pasaron el Cauca, abrieron el monte e
hicieron trochas por las que transcurrió la colonización y el progreso del
Suroeste del departamento. Sus abuelos paternos, don Luis Uribe y doña Celia
Sierra se frecuentaban con los míos, don Luis Guillermo Echeverri Abad y doña
Lucia Correa Arango. De Alberto Uribe Sierra, de su hermana María Elena y de
sus parientes políticos, los Mesa, fue amigo mi padre; un cariño y apreció que
heredé, pues nos une además de una vocación de servicio a la sociedad, una
desmedida afición por el campo, el ganado y especialmente por el caballo.
A Álvaro Uribe y a sus hermanos los vi muchas
veces en mi infancia al lado de su padre en las exposiciones ganaderas de
Medellín en el coliseo Aurelio Mejía, el recuerdo es tan claro como las
imágenes de la coqueta yegua Postal, el compás del tostado Candelazo, y la
presencia del Petrarca azabache.
De cuando apenas terminaba yo la primaria,
recuerdo el primer logro social y político de Uribe al conseguir la jornada
continua en la educación del Departamento, para que los estudiantes pudiéramos
trabajar para ayudar económicamente en la casa o empezar a formar un principal.
Recuerdo también una vez que fuimos a jugar baloncesto al Colegio Jorge
Robledo, ver a Uribe parado en un muro desde donde decía que sería presidente
de los colombianos.
Famosos fueron sus debates, legendarios en la
turbulenta Universidad de Antioquia, donde unos pocos manifestaban la rebeldía
propia de los 60, llena de espíritus exaltados por la ilusión revolucionaria,
toda una época donde nació la “burgués mamertería” y la altanería palurda que
con piedras salía manifestante en contra de las ventanas del comercio y la
policía. Entre los cargos ocupados en que más se destacó están la Dirección de
Aeronáutica Civil, la Alcaldía de Medellín, la Gobernación de Antioquia, y sus
dos encargos como senador y presidente. He sido testigo de muchas aclamaciones
y honores con los que Uribe ha sido distinguido en decenas de países y
organizaciones internacionales, de su devoción por la promoción de Colombia en
el exterior y su inconmensurable trabajo en defensa de la democracia
hemisférica, a lo cual se dedicó entre 2010 y 2014.
A golpe de trabajo, sencillez e inteligencia,
de un trato amable a las personas, desde la secretaría general de EPM inició
una brillante carrera pública administrativa. Destacada fue su militancia
política en las bases liberales, desde donde fraguó una trayectoria dedicada al
servicio social y a la mejora de la calidad de vida del ciudadano colombiano.
Desde su actuación como liquidador de las minas de la Choco-Pacific, este
hombre, aunque controvertido por algunos, es el autor de la Ley 100 que marcó
un gran progreso en nuestra seguridad social y ha sido el más asiduo defensor
del trabajo y los trabajadores en Colombia.
Uribe, a diferencia de la gran mayoría de los
“políticos” actuales, no vive de la política, de gestiones ni intrigas
clientelistas, es ante todo un empresario del campo que siempre ha pagado
nómina y ha generado empleo. Su virtuosa formación y su espirito laborioso le
ha permitido ir arando un principal ganadero que con los años se convirtió en
un modelo social de empresa agropecuaria compartida con quienes han sido a lo
largo de los años sus más importantes colaboradores en el fértil valle del
Sinú.
Y es que este hombre despierto, atento, rápido
en la respuesta, gentil y respetuoso de todos por igual, nunca para. Camina
ligerito, no deja de observar y comentar, ni menos perder algún detalle sobre
temas tan variados como la economía del país, los problemas globales, las
características de la geografía, de los suelos, los árboles y los pastos, la
belleza de las especies o los dolores que aquejan a cada comunidad y a cada
rincón de su país o de aquellos países por los cuales ha recorrido.
Uribe es un ser único, un hombre valiente, de
profundas convicciones con un propósito de servirle a Colombia y al hemisferio,
que es apenas comparable a lo insultante que resulta su gran memoria. Al Uribe
que conozco no se le pasa detalle, saluda a todos por su nombre, les recuerda
con cariño sus menciones pasadas a dolencias y alegrías. A todo aquel con que
se encuentra, le habla con cariño sobre cada registro vivido o cada
conversación del pasado que almacena, no sé cómo, en su cabeza, el disco duro
más grande que uno se pueda imaginar.
Uribe ha educado sus hijos con amor y con
firmeza. Les ha exigido ser amables y correctos en su conducta y sus maneras,
les ha dado un gran ejemplo de laboriosidad que los ha convertido en valiosos
empresarios, amigos y padres de familia. Su relación con la gran mujer que es doña
Lina Moreno se resume en un trato sincero, franco, dulce y amoroso, en un
complemento de posiciones tan diversas en su forma como afines en su esencia,
en una relación en la cual se comparten con respeto las sencillas alegrías que
componen la cotidianeidad del campo, las grandes preocupaciones sobre toda la
nación y las alegrías y tristezas propias de dos seres que genuinamente quieren
a Colombia y a todas sus gentes sin distinción alguna.
Como hombre con devoción por la familia y como
ser humano extraordinario vestido de figura pública, el corazón de Uribe está
marcado por el ejemplo hacendoso, solidario y el liderazgo político de su
madre, y su dinámica imparable proviene del amor por su padre, un personaje
único, un enamorado de la vida, de la galantería, de la tierra y el caballo, y
que gozaba del don de la alegría y la palabra, con la cual protagonizaba todo
tipo de conversas.
El Uribe que yo conozco, nunca cesa de hacer
preguntas. A todas las personas les hace un examen exhaustivo sobre todo aquello
que pasa por su mente, sus ojos o su memoria, rebulle las ideas hasta
cristalizarlas sin nunca rehusar a llegar hasta el fondo de cada asunto que se
mete en su atención. Absorbe y registra todo aquello que interesa y desprecia
tanto la censura a las personas como la indolencia de las quejas.
Aquello de “trabajar, trabajar y trabajar”, no
es un decir. Viajar con Uribe representa soportar jornadas infinitas. Este
hombre guapo, resuelto y audaz que ha sobrevivido decenas de atentados contra
su vida solo le teme a la responsabilidad de no cumplir. Ya a las 4 de la
mañana desde el lugar más lejano del planeta ha repasado por Skype y por
teléfono el estado de los ganados, de los cercos y los pastos, luego le pasa
revista a los pendientes, y repasa la seguridad de cada una de las regiones del
país, y luego en medio de sus múltiples ocupaciones, no escatima esfuerzos para
contestar todas los mensajes que le llegan y llamar con una voz de consuelo y
amistad a todas aquellas personas que han sufrido un revés o una perdida.
He sido honrado en mi haber, con la confianza y
la amistad de este gran maestro, a quien como colombiano y como padre que soy,
le profeso infinita gratitud y reconocimiento. Son innumerables las anécdotas y
registros que sobre este hombre llevo dentro, episodios que la vida me ha
permitido presenciar al lado suyo. Sin duda el gran colombiano, como lo ha
registrado ya la historia, más que nadie, representa el ADN del mejor hombre al
servicio de esta patria.