viernes, 26 de mayo de 2023

Saberse rodear

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Durante estos 30 años la Compañía de Jesús y otras instancias civiles y eclesiásticas me han confiado responsabilidades importantes. Ha sido una escuela de formación permanente tan interesante como enriquecedora. Aprende uno directamente y también se aprende en carne ajena sobre lo que se debe y no se debe hacer.

Desde muy joven, después de vivir una intensa y marcante experiencia formativa en liderazgo, este tema ha estado presente en mi vida. Ya jesuita, en 1988, cuando hacía magisterio en Bucaramanga, me sentí retado a multiplicar eso que yo había vivido y había transformado mi vida diez años atrás. Fue así como se concibió y se hizo realidad, el Curso Taller Nacional de Formación Integral, una experiencia que a muchos ha impactado y cuyos frutos me hacen sentir muy orgulloso.

Un liderazgo compartido y de servicio es lo que necesitamos. Héroes al mejor estilo del Llanero Solitario hoy día no se entienden, cuando el trabajo colaborativo y corporativo se impone. Por eso sorprende también encontrarse todavía “líderes” autócratas que pretenden hacer las cosas a “su” modo, queriendo jugar al titiritero que manipula los hilos caprichosamente a su antojo. Alguna vez un rector de algún colegio de este país me confesaba hace años que le gustaba tener subalternos sumisos y dóciles que le obedecieran sin chistar pues así él podía manejar más fácil todo. Es más, que le gustaba que entre ellos tuviesen conflictos porque así los podía controlar y evitaría se juntaran en contra suya. Proverbial ejemplo de lo que no debe ser un líder y un caso emblemático que he utilizado siempre en mis charlas.

El caso es que hay todavía especímenes con poder que les encanta rodearse de una corte de amiguitos lambones y turiferarios, acólitos que con incienso en mano todo el tiempo los adulan y veneran, genuflexos incondicionales que endulzan sus oídos haciéndoles escuchar a estos mediocres lo que les gusta y conviene. Esos tales no soportan que sus segundos puedan pensar, criticar, disentir, es decir, tener luz propia pues podrían perder su pretendido protagonismo y ser eclipsados.

Los mejores líderes que conozco se saben rodear. Honestamente reconocen que no se las saben todas, que hay otros que son mejores que ellos y por eso los buscan para conformar equipos interdisciplinarios de trabajo cualificado que finalmente obtienen resultados asombrosos. Su sabiduría, que no títulos, es lo que cuenta. Sus carismas y habilidades suman, que no cartones que no evidencian competencias, experiencia y profesionalismo. El arte de un buen líder es buscar a los que saben más que él y no lo van a dejar equivocarse. Detestan que les asientan en todo, les fascina el pensamiento divergente, no temen a quienes les dicen la verdad en la cara, les encanta el debate y la construcción colectiva de grandes propósitos.

Las grandes empresas están lideradas por gente visionaria y de talante, soñadores de alto vuelo y aterrizados a la vez, sensatos y humildes, nada egoístas ni mezquinos, rodeados de los mejores. Pobres aquellos que no cuentan con líderes auténticos. Quizás sigan apoltronados durmiendo en sus laureles, creyéndose los mejores, en tanto la competencia se los lleva por delante.