Por José Leonardo Rincón, S. J.
Durante
estos 30 años la Compañía de Jesús y otras instancias civiles y eclesiásticas me
han confiado responsabilidades importantes. Ha sido una escuela de formación
permanente tan interesante como enriquecedora. Aprende uno directamente y también
se aprende en carne ajena sobre lo que se debe y no se debe hacer.
Desde
muy joven, después de vivir una intensa y marcante experiencia formativa en
liderazgo, este tema ha estado presente en mi vida. Ya jesuita, en 1988, cuando
hacía magisterio en Bucaramanga, me sentí retado a multiplicar eso que yo había
vivido y había transformado mi vida diez años atrás. Fue así como se concibió y
se hizo realidad, el Curso Taller Nacional de Formación Integral, una
experiencia que a muchos ha impactado y cuyos frutos me hacen sentir muy
orgulloso.
Un
liderazgo compartido y de servicio es lo que necesitamos. Héroes al mejor
estilo del Llanero Solitario hoy día no se entienden, cuando el trabajo
colaborativo y corporativo se impone. Por eso sorprende también encontrarse
todavía “líderes” autócratas que pretenden hacer las cosas a “su” modo,
queriendo jugar al titiritero que manipula los hilos caprichosamente a su
antojo. Alguna vez un rector de algún colegio de este país me confesaba hace
años que le gustaba tener subalternos sumisos y dóciles que le obedecieran sin
chistar pues así él podía manejar más fácil todo. Es más, que le gustaba que
entre ellos tuviesen conflictos porque así los podía controlar y evitaría se juntaran
en contra suya. Proverbial ejemplo de lo que no debe ser un líder y un
caso emblemático que he utilizado siempre en mis charlas.
El
caso es que hay todavía especímenes con poder que les encanta rodearse de una
corte de amiguitos lambones y turiferarios, acólitos que con incienso en mano todo
el tiempo los adulan y veneran, genuflexos incondicionales que endulzan sus oídos
haciéndoles escuchar a estos mediocres lo que les gusta y conviene. Esos tales
no soportan que sus segundos puedan pensar, criticar, disentir, es decir, tener
luz propia pues podrían perder su pretendido protagonismo y ser eclipsados.
Los
mejores líderes que conozco se saben rodear. Honestamente reconocen que no se
las saben todas, que hay otros que son mejores que ellos y por eso los buscan
para conformar equipos interdisciplinarios de trabajo cualificado que finalmente
obtienen resultados asombrosos. Su sabiduría, que no títulos, es lo que cuenta.
Sus carismas y habilidades suman, que no cartones que no evidencian
competencias, experiencia y profesionalismo. El arte de un buen líder es buscar
a los que saben más que él y no lo van a dejar equivocarse. Detestan que les
asientan en todo, les fascina el pensamiento divergente, no temen a quienes les
dicen la verdad en la cara, les encanta el debate y la construcción colectiva
de grandes propósitos.
Las
grandes empresas están lideradas por gente visionaria y de talante, soñadores
de alto vuelo y aterrizados a la vez, sensatos y humildes, nada egoístas ni
mezquinos, rodeados de los mejores. Pobres aquellos que no cuentan con líderes
auténticos. Quizás sigan apoltronados durmiendo en sus laureles, creyéndose los
mejores, en tanto la competencia se los lleva por delante.