Por: Luis Alfonso García Carmona
“Una
autoridad injusta no es una autoridad, como una ley injusta no es tampoco una
ley.” (Jacques Maritain)
Con la llegada de
la extrema izquierda al poder, sufre la población colombiana un permanente asedio
por parte de la camarilla gobernante que no habíamos conocido en el pasado:
La inflación golpea
los presupuestos familiares y empeorará cuando se ponga en marcha la
prohibición de la explotación petrolera que ha anunciado el sátrapa; el pánico
se ha apoderado de los jubilados amenazados por una reforma que reducirá sus
pensiones; el fantasma del desempleo se cierne sobre la población en edad
laboral ante la regresiva reforma laboral propuesta por el sátrapa; el sistema
de salud que beneficia al 98% de la población está al borde de ser despedazado
por el insensato capricho de estatizar los recursos de la salud; crecen el
crimen, el ilícito negocio de la cocaína y la corrupción, de la mano de un
gobierno comprometido con la delincuencia que apoyó su candidatura.
Paralelamente con
el perverso daño que se causa a una inerme y atemorizada población, se asegura
el sátrapa de contar con carta blanca para continuar su depredadora labor,
mediante los peligrosos poderes que un corrupto parlamento le acaba de
otorgar en el Plan Nacional de Desarrollo. Mientras tanto, continúa la
ignominiosa tarea de desmantelamiento de las Fuerzas Militares y de Policía
para sustituirlas con “guardias indígenas”, “gestores de paz” conformados por
vándalos de la “Primera Línea” y otras milicias irregulares. La guinda del
pastel la pusieron los vendidos congresistas de diferentes bancadas que se
hicieron elegir como “democráticas”, aprobando el voto electrónico, el
instrumento preferido por las dictaduras izquierdistas de Iberoamérica para perpetuarse
en el poder.
Nos encontramos
frente a un grado máximo de perversidad en el ejercicio del poder, en el
cual no existe límite alguno que impida a los gobernantes la utilización de la
mentira, el abuso maquiavélico del poder, el derroche de los recursos del
Estado, la compra de conciencias, la complicidad con el crimen, la hipocresía y
el fomento del odio, como instrumentos para destruir los cimientos de nuestra
nacionalidad e imponer la cultura materialista y totalitaria del fracasado
marxismo.
Hoy más que nunca
se impone la agrupación de voluntades de quienes compartimos ideales
opuestos a los de la camarilla gobernante. El desafío rebasa los límites de una
confrontación electoral. Entendamos de una vez por todas que mientras la
sociedad no rescate la vigencia de los valores fundacionales de nuestra
Nación, no habrá esperanza en un futuro mejor. Se impone, pues, una solución
integral que comprenda dos objetivos inaplazables: 1) Derrocar este régimen
de la infamia por los medios pacíficos que nos otorga la Constitución y la
Ley: juicio político contra el sátrapa que violó los límites de gastos
establecidos por la Ley en su campaña, referendos para impedir las reformas contrarias
al bien común que propone el sátrapa. 2) Conformación de un gran movimiento patriótico
que convoque a todos los colombianos de bien al rescate de la cultura que
el marxismo-leninismo nos quiere arrebatar.
Queremos que el bien
común esté por encima de los intereses privados o de grupo.
Queremos que no sea
el odio de clases el que inspire la acción estatal sino el amor y la
fraternidad con los más débiles y necesitados.
Queremos que la
autoridad respete la dignidad de la persona humana, porque antes de formar
parte del Estado somos seres creados por Dios con libertad espiritual y
vocación a los bienes absolutos.
Queremos leyes justas
que respeten una ley moral superior y que no conduzcan a la destrucción de la
democracia y al totalitarismo.
Queremos que la función
del Estado en materia de educación sea la de auxiliar de la familia, que es
la verdadera responsable de la formación integral de los hijos.
Queremos que el
Estado cumpla con su deber prioritario de garantizar la vida de las personas,
mediante dispositivos eficientes de seguridad, una administración de justicia proba
y eficiente y un castigo ejemplar a la delincuencia.
Queremos que el
Estado garantice a las personas los medios necesarios para su subsistencia,
mediante el fomento del empleo y de condiciones económicas razonables para el
bienestar de la población.
Queremos que se
respete el derecho de la persona humana a la propiedad de sus bienes y a
ejercer las actividades económicas que sirvan a su bienestar y desarrollo.
Queremos que se
respete el derecho de la persona humana a participar políticamente mediante
el sufragio, que no podrá ser manipulado ni desconocido por los gobernantes
de turno.
Queremos que se
respete por parte del Estado el derecho de las personas a la búsqueda de la perfección
de la vida humana, moral y racional, y a la búsqueda del bien eterno.
Queremos que se
respete el derecho de la persona humana a constituir una familia para
que esta cumpla sus fines de procrear y educar integralmente a sus hijos.
No podemos, en esta
crucial hora, mirar hacia otro lado o escudarnos en que esa es una labor para
los políticos, o que hay que esperar que surja un mesiánico líder que dirija la
batalla. Nuestra reciente historia política nos ha enseñado que la clase
política ha sido inferior a su responsabilidad. Aún en estos momentos ignominiosos
de destrucción de nuestra sociedad, somos testigos a diario de la complicidad
de la clase política en su destrucción.
Por ello mi
invitación es a que nos constituyamos en los líderes de esa gran fuerza
reconquistadora que Colombia requiere. Nuestra fuerza debe estar representada
en multitud de pequeños grupos dinámicos, activos, comprometidos en la salvación
del país, no en intereses electorales a corto plazo. Ya hemos iniciado
la formación de una gran confederación para agruparlos a todos (marchantes
callejeros, aficionados a las redes sociales, amas de casa, jubilados, personal
de la reserva activa de las Fuerzas Militares, grupos Pro-Vida, estudiantes,
trabajadores, profesionales, empresarios, campesinos) para que actúen en forma
coordinada, pero sin perder cada uno su respectiva autonomía. No olvidemos una
enseñanza de la historia: las grandes transformaciones no las han realizado las
masas sino pequeños grupos con vocación de liderazgo que las han orientado.