Por José Leonardo Rincón, S. J.
Hace
ocho días, para celebrar el Día del Maestro, estuve en Facatativá con 500 educadores
de 12 colegios. Muy honrosa invitación en la que estuvieron presentes el señor
Obispo y la secretaria de Educación. Conversé con ellos sobre el educador que queremos
y necesitamos. Grata experiencia que me revivió mi vocación de maestro y me
hizo sentir, como se dice, “en mi salsa”.
Para
ser sugestivos, les conté que había ido a consultar el oráculo. Por supuesto
que ya no me refería al de Delfos, ni más recientemente al doctor Google, sino
al que impetuosamente ha llegado para quedarse, al menos por un tiempo: el Chat
GPT. Les conté que le había preguntado sobre el ser maestro y que las dos
paginas que me ofreció a los 30 segundos me resultaron relativamente
satisfactorias en cuanto a que en algo se aproximaban a lo que había esbozado
como conferencia. Así que di mi charla y al final les conté que tuve que volver
al oráculo porque había quedado con una duda que realmente me preocupaba:
¿podrá la inteligencia artificial, ahora mandando la parada, desplazar a los educadores?
Esta vez la respuesta fue tan breve como contundente y muy alentadora: “No. No
podrá hacerlo, porque siempre en el acto educativo hay altas dosis de
interacción emocional que varían según los sujetos, siempre nuevas, siempre
diferentes, animadas por habilidades blandas siempre genuinas. La inteligencia
artificial será siempre una imprescindible herramienta de ayuda, eso sí”.
La
respuesta dada sí que me dejó muy satisfecho, porque desde hace casi ya tres décadas
vengo hablando de que las nuevas tecnologías son un desafío para los educadores
del nuevo milenio, advirtiendo de su inusitada relevancia, de la merecida
importancia que hay que darles, del error al querer desterrarlas de la escuela
en vez de incorporarlas, de lo sorprendentemente novedosas que resultan, pero
también de la convicción profunda de que jamás desplazarán al educador maestro.
Creo
que la reciente pandemia que hemos vivido nos lo confirma: lo acontecido en
esos meses de aislamiento sí que ha tenido efectos de todo orden en el ámbito
educativo. Las cosas no son lo mismo. Hay evidencias claras de una revolución
cultural, sutil pero estremecedora que ha afectado la psique, el sistema
operativo de nuestro ser humano. Ciertamente siendo los mismos, no somos los
mismos. Hay un antes y un después. Claro, la tecnología se ha desarrollado
exponencialmente y lo seguirá haciendo, pero el humanismo altivo no doblega su
cabeza. No podemos ser dominados por las máquinas. Finalmente, ha sido la
inteligencia humana la que ha concebido la inteligencia artificial y hay que
poner las cosas en orden.
La
tecnología es y seguirá siendo medio, no fin en sí mismo. Y, en ese sentido,
será siempre una herramienta poderosa, maravillosa por su evolución y alcance, pues
lo que ahora vemos y que nos deslumbra no es ni pisca de lo que nos falta ver. En
principio es noble y buena. Claro, como toda herramienta, podrá ser mal
empleada, manipulada y usada equívocamente. Entonces seguirá debatiéndose en el
centro del corazón humano la eterna lucha entre el bien y el mal y será la
libertad humana la que decida hacia dónde inclinar la balanza, capacidad de
discernimiento que no creo tampoco se le endose a estas criaturas. Espero.