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jueves, 8 de julio de 2021

Vigía: rumbo a los dolorosos

Coronel John Marulanda (RA)
Por John Marulanda*

La Justicia Especial para la Paz, otro de los engendros de los acuerdos habaneros a los que la mayoría de los colombianos les dijo NO en el 2016, emitió el comunicado 071[1] en el que imputa crímenes de guerra y de lesa humanidad a un general y a varios coroneles y suboficiales del ejército.

Lo que dice Acore

La Asociación Colombiana de Oficiales de las Fuerzas Militares en Retiro, Acore[2], replicó a tal informe con un comunicado corto y sencillo, que pone de manifiesto cómo la JEP, al amparo de su autoridad judicial ‒uno de los cinco aparatos de justicia existentes en el país‒ promueve los lemas que desde los 60 han propalado las organizaciones narco criminales de las FARC y el ELN. Según la JEP, el Ejército de Colombia ha desarrollado un “ataque generalizado y sistemático contra la población civil”. La gravedad de tal aserto reside en la desmotivación que quiere la JEP sembrar en el que ha sido el dique de contención durante más de medio siglo frente a los embates de la extrema izquierda para imponer en Bogotá un gobierno enfusilado. Los fiscales y jueces de esa espuria estructura no tienen ni remota idea de lo que es una operación militar y mucho menos de lo que sucede en un combate. Académicos ideologizados, lectores ocasionales de manuales militares, argumentan lo que leen en sus cartillas políticas y lo que les cuentan sus amigos. Ni pensar que alguno haya prestado servicio militar, algo indigno según se colige de su comunicado, pero útil cuando se trate de que se les asegure su vida, villa y billetera y las de sus familiares. Ingrato oficio eso de ser soldado en medio de tanto ignorante en asuntos castrenses. Trasplantar a Colombia la práctica militar norteamericana del “bodycount” en Vietnam, es otra de esas fantasías propagandísticas de acusar a los aliados y amigos de US de lo que no es cierto. El Ejército colombiano ganó en el campo de batalla una guerra irregular de las que US no ha ganado ninguna en su historia. Además, aún hoy, en medio del asedio de comunicadores fletados unos e ideologizados otros, de las Fuerzas Militares, el Ejército nacional sigue siendo la institución de mayor confiabilidad en el país. Pero la consecuencia mayormente crítica de este comunicado es la debilitación a la moral y del espíritu de combate que puede llevar a soldados y policías, estos últimos también bajo terrible asedio para cambiarles su naturaleza, a ceder en su empeño de cumplir la noble tarea que les asigna la constitución.

Si flaquean los militares

Si el Ejército y la Policía Nacional, merman su espíritu de combate al ser catalogados todos como miembros de una estructura de asesinos, Colombia descenderá al primitivismo social y serán las tribus urbanas, ahora llamadas primera línea, expresión usada por Fidel Castro en 1948, las que empiecen a gobernar en las ciudades, al mejor estilo de los colectivos chavistas sobre los cuales los ciudadanos venezolanos pueden testimoniar mucho. Se desatará una guerra urbana en la que también entrará en escena la Guardia indígena, una estructura paramilitar que irá a Bogotá el día nacional del 20 de julio, a demostrar por qué es la encargada de la seguridad de los mayores cultivos ilegales de hoja de coca en el mundo.

Otro grupo de militares retirados encabezados por el general Jorge Mora Rangel[3], polémica figura de los acuerdos habaneros, ha emitido un comunicado en el cual advierte graves amenazas y peligros para Colombia. Es un sentimiento generalizado. Se percibe en el ambiente la desazón de los momentos críticos y no es para menos. Un intento de asesinato contra el presidente, la destrucción de una ciudad como Cali y los actos vandálicos en muchas otras ciudades, el entrenamiento de niños en técnicas de combate callejero contra la policía, la connivencia de alcaldes con jóvenes enmascarados que bloquean calles y destruyen bienes públicos y privados, en fin, un inventario continuo de hechos violentos, preocupan y plantean una perspectiva poco halagüeña, más aún cuando la comisión de la CIDH que visitó por una semana el país, ahora avala tales desafueros. Claro, son burócratas que viven en Washington y no tienen que soportar este permanente riesgo.

Un minucioso artículo publicado en el diario El Espectador[4] el martes 6, que relaciona una serie de declaraciones, incidentes y hechos, prefiguran un panorama de seguridad muy complicado para Colombia y por extensión para la región. Eso de que “la guerra se la vamos a hacer su territorio” como lo dijo Diosdado apuntando al país neogranadino, es un pronunciamiento irresponsable porque dadas las circunstancias actuales, cualquier eventual conflicto será regional: el sueño dorado del marxista-leninista castro chavismo-madurismo, para ocultar y legalizar todas sus embarradas, pero que se puede transformar en su peor pesadilla.

miércoles, 15 de enero de 2020

"... no lo vamos a entregar..."


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Acaba de reiterar el doctor Álvaro Uribe Vélez: “el país no se lo vamos a entregar a la izquierda extrema”. La anterior es una declaración de la mayor importancia en un país que ya se acostumbró a la entrega del Estado. Falta, entonces, entregar el país…

Por eso, la determinación del expresidente de seguir luchando no constituye una declaración banal ni rutinaria. Toda su vida política ha respondido al deber de preservar la democracia y el estado de derecho. Estamos en presencia de un líder, el único que tenemos, dispuesto a proseguir en la línea de su destino. Esta es una llamada imperiosa dentro de un combate a la vez ideológico y fáctico, que viene suspendido por parte del gobierno y la clase política, mientras los enemigos de la democracia y de la sociedad no descansan: unos organizan paros, manifestaciones y mingas; otros inhiben la acción legislativa; otros se hacen recibir para presentar centenares de peticiones imposibles, otros dictan fallos prevaricadores; otros escriben infundios que resuenan por redes y emisoras; otros indoctrinan desde el kínder hasta los postgrados; otros desinforman a los extranjeros; y así, ad náuseam.

En la política, la transacción y la componenda predominan. En sí, eso no era alarmante cuando los actores —liberales y conservadores— discrepaban en los detalles, pero estaban unidos por los principios inalterables de la civilización política, plasmados más en el sentimiento colectivo que en la propia Carta; pero ahora, transigir y componer es imposible, porque entre las ideas democráticas y el marxismo-leninismo no existen, ni pueden existir, consensos.

Mientras una primera y comodona parte cree posible coexistir civilizadamente con la otra, la segunda, en cambio, solo se conformará con el aplastamiento de la primera.

Pues bien, la tragedia colombiana es que, aun a corto plazo, no es posible preservar la democracia si el gobierno tiene que permanecer sometido por una supraconstitución, adoptada contra la voluntad popular para asegurar el predominio de un grupúsculo que apenas consigue, si mucho, 50.000 votos en un país de 48 millones…

Si no se desgarra esa camisa de fuerza, la única gobernabilidad posible será la del gobierno de transición, es decir, caer en la tentación que ronda la administración Duque desde su comienzo.

Por tanto, hay que celebrar con máxima cautela la posible llegada del gabinete de Cambio Radical y el Partido de la U. Si esa nueva alineación entra para fortalecer las fuerzas democráticas, ninguna noticia sería mejor; pero como ninguna de esas clientelas ha desmentido su compromiso visceral con el tal Acuerdo Final, existe el riesgo de que, en vez de fortalecer, vayan a minar la administración, conduciéndola por la senda fatal de “la transición”, la entrega total.

Nunca una “buena administración” ha sido inconveniente, pero ahora lo que Colombia reclama es gobierno. ¿Será posible pasar de gestor a líder?

La administración actual es buena, pero ¿qué sentido tendría mejorar el país, si a la vuelta de 30 meses se le acabase de entregar a la extrema izquierda?

***

¿Cómo encaja dentro de la economía naranja una “bebida funcional con ganoderma y otros extractos de frutas del Pacífico”, de uso ancestral, para el tratamiento de cáncer de seno, cérvix y cerebro, producida por el Laboratorio Selvacéutica, de Quibdó, de propiedad de la doctora Mabel Torres, ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación de la República de Colombia?

miércoles, 8 de mayo de 2019

Hora para una "prueba ácida"


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Si la prueba ácida es el mejor indicador para conocer la capacidad de una empresa para cancelar sus obligaciones corrientes. Con la rocambolesca discusión de las seis objeciones del presidente Duque al proyecto de ley estatutaria 08 de 2017 (Senado) y 016 de 2017 (Cámara)[1], ha llegado el momento de aplicar una prueba ácida, para saber la capacidad que tiene el gobierno de cumplir sus obligaciones legales frente al ordenamiento mixto legal-ilegal que nos rige.

En efecto, tenemos una Constitución expedida en 1991, buena, mala, regular o pésima, con cerca de 50 enmiendas, pero adscrita al sistema democrático representativo de derechos humanos, libertades individuales y empresariales, separación de poderes, predominio de la ley, independencia e imparcialidad de los jueces, elecciones libres, etc., sobre la cual se sobreimpuso, contra la voluntad mayoritaria del pueblo, un mamotreto leninista que, además, “se implementó” con más de un centenar de estatutos expedidos con absoluta violación de los mecanismos previstos por la Carta.

Su análisis indica claramente que todos y cada uno de los 159 artículos de ese proyecto de ley estatutaria de la JEP son inconstitucionales y perjudiciales. Sin embargo, el presidente apenas objetó los seis peores. La tormenta posterior, nacional e internacional, que se suscitó contra él indica que da lo mismo objetar uno, cien o mil, porque cada intento de modificar el NAF y sus corolarios “legales” está condenado al fracaso, porque la supraconstitución está blindada, no solo “legalmente” sino también por la acción coordinada de los amigos de la subversión, el desorden y la revolución, en Cortes y Congreso, columnistas, emisoras, e incontables raposas jurídicas.

Lo que acabamos de presenciar es simplemente el enfrentamiento entre la Constitución y la supraconstitución.

Como el pueblo (constituyente primario) rechazó el NAF y luego eligió al doctor Duque, la Carta del 91 sigue vigente, pero supeditada inexplicablemente a un convenio de 312 páginas entre Santos y Timochenko, cuya “validez” reposa en la firma de estos dos sujetos.

Para no decirnos mentiras, es necesario considerar el enfrentamiento inevitable entre el régimen constitucional (que el doctor Duque juró cumplir) y el supraconstitucional (no jurado por él), que carece de legitimidad jurídica, electoral y moral.

El NAF no es cosa distinta de la “hoja de ruta” para el gobierno de transición que debía ejercer Petro: impunidad, tolerancia notoria (=estímulos) de los narcocultivos, ideología de género en la educación, “memoria histórica”, reforma agraria colectivista, desfinanciación y desmotivación de las Fuerzas Armadas, sometimiento del gobierno a multitud de órganos cooptados por las FARC, predominio de la “protesta” sobre el orden público, erogaciones astronómicas para el “postconflicto”, etc.

¡Las consecuencias de este régimen mixto legal-ilegal consisten en obligar a Duque a ejecutar el programa demoledor de su adversario!

En el frente económico, el PND obedece en buena parte a los lineamientos de La Habana, en cuanto obliga al erario a atender “compromisos” de imposible financiamiento, que superan ampliamente los 39 billones de pesos destinados a implementar el NAF en el cuatrienio, pero con posible duplicación de los mismos porque hay muchas partidas camufladas que tienen la misma finalidad.

El NAF no es el único factor tras el desequilibrio estructural del presupuesto colombiano, pero lo agrava. Y el gobierno, mientas siga maniatado “legal” y presupuestalmente por ese pacto, no podrá equilibrar las cuentas. Cálculos prudentes del déficit previsible indican que Colombia tendrá que sumar otros 50 o 60 billones de dólares a su endeudamiento para poder ejecutar cabalmente el PND del actual gobierno. Nos aguarda, entonces, el destino de Argentina y Grecia, si no se procede a un ajuste drástico, realista e impostergable del gasto público, para que el desorden demagógico-fiscal no se convierta en el detonante de la revolución…

En realidad, el éxito que deseamos para el gobierno del doctor Duque exige su emancipación de la camisa de fuerza que le dejaron Santos y Timochenko. Por eso, el gobierno debe someter la situación de su administración a una prueba ácida que le permita evaluarla, porque está maniatado, mientras la subversión, desatada, cuenta con dinero, incomprensibles mayorías legislativas, la connivencia de los jueces y poderes fácticos como los medios, además del coro internacional de los mamertos.

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Amarrar el gato con la longaniza. A eso equivale el llamamiento del grupo de Lima a la dictadura cubana para que colabore en la solución del impase venezolano, causado en buena parte por la pusilanimidad, indecisión y tontería de esos mismos cancilleres…, y como si fuera poco, Holmes desautoriza las atinadas observaciones del embajador Ordóñez sobre la acción castro-chavista en todos nuestros países. “¡Con enemigos así, Maduro no necesita amigos!”.

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Fernando Vallejo denuncia, una y otra vez, veraz y valerosamente, el horror del NAF y de la entrega del país. Sin ser santo de mi devoción, admiro su coraje en estos asuntos.


[1] ¿Cómo es posible que la JEP esté actuando sin ley que determine sus procedimientos?  ¿Por qué no están detenidos todos sus integrantes por usurpación de funciones?