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jueves, 14 de mayo de 2020

Vigía: ejercito bicentenario, ¿criminoso o de envidiar?


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda
A los soldados colombianos los repelen por cuatro principales razones. La emocional es una de ellas. Alguna afectación resultante de una acción dañina o injusta debido a un equivocado procedimiento en el uso de la fuerza. Desde un maltrato en un retén hasta una macabra ejecución extrajudicial, acunan rencores difíciles o imposibles de solventar. Una segunda razón mayor es la política. Sectores comunistas varados en los años 60, en la guerra fría, que con tergiversaciones tipo ejército burgués versus ejército del pueblo manipulan las emociones de desinformados, insatisfechos o frustrados y con argumentos, mezcla de realidades, verdades a medias y mentiras, los convierten en mente capti, mentecatos. La tercera principal razón es mercenarismo. Atacar a los militares es una tarea que paga bien. Así lo demuestran las jugosas ganancias de un colectivo de abogados, el José Alvear, logradas por denunciar falsas desapariciones como en el conocido caso de Mapiripán en 1997. La narcosubversión juega fuerte en este grupo, como que ya tiene senadores y representantes en el parlamento con sueldos exorbitantes y beneficios extraordinarios comparados con el trabajador o empleado común. Y la cuarta razón es una venenosa combinación de las tres anteriores: manipulan ingenuos, obtienen pingües ganancias del erario y de paso debilitan la credibilidad de las instituciones armadas, única talanquera históricamente efectiva que logró evitar que se impusiera en Colombia un régimen totalitario a fuerza de AK-47.

Esos cuatro grupos, suman entre ellos menos del 20% de la simpatía de la opinión pública del país. Y de nada ha valido que algunos medios, representantes de oscuros intereses, semana a semana busquen amarillear el panorama noticioso a costa de los soldados de nuestro país, pues estos siguen siendo los más queridos por los colombianos.

En una institución de más de 230 mil hombres y mujeres, con sevicia se remachaca el posible mal procedimiento de 11 oficiales pertenecientes a oficinas de inteligencia y contrainteligencia militar, y otros casos de corrupción en la cadena logística del Ejército, pero no se menciona con igual intensidad el reciente asesinato en Tumaco, de un capitán de inteligencia; ni la humillante retención ilegal de 35 miembros armados de la FFPP en Caloto por la guardia campesina, apoyada por disparos de los mismos asesinos del capitán, mientras los policías y los soldados trataban de evitar el robo de unas reses.

El miércoles 29 de abril en El Tambo, Cauca, un pelotón al mando de un subteniente, ubicó, aproximó y rodeo una banda de 20 narcoelenos. Lanzó la proclama respectiva intimando rendición y los delincuentes decidieron rendirse. Su moral narco “revolucionaria” no dio para el sacrificio. Tres días después, otros 8 narcoterroristas también se entregaron gracias a las operaciones militares que adelantan los soldados en el suroccidente del país. Todo lo anterior contradice palmariamente la “order to kill” que anunció un periodista en el New York Times en junio del año pasado y que causó otro de las escándaos semanales contra el Ejército bicentenario.
Para escozor de sus malquerientes, el resultado trimestral estadístico de Invamer sobre favorabilidad y desfavorabilidad de instituciones y personas en el país, puso en primer lugar, de nuevo, a los militares con un 87,9%. Reconocidos parlamentarios apuntan sus dedos al ejército, aunque, irónicamente, la misma encuesta que encumbra a los uniformados hunde al Congreso con 67.4% de desfavorabilidad. No escapa a la opinión pública colombiana, que tal congreso acoge narcotraficantes y asesinos convictos, como el autor de la masacre de Bojayá hace 18 años. Las anteriores realidades hacen que la conciencia colectiva, con acceso casi infinito a información, prefiera a sus soldados, por supuesto.

Desafortunadamente, la inteligencia militar no está pasando por su mejor momento. Parece que a los designados para manejar esta delicada y fundamental tarea de seguridad nacional les ha faltado olfato para entender el contexto en que vivimos. Preocupa que el aparato de inteligencia esté en manos de hombres de confianza y no en técnicos y expertos; preocupa que esté en desarrollo algún tipo de lucha intestina en la institución, como advierten algunos conocedores y preocupa también, que la inteligencia estratégica resulte afectada, con actores peligrosos e inestables como Cuba, cuyo G2 hace inteligencia sin talanqueras y Venezuela que parece estar preconstituyendo prueba con supuestos intentos de invasión “desde Colombia, para cometer actos terroristas en el país y asesinar líderes del gobierno revolucionario” y que puede traer imprevisibles y peligrosas consecuencias”, según el ministerio del interior en Miraflores.

Como en casos anteriores, la información del escándalo de fin de semana habla de espionaje, pero contradictoriamente también habla de información recolectada de fuentes abiertas; renueva el episodio de las chuzadas, aunque el ejército perdió esa capacidad técnica; hace eco de una libertad de prensa amenazada, peligro inexistente por donde se mire y presenta una lista de más de 100 personas perfiladas, por lo que estaríamos hablando de un archivo corriente de quién es quién, que maneja hasta la más sencilla agencia de inteligencia en cualquier parte del mundo. Finalmente, será el aparato judicial, otra institución con un mínimo de credibilidad en el país, el que sentenciará si los oficiales defenestrados sin fórmula de juicio son o no culpables de haber violado la Ley Estatutaria 1621 de Inteligencia y Contrainteligencia. Ojalá el juez que conozca de la causa sepa y tenga experiencia en la materia.

La decisión política del Gobierno de suspender a los oficiales involucrados en posibles actos ilegales demuestra palmaria y reiteradamente que en Colombia los militares están subordinados al poder político y desbarata el relato izquierdista de un supuesto poder militar. Se espera que las tales “carpetas” no vayan a resultar como las “fosas comunes”, un mito desgastador y distractor.

El encono semanal para erosionar la institución militar pasará cuenta de cobro en su momento y los mismos que están convirtiendo a los soldados en reyes de burla, los llamarán para que los protejan o defiendan.

miércoles, 13 de mayo de 2020

La única “Inteligencia” interferida en Colombia



José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Para un anglófilo moderado como yo, los temas de espionaje e inteligencia, o de contraespionaje y contrainteligencia, no son indiferentes. La larga historia del espionaje británico, cuya organización moderna se inicia, al parecer, con el tenebroso filósofo Jeremy Bentham (1748-1832) —aunque otros la atribuyen a la opaca figura del mayor Thomas Best Jervis en 1854—, siempre está rodeada de sombras, secreto y silencio. Este apasionante tema es muy frecuente en la literatura inglesa.

Para no ir más lejos, Somerset Maugham, Graham Greene, Ian Fleming y John Le Carré, deben la inspiración de muchas de sus novelas a la experiencia como espías dentro del Directorate of Military Intelligence (D.M.I.), de cuyas 18 secciones las más conocidas han sido el M.I.15 y el M.I.16. Ahora todas ellas forman el Secret Intelligence Service (SIS), cuya cabeza, a veces femenina, solo es conocida por el público con una inicial, porque a los ministros de Su Majestad jamás se les ha ocurrido comentar esos asuntos con la prensa.

De estos temas no suele hablar el gobierno, ni en Gran Bretaña ni en los países que ahora son potencias. Al espía que se equivoca o fracasa lo sacan discreta, y veces hasta físicamente, pero no se lo lanza a los medios. Ante los juzgados solo responden espías insignificantes.

En el caso de “la Compañía”, como a veces coloquialmente se conoce al SIS, “la ropa sucia se lava en casa”. No lo hicieron los ministros de Su Majestad en público, ni siquiera cuando los mayores desastres de esa agencia salieron a la luz, como en 1951, cuando se descubrió lo de los Cambridge Five, que habían transmitido incontables secretos británicos y norteamericanos a la KGB, historia bien documentada en una novela de John Banville, The Untouchable (1987, con traducción al español de Alfaguara). Tampoco lo hicieron durante el Affaire Profumo, que ocupó toda la chismografía mundial en 1963.

Ahora bien, el espionaje francés, que se remonta hasta Richelieu (1585-1632), bien entreverado en Los Tres Mosqueteros, también se estructuró en el siglo XIX con Vidocq (1775-1857), que continuó desde luego con el secretismo que le había infundido durante el Imperio el impenetrable Fouché, cuyos métodos siguen vigentes no solo en París…

Como la preservación del Estado es imposible sin eficaces servicios secretos, los zares tuvieron la Ochrana, y los soviéticos, la insuperable KGB. A su debido tiempo, en Prusia y luego en los Estados Unidos se organizaron servicios secretos, hasta llegar a la CIA y el BND alemán. Nada sé de China y Japón, pero todo indica que los orientales no pueden ser inferiores…

Pero si el espionaje es interesante en la literatura, en el cine es tema difícilmente superable. Tuve la suerte de que la primera película de ese tipo que vi fue nada menos que Les Espions, de H.-G. Clouzot, con Peter Ustinov y Curd Jürgens, que me convirtió en fan del género.

Y así, sucesivamente, tanto como lector de ficción como de historia el tema me ha interesado siempre. No puedo dejar de recordar a un fracasado en el último momento, como el Almirante Canaris, o a un triunfador póstumo como Viktor Serge, pero el único contacto directo que he tenido con espías de verdad fue in illo tempore. Un buen día me llamó un diplomático británico, Mr. Anthony Ky (¿sería ese su verdadero nombre?). Acepté su invitación y él vino de Bogotá. Comimos en su hotel. Larga e interesante charla que jamás se repitió, seguramente porque ni yo tenía secretos ni él daba la impresión de buscar revelaciones…

Los colombianos estamos acostumbrados a considerar las embajadas como bien pagadas sinecuras para el espléndido solaz de políticos a los que hay que retribuir favores, promover, o alejar para que no estorben. En cambio, los representantes diplomáticos de las grandes potencias son los jefes locales de los respectivos servicios secretos, agentes de promoción comercial y de penetración política e ideológica en los países donde están acreditados.

En todos ellos, de acuerdo con su importancia económica, política o coyuntural, se repite la eterna lucha de poderes, porque cada imperio aspira a asegurarse la “amistad” de los países débiles, las mejores condiciones para sus empresas, la venta de armamentos, la suscripción de tratados militares y comerciales, etc., maniobras que nunca han dejado de implicar toda suerte de maquinaciones. ¡Such is life!

En cada capital se compite en esos juegos, porque siempre habrá necesidad de información (= Inteligencia), no solo política sino también de lo que se llama “espionaje industrial”, y por tanto, también hay contraespionaje industrial, a cargo de corporaciones y gobiernos.

Tanto el espionaje político como el industrial de los extranjeros exigen vigilancia de parte de los países, para no hablar de la importancia de adelantarse a las maniobras de potencias foráneas y de grupos extremistas que quieren subvertir el orden y obtener un cambio en el modelo político, favorable a sus intereses. He ahí la razón de que un Estado ejerza tanto labores de inteligencia en el exterior como de contrainteligencia en el interior, para frustrar los esfuerzos de sus enemigos políticos, comerciales o industriales, extranjeros o nacionales.

Ahora bien, en Colombia operan sin la menor resistencia servicios secretos de los Estados Unidos, Rusia, Israel y varios países europeos, y ahora, con seguridad, los de China. Sin embargo, los servicios cubanos son los más activos. La embajada de ese país tiene varios centenares de “diplomáticos” acreditados en Bogotá, mientras en La Habana apenas hay un puñado de insatisfechos burócratas nuestros, incapaces de incrementar los mínimos intercambios comerciales con la isla famélica, paupérrima e improductiva. Pero también hay cubanos en las universidades y en multitud de organizaciones “cívicas”, “agrarias” y “deportivas”; y se prepara la llegada de médicos para varias alcaldías de la extrema izquierda.

Esa situación es tolerada culpable e irresponsablemente por el gobierno actual, y como si esta indolencia frente a la subversión no expusiera la seguridad nacional, ahora el ministro de Defensa (no desautorizado por el presidente), se asusta por un artículo mal escrito y peor sustentado, de la revista Semana, y no encuentra mejor respuesta que salir ante los medios para demoler y desmantelar nuestra mínima y maltrecha inteligencia militar, de tal manera que en Colombia, la única “agencia” cuya labor es interferida y contrarrestada por las autoridades es la propia, la nacional, la llamada a alertar e informar al gobierno…

Esta increíble insensatez demuestra que sí somos un país único… el único que se niega a defenderse.
 ¡Monumental el autogol del doctor Holmes Trujillo!

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Técnica de la defensa del Estado


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Entre 1931 y hoy, la técnica del golpe de Estado, recogida por Malaparte, no ha avanzado mucho en lo que dice al uso de medios físicos contra los puntos más débiles como el transporte público, la electricidad y hasta el acueducto, para generar con su destrucción la desesperación y el caos, pero sí ha progresado exponencialmente en lo tocante al uso de los medios de comunicación. Las redes sociales son prácticamente incontrolables y el uso universal del celular facilita la difusión de consignas, indica para dónde moverse y extiende el clima de zozobra, que muchas veces va acompañado por el goce del desorden, la destrucción y la participación en la consiguiente orgía de la masa en torno a ritmos primitivos y el fuego hipnotizante…

Paralelamente, la técnica de defensa del Estado ha avanzado de igual manera. Su espina dorsal viene desde Richelieu, creador de los renseignements generaux suministrados diariamente por una red de informantes. Esta, ahora, en los estados modernos, está reforzada por los servicios de espionaje y las escuchas electrónicas. A esto se le llama “inteligencia”. El gobierno que sabe lo que se prepara dispone de medios superiores a los de sus enemigos de la subversión y el crimen, empezando por la policía y el ejército, sin olvidar la batería de instrumentos constitucionales que puede emplear para conservar el orden público, como los estados de excepción.

Desde hacía meses sabíamos que se preparaba algo muy grande para el 21 de noviembre. Siguiendo el adagio de que “Guerra avisada no mata soldado”, se pensaba razonablemente que el gobierno tomaría todas las medidas preventivas previstas por los protocolos de que se dispone, fruto de experiencia centenaria, internacional, histórica y técnica…

No fue así. La guerra avisada, por fortuna, causó un número mínimo, aunque lamentable, de muertes, pero metafóricamente mató al gobierno. Este ya había dado muestras frecuentes de debilidad y pusilanimidad, pero después del 21 consolida como el más lánguido en la historia de Colombia. Desde don Manuel Antonio Sanclemente no se veía nada igual…

El gobierno, en vez de apoyarlo, cambió un inepto ministro de defensa cuando por excepción había acertado. A esta mala señal siguió el nombramiento de otro personaje igualmente impreparado para la inminente jornada subversiva.

Así llegamos al 21 con ejército acuartelado, presidente que delegaba sus funciones en mil y pico de alcaldes, confiables algunos, incapaces muchos, y varios, abiertamente enemigos, sin declaratoria de conmoción y sin ordenar las restricciones informativas requeridas por la ocasión.

Basta pensar en los destrozos que unos cuantos miles de soldados desplegados a tiempo hubieran podido evitar en la Plaza de Bolívar, en las estaciones de Transmilenio y en los centros comerciales, para no hablar de Cali.

Afortunadamente, aunque hubo muchos estragos, pasó mucho menos de lo que esperaban sus organizadores, que, no obstante, deben estar muy satisfechos con los resultados obtenidos de esta tentativa de golpe, que sin embargo resultó un buen ensayo. Ya saben cómo harán más exitosos los incesantes paros que vendrán.

En Chile todo estaba muy bien preparado dentro del mayor sigilo. El presidente Piñera fue entonces sorprendido por el inesperado estallido, lo que explica sus equivocaciones. En cambio, Duque, advertido ampliamente, no quiso prevenir lo que se venía, confiado en la magia de los buenos consejos que no se cansaba de prodigar. Y después de lo ocurrido, yerra culpando a “los vándalos”, porque no quiere reconocer las fuerzas que guían a esos terroristas y que en ningún caso son ocasionales, fortuitas ni espontáneas.

El aterrador desgaste del gobierno no presagia nada bueno, porque desde ahora y hasta 2022 solo se podrá apuntalar con base en componendas y concesiones.

Desde que, desoyendo las clarísimas advertencias de Casandra, unos irresponsables abrieron las puertas de Troya para la entrada del famoso caballo, no se recuerda nada peor.

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Nunca ha sido más oportuno recomendar a los gobernantes la lectura de Psicología de las Multitudes (1895), de Gustave Le Bon.