José Alvear Sanín*
Para
un anglófilo moderado como yo, los temas de espionaje e inteligencia, o de
contraespionaje y contrainteligencia, no son indiferentes. La larga historia
del espionaje británico, cuya organización moderna se inicia, al parecer, con
el tenebroso filósofo Jeremy Bentham (1748-1832) —aunque otros la atribuyen a
la opaca figura del mayor Thomas Best Jervis en 1854—, siempre está rodeada de
sombras, secreto y silencio. Este apasionante tema es muy frecuente en la
literatura inglesa.
Para
no ir más lejos, Somerset Maugham, Graham Greene, Ian Fleming y John Le Carré,
deben la inspiración de muchas de sus novelas a la experiencia como espías
dentro del Directorate of Military Intelligence (D.M.I.), de cuyas 18 secciones
las más conocidas han sido el M.I.15 y el M.I.16. Ahora todas ellas forman el
Secret Intelligence Service (SIS), cuya cabeza, a veces femenina, solo es
conocida por el público con una inicial, porque a los ministros de Su Majestad
jamás se les ha ocurrido comentar esos asuntos con la prensa.
De
estos temas no suele hablar el gobierno, ni en Gran Bretaña ni en los países
que ahora son potencias. Al espía que se equivoca o fracasa lo sacan discreta,
y veces hasta físicamente, pero no se lo lanza a los medios. Ante los juzgados
solo responden espías insignificantes.
En
el caso de “la Compañía”, como a veces coloquialmente se conoce al SIS, “la
ropa sucia se lava en casa”. No lo hicieron los ministros de Su Majestad en
público, ni siquiera cuando los mayores desastres de esa agencia salieron a la
luz, como en 1951, cuando se descubrió lo de los Cambridge Five, que habían
transmitido incontables secretos británicos y norteamericanos a la KGB,
historia bien documentada en una novela de John Banville, The Untouchable (1987, con traducción al español de Alfaguara).
Tampoco lo hicieron durante el Affaire Profumo, que ocupó toda la chismografía
mundial en 1963.
Ahora
bien, el espionaje francés, que se remonta hasta Richelieu (1585-1632), bien
entreverado en Los Tres Mosqueteros, también
se estructuró en el siglo XIX con Vidocq (1775-1857), que continuó desde luego
con el secretismo que le había
infundido durante el Imperio el impenetrable Fouché, cuyos métodos siguen
vigentes no solo en París…
Como
la preservación del Estado es imposible sin eficaces servicios secretos, los
zares tuvieron la Ochrana, y los soviéticos, la insuperable KGB. A su debido
tiempo, en Prusia y luego en los Estados Unidos se organizaron servicios
secretos, hasta llegar a la CIA y el BND alemán. Nada sé de China y Japón, pero
todo indica que los orientales no pueden ser inferiores…
Pero
si el espionaje es interesante en la literatura, en el cine es tema
difícilmente superable. Tuve la suerte de que la primera película de ese tipo
que vi fue nada menos que Les Espions, de
H.-G. Clouzot, con Peter Ustinov y Curd Jürgens, que me convirtió en fan del
género.
Y
así, sucesivamente, tanto como lector de ficción como de historia el tema me ha
interesado siempre. No puedo dejar de recordar a un fracasado en el último
momento, como el Almirante Canaris, o a un triunfador póstumo como Viktor
Serge, pero el único contacto directo que he tenido con espías de verdad fue in illo tempore. Un buen día me llamó un
diplomático británico, Mr. Anthony Ky (¿sería ese su verdadero nombre?). Acepté
su invitación y él vino de Bogotá. Comimos en su hotel. Larga e interesante
charla que jamás se repitió, seguramente porque ni yo tenía secretos ni él daba
la impresión de buscar revelaciones…
Los
colombianos estamos acostumbrados a considerar las embajadas como bien pagadas
sinecuras para el espléndido solaz de políticos a los que hay que retribuir favores,
promover, o alejar para que no estorben. En cambio, los representantes
diplomáticos de las grandes potencias son los jefes locales de los respectivos
servicios secretos, agentes de promoción comercial y de penetración política e ideológica
en los países donde están acreditados.
En
todos ellos, de acuerdo con su importancia económica, política o coyuntural, se
repite la eterna lucha de poderes, porque cada imperio aspira a asegurarse la
“amistad” de los países débiles, las mejores condiciones para sus empresas, la
venta de armamentos, la suscripción de tratados militares y comerciales, etc.,
maniobras que nunca han dejado de implicar toda suerte de maquinaciones. ¡Such
is life!
En
cada capital se compite en esos juegos, porque siempre habrá necesidad de
información (= Inteligencia), no solo
política sino también de lo que se llama “espionaje industrial”, y por tanto,
también hay contraespionaje industrial, a cargo de corporaciones y gobiernos.
Tanto
el espionaje político como el industrial de los extranjeros exigen vigilancia
de parte de los países, para no hablar de la importancia de adelantarse a las
maniobras de potencias foráneas y de grupos extremistas que quieren subvertir
el orden y obtener un cambio en el modelo político, favorable a sus intereses.
He ahí la razón de que un Estado ejerza tanto labores de inteligencia en el
exterior como de contrainteligencia en el interior, para frustrar los esfuerzos
de sus enemigos políticos, comerciales o industriales, extranjeros o
nacionales.
Ahora
bien, en Colombia operan sin la menor resistencia servicios secretos de los
Estados Unidos, Rusia, Israel y varios países europeos, y ahora, con seguridad,
los de China. Sin embargo, los servicios cubanos son los más activos. La
embajada de ese país tiene varios centenares de “diplomáticos” acreditados en
Bogotá, mientras en La Habana apenas hay un puñado de insatisfechos burócratas
nuestros, incapaces de incrementar los mínimos intercambios comerciales con la
isla famélica, paupérrima e improductiva. Pero también hay cubanos en las
universidades y en multitud de organizaciones “cívicas”, “agrarias” y
“deportivas”; y se prepara la llegada de médicos para varias alcaldías de la
extrema izquierda.
Esa
situación es tolerada culpable e irresponsablemente por el gobierno actual, y
como si esta indolencia frente a la subversión no expusiera la seguridad
nacional, ahora el ministro de Defensa (no desautorizado por el presidente), se
asusta por un artículo mal escrito y peor sustentado, de la revista Semana, y no encuentra mejor respuesta
que salir ante los medios para demoler y desmantelar nuestra mínima y maltrecha
inteligencia militar, de tal manera que en Colombia, la única “agencia” cuya
labor es interferida y contrarrestada por las autoridades es la propia, la
nacional, la llamada a alertar e informar al gobierno…
Esta
increíble insensatez demuestra que sí somos un país único… el único que se
niega a defenderse.