Por John Marulanda*
A los soldados colombianos los repelen
por cuatro principales razones. La emocional es una de ellas. Alguna afectación
resultante de una acción dañina o injusta debido a un equivocado procedimiento en
el uso de la fuerza. Desde un maltrato en un retén hasta una macabra ejecución
extrajudicial, acunan rencores difíciles o imposibles de solventar. Una segunda
razón mayor es la política. Sectores comunistas varados en los años 60, en la
guerra fría, que con tergiversaciones tipo ejército burgués versus ejército del
pueblo manipulan las emociones de desinformados, insatisfechos o frustrados y
con argumentos, mezcla de realidades, verdades a medias y mentiras, los
convierten en mente capti, mentecatos. La tercera principal razón es
mercenarismo. Atacar a los militares es una tarea que paga bien. Así lo
demuestran las jugosas ganancias de un colectivo de abogados, el José Alvear,
logradas por denunciar falsas desapariciones como en el conocido caso de Mapiripán
en 1997. La narcosubversión juega fuerte en este grupo, como que ya tiene
senadores y representantes en el parlamento con sueldos exorbitantes y
beneficios extraordinarios comparados con el trabajador o empleado común. Y la
cuarta razón es una venenosa combinación de las tres anteriores: manipulan
ingenuos, obtienen pingües ganancias del erario y de paso debilitan la
credibilidad de las instituciones armadas, única talanquera históricamente
efectiva que logró evitar que se impusiera en Colombia un régimen totalitario a
fuerza de AK-47.
Esos cuatro grupos, suman entre ellos
menos del 20% de la simpatía de la opinión pública del país. Y de nada ha
valido que algunos medios, representantes de oscuros intereses, semana a semana
busquen amarillear el panorama noticioso a costa de los soldados de nuestro
país, pues estos siguen siendo los más queridos por los colombianos.
En una institución de más de 230 mil
hombres y mujeres, con sevicia se remachaca el posible mal procedimiento de 11 oficiales
pertenecientes a oficinas de inteligencia y contrainteligencia militar, y otros
casos de corrupción en la cadena logística del Ejército, pero no se menciona
con igual intensidad el reciente asesinato en Tumaco, de un capitán de
inteligencia; ni la humillante retención ilegal de 35 miembros armados de la
FFPP en Caloto por la guardia campesina, apoyada por disparos de los mismos
asesinos del capitán, mientras los policías y los soldados trataban de evitar
el robo de unas reses.
El miércoles 29 de abril en El Tambo,
Cauca, un pelotón al mando de un subteniente, ubicó, aproximó y rodeo una banda
de 20 narcoelenos. Lanzó la proclama respectiva intimando rendición y los
delincuentes decidieron rendirse. Su moral narco “revolucionaria” no dio para
el sacrificio. Tres días después, otros 8 narcoterroristas también se
entregaron gracias a las operaciones militares que adelantan los soldados en el
suroccidente del país. Todo lo anterior contradice palmariamente la “order
to kill” que anunció un periodista en el New York Times en junio del
año pasado y que causó otro de las escándaos semanales contra el Ejército
bicentenario.
Para escozor de sus malquerientes, el
resultado trimestral estadístico de Invamer sobre favorabilidad y
desfavorabilidad de instituciones y personas en el país, puso en primer lugar,
de nuevo, a los militares con un 87,9%. Reconocidos parlamentarios apuntan sus
dedos al ejército, aunque, irónicamente, la misma encuesta que encumbra a los
uniformados hunde al Congreso con 67.4% de desfavorabilidad. No escapa a la
opinión pública colombiana, que tal congreso acoge narcotraficantes y asesinos
convictos, como el autor de la masacre de Bojayá hace 18 años. Las anteriores
realidades hacen que la conciencia colectiva, con acceso casi infinito a
información, prefiera a sus soldados, por supuesto.
Desafortunadamente, la inteligencia
militar no está pasando por su mejor momento. Parece que a los designados para
manejar esta delicada y fundamental tarea de seguridad nacional les ha faltado
olfato para entender el contexto en que vivimos. Preocupa que el aparato de
inteligencia esté en manos de hombres de confianza y no en técnicos y expertos;
preocupa que esté en desarrollo algún tipo de lucha intestina en la
institución, como advierten algunos conocedores y preocupa también, que la
inteligencia estratégica resulte afectada, con actores peligrosos e inestables
como Cuba, cuyo G2 hace inteligencia sin talanqueras y Venezuela que parece
estar preconstituyendo prueba con supuestos intentos de invasión “desde
Colombia, para cometer actos terroristas en el país y asesinar líderes del
gobierno revolucionario” y que puede traer “imprevisibles y peligrosas consecuencias”, según el ministerio del interior en Miraflores.
Como en casos anteriores, la información
del escándalo de fin de semana habla de espionaje, pero contradictoriamente
también habla de información recolectada de fuentes abiertas; renueva el
episodio de las chuzadas, aunque el ejército perdió esa capacidad técnica; hace
eco de una libertad de prensa amenazada, peligro inexistente por donde se mire
y presenta una lista de más de 100 personas perfiladas, por lo que estaríamos
hablando de un archivo corriente de quién es quién, que maneja hasta la más
sencilla agencia de inteligencia en cualquier parte del mundo. Finalmente, será
el aparato judicial, otra institución con un mínimo de credibilidad en el país,
el que sentenciará si los oficiales defenestrados sin fórmula de juicio son o
no culpables de haber violado la Ley Estatutaria 1621 de Inteligencia y
Contrainteligencia. Ojalá el juez que conozca de la causa sepa y tenga
experiencia en la materia.
La decisión política del Gobierno de
suspender a los oficiales involucrados en posibles actos ilegales demuestra
palmaria y reiteradamente que en Colombia los militares están subordinados al
poder político y desbarata el relato izquierdista de un supuesto poder militar.
Se espera que las tales “carpetas” no vayan a resultar como las “fosas
comunes”, un mito desgastador y distractor.
El encono semanal para erosionar la
institución militar pasará cuenta de cobro en su momento y los mismos que están
convirtiendo a los soldados en reyes de burla, los llamarán para que los
protejan o defiendan.