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jueves, 17 de julio de 2025

Tribus: lo que siempre fuimos

Fredy Angarita
Fredy Angarita

Hay una palabra que cada vez resuena más en nuestro entorno: tribus.[1] Puede que al oírla pensemos en las que conocemos por territorio y origen: los Wayúu en La Guajira, los Emberá en Chocó y Antioquia, los Nasa en el Cauca, los Kogi, Arhuaco, Wiwa y Kankuamo en la Sierra Nevada, los Ticuna en el Amazonas o los Sikuani en la Orinoquía.

Pero el significado va más allá. Al consultar su origen, descubrí que viene del latín tribus, y que en Roma significaba literalmente “un tercio”, y se usaba para designar cada una de las tres castas originales del pueblo: Tities, Ramnes y Luceres. Con el tiempo, el término se amplió para nombrar a grupos humanos unidos por linajes, lenguas o territorios.

Son grupos que comparten ritos, estéticas y formas de vida. Lo que hoy llamaríamos identidad. Y ahí viene la pregunta inevitable: ¿todos pertenecemos a una tribu?

La respuesta, aunque incomode a algunos, es sí.

Incluso aquellos que dicen no pertenecer a nada, ya conforman una tribu. Las tribus urbanas no solo existen: están presentes incluso en quienes ya no están. Basta una visita al Museo Cementerio San Pedro en Medellín para encontrar sus huellas. Más que un lugar fúnebre es un espacio patrimonial donde las tribus dialogan con el recuerdo.

Las tumbas aún no se agrupan oficialmente por “tribus”, pero hay señales poéticas, simbólicas, críticas.

Frases como:

  • “Aquí descansa un guerrero del barrio”
  • “La calle no te olvida”
  • “La muerte es solo un sueño más profundo”

Y epitafios acompañados de ángeles tatuados, gafas oscuras, cadenas, carros o motos como:

  • “No viví de rodillas”
  • “Morí libre”
  • “Vuelvo a ser raíz”

Allí viven memorias de raperos, darks, punkeros, rockeros, reggaetoneros, eco-tribus, alternativos, góticos, salseros, tangueros, en fin. Aunque muchos fueron considerados minorías, se han ganado su lugar. En vida y en memoria. En Medellín, algunas de estas tribus han ganado un espacio que ya es innegable[2].

Otro estudio clasifica su posicionamiento así:[3]

Tribus

Fuerza

Espacio ganado

Raperos / Hip-hop

Cultural, educativa, territorial

Alta

Reggaetoneros

Comercial, estética, global

Muy alta

Grafiteros

Narrativa urbana, arte público

Alta

Skaters / BMX

Calle, deporte, cultura joven

Media-Alta

Góticos / Emos

Estética, existencialismo urbano

Media

Otakus / K-poperos

Redes, identidad digital

En crecimiento

Eco-activistas

Conciencia ambiental, vida alternativa

Emergente

Dentro de esta diversidad urbana, hay tribus que se han formado desde la experiencia del cuerpo, del deseo, de la lucha. Por ejemplo, la comunidad LGBTQ+ como una macrotribu en movimiento, que no es homogénea, pero comparte símbolos, códigos y espacios.

  • Drag queens y transformistas: visibles, performáticos, provocadores.
  • Personas trans y no binarias: no siempre organizadas como “una sola tribu”, pero sí como comunidad de resistencia.
  • Artistas queer, poetas, performers: no se definen por género, sino por formas de habitar el lenguaje, el deseo, la calle.

La palabra tribu puede sonar teórica. Pero es más que una categoría, es una forma de estar, de agruparse, de resistir. Antes de llamarnos tribus urbanas, fuimos parche, banda, combo, esquina, pandilla. Nos llamaron marginados, sin saber que éramos linaje.

Y así como hoy estas nuevas tribus exigen respeto —como debe ser—, también deben respetar a quienes no siempre entienden o comparten su forma de habitar el mundo. Porque toda tribu, si quiere futuro, debe practicar la empatía. Yo creo que no necesitábamos nombre: teníamos código. Hoy nos llaman tribus, pero siempre fuimos territorio.

martes, 6 de junio de 2023

De cara al porvenir: la identidad de Latinoamérica

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Si nos detenemos a analizar el cómo los pueblos de América Latina han transitado desde la época precolombina, la conquista, la colonia, la independencia y su organización como países independientes, encontraremos algunas líneas comunes y un verdadero mosaico de acciones y eventos particulares que hacen parte de su propia historia.

Al aproximarse a estos asuntos, puede caerse en la tentación de reforzar el lado bueno de la historia, hablar de lo políticamente correcto y por qué no, de potenciar lo moralmente edificante, tratando de suavizar un poco la realidad real.

Hemos pasado por aborígenes y conquistadores, mestizos, siervos, esclavos, oidores, hacendados, virreyes, libertadores y ciudadanos de a pie. El poder lo han ejercido dictadores, caudillos, guerrilleros y han aparecidos mafiosos y sicarios.

Hemos vivido en medio del mito, de las supersticiones y de los fanatismos, donde el odio, el miedo y la esperanza han sido los vectores que han guiado a nuestros dirigentes en diferentes épocas y circunstancias.

Este despelote latinoamericano ha tratado de ser explicado desde los ritmos particulares, las condiciones geográficas, las riquezas naturales y la victimización.

Algunos intelectuales han hablado del realismo mágico y algunos otros de lo gótico siniestro, donde personajes verdaderamente siniestros y malignos nos han gobernado.

El tema de nuestra identidad ha sido un constante devenir de posturas, creencias, discusiones, alegatos y guerras.

En el siglo XV proliferaron los santos, en el siglo XIX los héroes y en el siglo XX, las víctimas.

En el mundo actual, al campesino, al gaucho, al andino, al tipú, al negro, al montuno y al indio, le han quitado espacio y visibilidad los enfermos, los migrantes, los ecosistemas y las minorías raciales y sexuales, entre otros varios actores.

¿Qué ha dificultado encontrar nuestra verdadera identidad? Sin pontificar podríamos decir que la idea que querer alcanzar la pureza ante cualquier tipo de dinámicas, el pretender ser y alcanzar lo que no existe y el querer redimir la injusticia y el dolor aspirando a realidades imposibles, ha hecho que este camino hasta la fecha haya sido tortuoso y falto de resultados.

Diría alguien que “lo óptimo es enemigo de lo mejor”.

domingo, 27 de octubre de 2019

La confianza y la felicidad


Por Santiago Cossio*

Santiago Cossio
El pueblo está acostumbrado a pedir soluciones para sus principales carencias:  salud, educación, seguridad y empleo son problemas de nunca acabar. Hace décadas que en época de elecciones llegan los políticos a prometer las mismas soluciones y nada que resolvemos nuestros problemas colectivos. Posiblemente estamos buscando soluciones donde no es.

Proponer e innovar en políticas públicas ya de por sí es algo arriesgado y complejo. Quién pensaría que un Metrocable a una montaña podía ser una solución al transporte público. Así mismo deben existir soluciones impensadas que solo los científicos sociales y visionarios innovadores pueden ver. La felicidad es una propuesta innovadora que debe ser tenida en cuenta.

La inseguridad ha azotado al país y todos los días se ven ejemplos de atraso cultural. En investigaciones sociales se encuentra que la violencia nace de la infelicidad. Esa violencia termina generando atraso económico y social dándole rueda al círculo vicioso de la pobreza. (Pobreza que genera más violencia, violencia que genera más pobreza). Para salir de este gran problema de violencia que ha sumido al país en el atraso al desarrollo, debemos pensar en que la felicidad sería una gran solución. La felicidad es el camino que todos debemos elegir.

Las manifestaciones artísticas son educación para la felicidad. El humor, la danza, la música, el teatro etcétera, cuando se hacen con responsabilidad cultural se convierten en herramientas de educación social para la felicidad.

La confianza es construcción de tejido social, desde la interpersonal hasta la confianza en el gobierno público. La desconfianza ha sido uno de los generadores de disturbios e indisciplina social aumentando las marchas y protestas que llevan a más atraso económico y social. En el sector privado la desconfianza y falta de identidad en nuestros productos y empresas ha llevado al aumento de importaciones, falta de demanda agregada y al consecuente desempleo.

La confianza interpersonal es hoy una necesidad, donde el ego ha bloqueado el progreso. Si vemos las empresas que cotizan en la bolsa de valores de Colombia son sociedades anónimas con cantidades de accionistas que buscan además de un dividendo individual, la sostenibilidad para el progreso colectivo. Debemos fomentar nuevamente la conformación de sociedades, empresas B y el cooperativismo.

Hablando de otras soluciones en políticas públicas tenemos que para el problema de la educación puede ser más de investigación, formación de formadores y contenidos de la educación, que de infraestructura. La clave de la salud, podría estar en la prevención, nutrición y el deporte. Para el empleo, más que empleos temporales, debemos buscar soluciones estructurales. La inseguridad se debe atacar con cultura, empleo, confianza, educación y felicidad.

La justicia no se hace con castigos o multas. Se hace con educación en leyes y en valores sociales y culturales. Los valores humanos que se están proponiendo como la confianza y la felicidad son tema de debate, Pero debemos abrirnos a explorar estas propuestas sociales y apoyarlas. Otros valores como el respeto, la identidad y la responsabilidad deben ser tenidos en cuenta para la educación y formación social del ser humano.

En ninguna facultad de economía enseñan que el mayor determinante del desarrollo económico es el comportamiento individual y social. De nada sirve tener petróleo, tierras, agua, oro, o esmeraldas si no sabemos vivir y convivir de manera individual y colectiva.

Hoy de nuestra educación superior salen buenos profesionales, pero personas con una escasa formación humanística lo que agrava el comportamiento social generando falta de ética, moral, cívica y urbanidad, desconfianza e infelicidad; todo esto trayendo más atraso.

Valores culturales como la confianza, la felicidad, la identidad, el respeto y la responsabilidad son el camino que la sociedad debe conocer, reconocer y apoyar como innovación en las políticas públicas. Creo que el camino real del progreso, está en el desarrollo económico, la confianza y la felicidad.