José Alvear Sanín
Parece
imposible concebir un candidato presidencial peor que Iván Cepeda, por:
1. Inmoralidad,
demostrada por las calumnias con las que incriminó al presidente Uribe y por
haber comprado falsos testimonios, como todo el país sabe. La inicial condena
infame mediante sentencia fraudulenta fue revocada por el Tribunal Superior de
Bogotá, pero la juez prevaricadora, el mendaz denunciante y el testigo falso no
han sido procesados penalmente, como debe ser.
2. Apariencia
física aterradora, que infunde miedo y anuncia el reinado del terror propio de
la revolución comunista, que él encabezaría desde la Presidencia.
3. Nunca
ha trabajado, a menos que orientar la subversión y dirigir la JEP desde su
opulenta condición de congresista capacite para la suprema magistratura.
4. Como
comunista radical, solo se puede esperar de él lo peor, convertir a Colombia en
otra Venezuela.
A
sabiendas de esto y de mucho más, se está haciendo creer al país –mediante una
encuesta ad hoc, sesgada y contratada– que el ahora sonriente Cepeda es
un político normal, popular, y probable triunfador en segunda vuelta,
maquinación publicitaria a la que no son ajenos empresarios oportunistas,
timoratos y lambones, enseñados a jugar a dos bandas.
Si
en 2026 se realizaran elecciones libres y el escrutinio fuera transparente, el
resultado no sería diferente a los recientes en Ecuador, Chile y Honduras,
donde el comunismo ha sido rechazado mayoritariamente por electorados que han
padecido gobiernos muy malos, aunque menos que el de Petro.
En
esas condiciones es difícil entender qué razón ha llevado al Politburó a
escoger el peor candidato, a menos que ese órgano clandestino, sigiloso y
criminal que gobierna en Cuba, Nicaragua y Venezuela –cansado de perder en
Argentina, Chile, Ecuador, El Salvador y Honduras–, tenga una estrategia
secreta y eficaz para conservar el poder en Colombia, basada en estos puntos:
1. El
constreñimiento electoral en más de la mitad de los municipios de Colombia,
entregados deliberadamente por Petro a la subversión, que ejecutan guerrillas,
guardias indígenas, combos narco-criminales, y demás milicias al servicio de la
revolución.
2. La
culpable división del electorado democrático, facilitada por dirigentes
políticos, ineptos cuando no cómplices, que buscan afanosamente un nuevo
Rodolfo, porque prefieren un posible acomodo –que creen inocuo– con el
comunismo, para conservar parcelas de poder, en lugar de afrontar las
verdaderas reformas, que les exigirían abandonar el clientelismo y el rapaz
gamonalismo de la politiquería tradicional.
3. Dominio
de la maquinaria oficial y disposición de billones de pesos del presupuesto
para “comprar” las elecciones...
4. Grandes
medios de comunicación fletados para confundir y tergiversar la opinión.
A
medida que avanza el proceso electoral entre el próximo marzo (elección del
Congreso) y la primera vuelta presidencial en mayo siguiente, el Politburó
decidirá si se arriesga yendo a elecciones, o si el estado de descomposición moral
del Gobierno y el deterioro absoluto del orden público hacen imperativo para
ellos el autogolpe de Estado. Así, Petro asumiría todos los poderes para reunir
la Constituyente estamental comunista, cuyo comité organizador ya ha sido
nombrado y aplazaría las elecciones hasta que se consolide la “paz total”, que les
permita convocar comicios dentro de la nueva “normalidad”.
¡Sería
terrible que, en nuestro subcontinente, Colombia fuera el único país incapaz de
escapar de las garras del castro-comunismo tropical estalinista! ¡Este terrible
escenario es posible, si continúa la torpe danza de candidaturas politiqueras,
frente a un enemigo que sí sabe para dónde va!
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