Fredy Angarita
No sé qué tantas palabras muestran la evolución del
lenguaje, seguro existen muchas. Una llamó mi atención al leer a Julio Ramón
Ribeyro, en uno de sus cuentos: «Panchito lo acosaba, hasta liquidar todos
sus escrúpulos.»[1]
Esa palabra, escrúpulos, resonó en mi mente como
algo fuerte, visceral. Por eso, de inmediato busqué en el diccionario y me
encontré con un significado que me dejó asombrado: (del latín scrupulus,
diminutivo de scrupus, “piedrecilla”, la que se mete en el zapato). Esa
incomodidad que molesta al caminar, como la conciencia que incomoda cuando algo
no está bien.
No entendía por qué, en mis lecturas, la relacionaba más
con el cinismo, el descaro, la desvergüenza, la falta de principios. Eso ya
necesitaba más que un diccionario, inmediatamente encendí el computador: no me
iba a quedar con la duda.
Me encontré con que, a través de la historia, la palabra ha
cambiado en su utilización:
(Latín clásico): incomodidad literal (piedrecilla).
(Uso romano): se usaba en sentido figurado como “inquietud”,
“preocupación” o “recelo interior”.
(Español Medieval): Moral/espiritual, remordimiento, duda,
preocupación de conciencia
(Edad Moderna): en el buen sentido es actuar bien, cuando
no se tiene es actuar sin conciencia, sin reparar en lo correcto o incorrecto.
(Uso actual): Se mantiene el sentido ético y psicológico.
Confirmado el significado con el que la asociaba, descubrí
que en Colombia esta palabra se usa con más frecuencia de la que pensaba para
señalar actuaciones que no están alienadas con los escrúpulos. Los medios son
un buen ejemplo de esto:
El Tiempo: Escrúpulos –
Ricardo Silva Romero [2]
El Espectador: Corrupción sin
escrúpulos – Pablo Felipe Robledo [3]
El Colombiano: Se robaron equipos
del hospital de Caldas, Antioquia [4]
El Universal: De ética y
escrúpulos [5]
Semana: David Zuluaga no tuvo
escrúpulos [6]
Entonces, ya sabiendo lo que hoy significa escrúpulo, puedo
decir que en nuestro país hoy vivimos su némesis por la falta de integridad,
la injusticia, la inexistencia de transparencia, la pobre ética vivida, el
actuar sin rectitud, entre muchos otros antivalores que sufrimos: la
dignidad humana que no se negocia o la rectitud que no se disfraza de
debilidad, sino que se entiende como fuerza.

Todos los días aprendemos.
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