José Hilario López
Acabo
de escuchar el podcast Atemporal No 194 que incluye una entrevista con el filósofo
colombiano Andrés Mejía Vergnaud, donde entre otros, analiza la diferencia
entre pragmatismo y purismo, tema este de mucho interés para la actualidad
política colombiana, polarizada entre dos extremos irreconciliables, petrismo y
uribismo, mientras que el centro, liderado por el precandidato presidencial doctor
Sergio Fajardo, parece desdibujado por la confrontación, donde cada bando acusa
a su contario con los peores epítetos.
El
más grave riesgo de esta pugnacidad es que la gran mayoría de nuestra población,
en especial la juventud, llegue a convencerse de que si todo está corrupto en
la institucionalidad política colombiana hay que buscar otras alternativas
antidemocráticas, encabezadas por regímenes populistas, de izquierda o de
derecha, que ya bien sabemos hacia donde conducen.
Para
empezar, es necesario definir lo que se entiende por pragmatismo y purismo.
El
pragmatismo prioriza la utilidad y las consecuencias prácticas de las ideas y
acciones, sosteniendo que la verdad y el valor de un concepto se miden por su
eficacia y funcionalidad en el mundo real. Sin embargo, el pragmatismo, como
tal, debe estar enmarcado dentro de ciertos límites éticos y morales: no todo
es válido para obtener el objetivo que se considere útil. Nunca los medios
pueden justificar el fin, aunque este funcione.
Todo
lo que se haga en la vida debe tener un propósito, una razón de
ser y no hacer las cosas «porque sí», es decir, tienen que cumplir con un
objetivo. Básicamente, excluyendo las obligaciones, estos propósitos se podrían clasificar en cuatro grandes categorías:
resolver un problema, satisfacer una necesidad y facilitar la vida o
satisfacción personal.
Por
otro lado, el purismo defiende un principio, una práctica o una doctrina en su
estado más puro, rechazando cualquier cambio, concesión o compromiso. Mientras
el pragmatismo busca la flexibilidad y el mejor resultado, el purismo se aferra
a la ortodoxia y principios inalterables e innegociables.
El
pragmatismo es la preferencia por lo
práctico o útil. A su vez, el purismo es una tendencia a defender el
mantenimiento de una doctrina, una práctica, una costumbre, etc., en toda su
pureza, sin admitir cambios ni concesiones. Dos posiciones, que, aunque
aparentemente antagónicas, pueden llegar a acuerdos en torno a objetivos
comunes.
En
mi concepto, la confrontación política de los extremos en la actual contienda
electoral que se adelanta en nuestro país ha traspasado los límites éticos y
morales, hasta y tal punto que está rozando ya las fronteras de la violencia,
si es que ya no estamos sumergidos en ella. El centro político, por su lado.
podría estar llegando a los extremos del purismo, al considerar que todo lo
relacionado con la política tradicional está manchado de corrupción.
Los
extremos no suelen ser buenos y encontrar puntos intermedios nos puede
beneficiar. En la vida real no todo es blanco o negro, sino que hay un amplio
espectro de grises (aunque, a veces, demasiado amplio).
En
mi opinión, el centro afín a la socialdemocracia es la única alternativa para civilizar
la política, para que mediante acuerdos programáticos con movimientos cercanos
posibilite implementar las inaplazables reformas sociales, que permitan superar
las desigualdades y demás males que mantienen en el atraso y desesperanza a las
grandes mayorías de nuestro pueblo. A propósito, es conveniente recordar el
concepto del justo medio aristotélico, que mejor se traduce en el dicho
popular: lo mejor es enemigo de lo bueno. En política de nada sirve estar en el
lado de las buenas y sanas prácticas, si el poder lo ejercen quienes tienen
otros intereses, para lo cual, de ser necesario, se apoyan en regímenes
autocráticos y la violación de los derechos humanos, como ya se tienen en
nuestras vecindades y, de pronto, sea también nuestro destino.
Lo
que realmente conviene en estos momentos a nuestro país sería una combinación
entre el pragmatismo enmarcado en limites morales y éticos y un purismo
moderado, fuera de los extremos del maniqueísmo, que se empecina en su
convicción que sostiene que yo y mi grupo somos los únicos dueños de lo
correcto, y todo lo demás es corrupto e inaceptable.
Por
regla general en la vida personal y colectiva, es imperativo tratar de hacer
las cosas lo mejor posible, así nos señalen de ser perfeccionistas y exigentes.
La coherencia entre lo que se proclama y lo que se practica es aplicable tanto
a los demás como a mí mismo. Esto definiría el lado más “purista” de la
política, pero en busca del bien común, a veces es necesario conciliar con
opositores en pro del interés general. En política de nada sirve tener la
razón, si se pierde el poder de decisión, como puede, de nuevo, sucederles a
las fuerzas agrupadas en el centro para afrontar la actual confrontación
electoral.
Como lo demuestran las
encuestas de opinión, la mayor parte de los colombianos nos ubicamos en el
centro político y diría algo más, rechazamos la polarización a que nos quieren
involucrar los movimientos extremistas de derecha y de izquierda. En estas
condiciones creemos que ha llegado el momento de reclamarle a los dirigentes
que han asumido la responsabilidad de conducir el mayoritario, aunque disperso
centro del espectro político, que entiendan la urgencia de empezar a construir
consensos y puentes con sectores de la política tradicional, con los cuales se
pueda encontrar coincidencias.
Como lo he sostenido en anteriores
artículos, en la política tradicional también se encuentran dirigentes de “buena
voluntad”.