Por José Leonardo Rincón, S. J.
¿Cuántas
semanas santas has vivido en tu vida?, ¿cuántas de ellas las has vivido plena y
conscientemente? Pues hoy te invito a hacerlo. Vale la pena. Es verdad que para
muchos este tiempo de receso en los estudios y en el ámbito laboral puede asociarse
a vacaciones y paseo. En realidad, su intención original es otra: un tiempo
fuerte, culmen de la cuaresma para, en tónica de reflexión espiritual, hacer
memoria de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, eso
que también se ha denominado el misterio pascual.
Claro
que resulta legítimo tener unos días de merecido descanso, pero necesario es
también cultivar nuestra dimensión espiritual. Le dedicamos mucho tiempo al
cuidado de nuestra formación intelectual, nuestras relaciones afectivas, el
cuerpo mismo, lo estético, lo social y político, eso está bien, pero ¿y nuestra
vida interior qué?
Contemplar
el desenlace de la vida de Jesús de Nazaret resulta ser un itinerario provechosamente
aleccionador para cualquier ser humano. Un hombre de extracción humilde y que
se rodeó siempre de gente sencilla, que pasó haciendo el bien como la historia
lo recuerda, que pedagógicamente hablaba clara y directamente con autoridad,
seguido y amado hasta querer convertirlo en ícono político revolucionario, también
resulta controvertido y odiado a punto de terminar siendo asesinado.
Reconocido
y aplaudido, con un éxito evidente y un alto rating de popularidad, no sucumbe
a la tentación del poder. Eso resulta decepcionante. No era lo que se esperaba
y necesitaba. Y esos mismos que vitoreaban el Domingo de Ramos el culmen de su
gloria, el viernes, enardecidos, vociferan su crucifixión. Interesante lección
para ver cuán efímero es el cuarto de hora del éxito y cuán camaleónico es el
populacho manipulado.
La
cena con su grupo de amigos del alma, feliz ocasión para proclamar el
mandamiento del amor como el más importante de cuanta normativa existe y el
servicio como la expresión obvia de ese mandato, desemboca en codiciosa traición,
en anunciada negación, en miedosa huida. El protagonista de la historia siente
angustia y pavor. Su mentor eterno, silencioso, calla. Sentimiento profundo de
soledad y abandono, de misión fracasada y estéril.
Sin
embargo, la conciencia lúcida lo había advertido oportunamente: si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, no da fruto. Paradoja existencial profunda:
morir para vivir, caer para levantarse, fracasar para triunfar. Misterio
incomprensible, camino que no se quisiera repetir. Ineludible senda que hay que
transitar. El revés se vuelve logro. La muerte se transforma en vida eterna. Es
Pascua, es paso.
Las
liturgias de estos días, exuberantes en textos y ritos, en palabras y símbolos,
nos invitan a mirar con madurez nuestra propia vida a la luz de la fe y a
comprender mejor nuestra personal historia de salvación. Te invito a que esta
Semana Santa sea diferente. Te invito a vivirla a plenitud. ¡Vale la pena!