Por José Leonardo Rincón, S. J.
Hoy
estoy existencialista. Un video, de esos que mandan por las redes, de una forma
cruda y directa pero cierta, nos invita a caer en cuenta de que, dentro de un
siglo, quienes actualmente estamos vivos, ya no lo estaremos. Lo que
actualmente vemos y disfrutarnos será visto y disfrutado por otros. Y esos
otros no sabrán de nosotros, ni les interesará saberlo. El olvido que seremos.
Así de simple. Tanto afán por llenarnos de cosas, tanta preocupación por no
pasar desapercibidos, tanto estrés por mantenernos jóvenes y bellos y nada de
eso podremos llevarlo consigo. Vinimos desnudos y sin nada y nos iremos con las
manos vacías. Tal vez nuestro legado, lo bueno que hicimos, permanezca por
algún tiempo en la memoria de algunos.
La
temprana y sorpresiva muerte del obispo de Santa Rosa Osos, a sus 54 años, me ha
obligado a pensar de nuevo en lo efímeros que somos. Una amiga muy querida está
en una UCI y lucha por sobrevivir. De pronto, mi mamá suspira profundo y
exclama: me he quedado sola, todos mis hermanos y mis sobrinos mayores ya no
están. Sus amigos de infancia, los de toda la vida, ya no están físicamente.
Solo quedan los recuerdos, pero no hay con quién hablar, con quién recordar,
con quién contar. La escena es dura y uno más impotente no se puede sentir. No
hay nada qué hacer. No quiero ponerme dramático, pero es verdad que, si miro en
derredor, muchos de mis amigos, también ya no están. Uno mismo sabe que su
salud, su vitalidad, su lucidez, ya no son las de antes. Es un fenómeno natural
e irreversible.
La
expectativa de vida ha aumentado en los últimos años, sin embargo, nada nos
garantiza que cumplamos o superemos el promedio. En realidad, la vida es corta
y los años se pasan volando. Es muy duro que los amigos que uno quiere se nos mueran,
pero es verdad que es mucho más duro quedarse íngrimo, solo.
Hay
que prepararse para esto. Uno cree que va a ser eterno, que siempre tendrá
salud, que estará en sus cabales, que podrá desplazarse por donde quiera y
disfrutar los placeres de este mundo… y no. No es así. Sabemos que la muerte vendrá
un día, pero la vemos distante.
Vuelve
y juega. Con razón hay que mirar el pasado, lo que pasó y no vuelve, con
gratitud pues nos dejó, si no satisfacciones, al menos enseñanzas. Del futuro
poco o nada sabemos y hay que asumirlo con esperanza buscando que sea mejor
para todos. Pero, sobre todo, hay que vivir plenamente el presente, el “hic et
nunc” que dirían los latinos, el sabio consejo de Horacio “carpe diem”. Es de
lo poco que tenemos entre manos y bajo control.
Concluyendo:
la vida es corta, la vida es bella. Felices los que han entendido y viven su
pasado con paz, su presente a plenitud y el futuro con esperanza. No nos
quedaremos solos, algunos pasarán, otros nuevos vendrán. Y Dios, el Yo soy,
siempre ahí, siempre presente, siempre Eterno, siempre a nuestro lado. No
estamos solos, nunca quedaremos solos.