Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
Primero de mayo, y en lugar de estar
creando más oportunidades de trabajo, el Gobierno está empeñado en destruir las
empresas que son las únicas que generan empleo sostenible.
Todo parece indicar que el país del
Sagrado Corazón de Jesús ya no aguanta más, y está a punto de convertirse en el
“Burdel Colombia”.
Hoy somos un pueblo indefenso a manos
de una nueva clase política, populista, clientelista y “calanchina”, que parece
empeñada en convertir nuestro hermoso país al comunismo y querer obligar a toda
la nación a tener que transigir con la violencia de todo tipo de organizaciones
criminales.
Nuestra sociedad está obligada a
reflexionar y a no seguir ignorando la forma ilegítima en que se administra la
cosa pública en una democracia que ya no es funcional, o terminaremos en un
abrir y cerrar de ojos, en las mismas de Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Es hora de darnos cuenta de que el
país sí ha cambiado y ha avanzado en lo que va del siglo, pero lo que no cambia
y va en reversa, es la forma en que se ejerce la actividad política.
Todos los Estados y los sistemas de
gobierno presentan defectos como el clientelismo y unas minorías dedicadas a
actividades ilegales que tienen que combatirse constantemente. Pero aquí, los
partidos, los líderes y quienes conducen el Estado, en su avara ambición de
poder, viven enfrascados en la falsa e improductiva discusión entre derecha,
izquierda o centro; algo que sólo sirve como envoltura para un tamal
politiquero fermentado que sólo produce una gran indigestión social.
En Colombia, parece que todo lo que
antes era ilegal ha sido incorporado como parte de la ecuación de impunidad con
que se gobierna y se administra justicia. Pocos líderes aportan al desarrollo
de la nación, la mayoría anteponen al interés general su vanidosa ambición de figuración
y poder, y conviven o son parte de esa cultura terrorista y mafiosa de la droga
que está entreverada en toda nuestra sociedad.
Hasta el advenimiento electoral del
narco-populismo del siglo XXI en las elecciones colombianas de 2022, fuimos la
democracia de mostrar en la región, ausente de la volatilidad propia del
totalitarismo fuimos la economía manejada con mayor ortodoxia, en un sistema de
libertad de empresa y de mercados, y existió una administración ordenada de la
cosa pública enmarcada en una institucionalidad que garantizaba ante todo el
imperio de la ley, en un Estado de derecho relativamente funcional.
Como sociedad nos confiamos y
permitimos que la tiranía de las ideas comunistas disfrazada de socialismo se
aliara con la politiquería calanchina y con el narcoterrorismo, y se tomaron el
poder por la vía democrática.
Repugna la falacia con que salió hace
unos meses un alto diplomático extranjero, al aterrizar de barriga en la
cultura de este trópico criollo, cuando dijo tan tranquilo que: “él veía,
que el nuevo equipo que gobierna el país está compuesto por funcionarios bien
intencionados y que están tratando de mejorar el país desde la política”.
¿Seguirá hoy ese míster pensando lo mismo?
Ojo, señores de la nueva ola
diplomática mamerta y permisiva, que los hechos en Colombia demuestran los
resultados del total desgobierno. No nos engañemos, la región entera está
asechada por una minoría ladrona e insensata, obnubilada con el comunismo que
ya hace varias décadas se nutre del narcotráfico y otras actividades ilegales
altamente lucrativas.
En Colombia, el liderazgo oficial se
encuentra empeñado sirviendo de garante a toda suerte de organizaciones
criminales, mientras el resto de la política colombiana está extraviada en el
bazar inmediatista de los egos encefálicos de todo tipo de ex, y en el
transfuguismo partidista.
Muchos extranjeros preguntan ¿cómo fue
que en Colombia permitieron un sistema autocrático que controla la aprobación
de las leyes y tiene enmudecida y coartada la justicia, neutralizadas las
fuerzas armadas, anestesiadas las instituciones y la tan cacareada sociedad
civil?
¿Cómo es que los cargos públicos los
estén llenando de personas cuestionadas y de criminales fraudulentamente
indultados?
¿Por qué los gremios parecen
complacidos con que imperen todas las modalidades delictivas conocidas en
materia de administración pública, y con el deterioro acelerado de la seguridad
ciudadana y de las condiciones sociales y económicas que debe garantizarles el
Estado a las personas naturales y jurídicas que cumplen sus obligaciones?
Pero hay más. Es claro que quien se
eligió con un discurso populista ofreciendo un cambio, mintió, y hoy le quiere
imponer a toda la ciudadanía un Estado caótico, que moralmente en nada difiere
del vergonzoso turismo del vicio y la pederastia por el cual ya estamos
marcados como destino preferido de toda suerte de degenerados en el ámbito
mundial.
Hoy, cuando gracias a la evolución de
la información y a la tecnología se sabe a ciencia cierta qué decisiones y qué
acciones son efectivas para el bien común y el interés general de la
ciudadanía, hay una desconexión total de la clase política con las realidades
de la gente; siguen entrampados en discusiones ideológicas caducas y contrarias
a las mediciones que arroja el conocimiento.
¿De qué le vale a la sociedad la
verborrea con que luchan entre una izquierda democrática enredada en las garras
de un populismo corrupto y una derecha democrática acusada de fascista por una
izquierda extrema que le da pena mostrar su cara comunista? Recordemos que
nazismo y fascismo, fueron movimientos originados en el socialismo de comienzos
del siglo pasado y que al igual que Rusia, China, Cuba, Nicaragua y Venezuela,
se convirtieron en dictaduras totalitarias.
Entre tanto lo que ocurre con la
mayoría de los gobiernos de la región bajo la denominación de izquierda
hispanoamericana o socialismo del siglo XXI, es sólo una careta o piel de oveja
que oculta los colmillos del lobo comunista totalitario que habita en quienes
como lo hicieron antes el Che Guevara y los Castro, Chávez, Diosdado y Maduro,
Ortega, los Kirchner, Boric y ahora Lula y Petro, traspasaron hace tiempo el
lindero que hay entre el bien y el mal, al crear condiciones de impunidad para
los sanguinarios que han cometido crímenes de lesa humanidad escondidos tras un
disfraz ideológico.