Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
El comunismo es el otro hijo calavera
del socialismo que también parió al nazismo y al fascismo; lo ha sido a lo
largo del siglo pasado y lo es en esta era del socialismo del siglo XXI.
¿A quién ha beneficiado la
implantación del comunismo a lo largo de la historia? Sólo a los que manejan el
partido y a los corruptos que negocian con el régimen, una nueva élite que,
para ejercer el poder de manera totalitaria indefinidamente, apela a la
destrucción de la riqueza cultural y económica, del derecho a la vida y a la
propiedad privada de los pueblos.
¿Acaso para el pueblo los regímenes
totalitarios comunistas no son lo mismo que de forma arbitraria y violenta
hacían unos pocos en las épocas monárquicas, lo mismo que hacen todo tipo de
dictadores en la era republicana, y lo mismo que también han hecho siempre
muchos caciques en las culturas indígenas ancestrales?
Para romper ese círculo vicioso entre
la demagogia que manejan los discursos de las extremas, una sociedad moderna no
puede estar liderada por personas con afectaciones ideológicas que las lleven a
estados mentales que oscilan entre la maldad, la perversión y la demencia.
Una nación nunca podrá progresar
mientras sus líderes políticos e institucionales en lugar de facilitar el
trabajo de los particulares y rendir resultados a la ciudadanía, se acomodan a
convivir con una pila de individuos que se dicen gobernantes y líderes
sociales, pero que, por acción u omisión, hacen parte de una corruptela
mafiosa, inútil e incapaz de dar ejemplo a las nuevas generaciones y de
combatir la violencia ejercida por criminales en cualquiera de sus
manifestaciones.
Hoy los gobiernos tienen que estar en
manos de las personas idóneas para conducir esa gran empresa que es el Estado
en la era del conocimiento y la convergencia tecnológica; de lo contrario lo
único que seguirán recibiendo los pueblos es una condena perpetua a la miseria.
Las democracias y, en general, todos
los sistemas de gobierno tienen que poderle exigir a los servidores públicos
excelencia en su condición humana, solvencia ética, profesionalismo y capacidad
de producir resultados en favor del interés general.
Sólo deben aspirar a manejar las
posiciones de gran responsabilidad en el sector público, quienes puedan
acreditar que su experiencia sobrepasa los requisitos mínimos que cualquier
empresa privada exija a sus administradores para poder ocupar posición alguna.
Una nación que quiera progresar no
puede darse el lujo de estar gobernada por una casta que comulga con la
degeneración demencial que brota de la cultura de la tolerancia al crimen, que
se nutre y fomenta las adicciones al poder, al alcohol, a la marihuana, la
cocaína, el bazuco y el tusi.
Sabemos que, con el manejo adecuado de
la retórica demagógica del populismo, es fácil mentirle al pueblo en las redes
sociales y por los medios de comunicación, pero ¿por qué no someten a un
riguroso examen psicológico y de toxicología a todo aspirante a cargo público?
No podemos exigirles una cosa a los
médicos, a los deportistas, a los pilotos, a los conductores de los buses
escolares, a los gerentes y administradores de las empresas, y al mismo tiempo
permitir que la política la controlen criminales, viciosos o ineptos alcahuetes
de los anteriores.