Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
La
gasolina que mueve toda economía no es otra que la confianza. Algo que solo se genera
con seguridad, transparencia y unidad de propósito. Todo lo contrario a la
polarización que vivimos.
No
puede haber confianza donde una gran parte de la población no confía en el Gobierno
o donde el empresario y los trabajadores no comparten los mismos objetivos.
Si
la gente no tiene confianza no le mete plata a la economía, no gasta, ni
invierte, ni ahorra y, por lo tanto, no avanzan ni la gente ni la economía de
las empresas y del país.
Es
muy fácil. Si a los empresarios les va bien, a los trabajadores les va bien, al
país, al Gobierno y a todos los colombianos les va bien. Pero eso solo se logra
con la confianza que genera más oportunidades de inversión, lo cual aumenta el
empleo y la productividad, y entonces más personas pueden gastar, invertir y
ahorrar y por tanto tener cómo vivir mejor.
Es
simple. La economía de un país es la sumatoria de la realidad del día a día de toda
una sociedad, del bolsillo de las empresas, las familias y las personas que es
de donde salen los impuestos que mantienen al Estado.
La
economía es buena cuando se suma y se multiplica, y se convierte en
empobrecimiento cuando se resta y divide. La economía es un asunto netamente práctico
y se refiere a si hay con qué o no hay con qué. Sobrepasa la verborrea y la
retórica propia de la politiquería.
La
economía se refiere a cómo explotar, transformar, producir, distribuir,
transportar, consumir y reciclar eficientemente recursos, bienes y servicios. Y
su buen manejo consiste en facilitar y promover la inversión para crear más riqueza
y agregar valor como producido a lo que suma y multiplica, cuidando que sea más
que lo que resta o divide.
Lo
que las gentes las empresas necesitan es que el Estado las deje trabajar y les
dé seguridad y por tanto confianza. Mientras más inversión y más capital se
generen en una sociedad, más oportunidades habrá de invertir y de multiplicar
más a lo existente. Lo que las naciones necesitan es más capitales, más
empresas, más emprendedores, más ingenieros, más médicos, más técnicos, y mucho
menos políticos.
Y
¿qué es lo malo del capital? ¿Qué tiene de malo que una persona o una familia
coloque sus ahorros, su plata, su capital a trabajar para generar empleo y para
que muchas otras familias puedan devengar dignamente, para que puedan mercar,
para que puedan adquirir o construir una vivienda, educar sus hijos, cubrir los
gastos de salud, para que puedan vivir mejor y a la vez contribuyan al
crecimiento económico al gastar, ahorrar o invertir?
Señores
entendamos: pelear con el capital, al final no es cosa diferente a pelear con
la cuchara.
Un
país necesita tener un ministro de hacienda ortodoxo y que le inspire confianza
a los mercados, para que estos sepan que las reglas con que se va a manejar la
economía son claras, van a ser lógicas, estables y seguras antes de invertir en
ese país.
Y
¿cómo así que el decrecimiento es necesario e importante? Esa me la tienen que
explicar porque no la entiende ni Mandrake.
Perdón,
pero eso del decrecimiento es como lo que hacen aquí los políticos que le roban
la comida a los niños y entonces no crecen, ni se desarrollan, ni aprenden a
tomar decisiones de vida correctas, ni le aportan nada más que gastos y
problemas a la sociedad y a sus familias.
No
podemos confundir el manejo del único sistema económico funcional, con la lucha
por el poder entre los políticos, son dos cosas totalmente diferentes.
El
modelo revolucionario es destructivo no ha funcionado en ninguna parte. La
doctrina comunista y el socialismo del siglo XXI nunca han construido nada
bueno, no suman, no multiplican, solo restan y dividen. Nadie ha podido
explicar con resultados de progreso y desarrollo la economía controlada por el
Estado; ni Marx, Lenin, Stalin y Mao, ni Fidel, el Che, Chávez, Ortega, Evo,
Maduro, ni los Kirchner, Lula y Boric. Mucho menos lo van a poder explicar aquí
una gente resentida y malvada que ha vivido es de quitarle a los demás por
medio del terrorismo asociado a narcotráfico, extorsiones, secuestro, chantaje,
violencia y al Estado a punta de abusos, pero que nunca ha construido ni
producido nada positivo en toda su vida.
Sin
personalizar, solo digamos que hay que ser prácticos y realistas. Los cambios
pueden ser positivos o negativos. Los primeros, a lo largo de la historia de la
civilización humana, todos sin excepción alguna, obedecen a una invenciones o transformaciones
tecnológicas, no son obra de la discusión ideológica ni de la dialéctica
mediante la cual unos y otros luchan por el control del poder del Estado y el
control de los pueblos.
Los
Estados, los políticos y los ideólogos, no generan riqueza, sólo gastan plata.
Pero en general los que producimos confianza y capitales somos los particulares,
los empresarios y trabajadores que pagamos impuestos, para que los empleados
públicos administren bien lo que es de todos.