Por José Leonardo Rincón, S. J.
No
lo dudo: la clase política de nuestro país, siempre pensando en ella y sus
propios beneficios, es la responsable en buena medida de lo que estamos
viviendo.
Cuando
Echandía dijo tras el asesinato de Gaitán, hace ya 75 años, “¿el poder para
que?”, otros, han respondido “pues el poder es para poder”. Sin
embargo, la misma historia pareciera evidenciar que la cosa no es tan fácil. Detrás
del magnicidio que hace poco recordamos, no hay que olvidar que su figura resultaba
incómoda y que, al deshacerse de él, lejos de mejorar las cosas, empeoraron.
En
nuestra historia reciente estuvimos a punto de elegir a un presidente al que el
poder le hubiera quedado grande, porque no tenía equipo, hablaba mucho y ni
siquiera pudo con la curul en el Congreso, que se ganó con casi la mitad de los
votos de compatriotas asustados con el riesgo de venezolanizar esta patria, los
mismos que resultaron decepcionados, porque pudiendo encabezar la oposición, en
realidad no tuvo fuste para tamaño reto. Por suerte no salió elegido, ¡qué desastre
hubiese sido!
Después
de alentar la furiosa polarización que nos ha hecho tanto daño por años, sorprendentemente
el ganador pronunció emocionantes discursos que convocaron a la unidad nacional
y a un pacto y coalición realmente históricos. Tiernas lágrimas rodaron por
nuestras mejillas al ser testigos de tanta belleza. Sus otrora fieros
detractores cual mansos corderitos, en fila india, fueron pasando por el
besamanos de palacio, adhiriéndose al ganador y sumándose al bulldozer del
cambio. La aplanadora arrancó en cuarta y oteábamos horizontes esperanzadores. La
verdad, todo estaba pegado con babas. Una cosa es tener el gobierno y otra
realmente el poder. La conveniencia, el oportunismo y la voracidad de mermelada
pronto salieron a flote. Nada es gratis. El país poco importa.
El
presidente lo sabía, pero se prestó al juego. Se hizo a un gabinete saraviado y
cuando los amigos de temporada le fallaron, echó por la puerta de atrás a
quienes mejor le sirvieron. Como diría un profesor amigo: “pero qué feo, ¡error,
error!” Y lo más grave no es solo eso, sino haber formalizado la ruptura de
la babosa coalición y, peor aún, soliviantar al pueblo, volviendo a discursos
polarizantes y amenazadores, secundado por su secunda que aplaude
emocionada la gesta de una primera línea como si hubiera sido una colosal página
de nuestra historia. Cuidado. Creo que se está adoptando una equívoca
estrategia y andando por la senda que no es.
Es
verdad que el palo no está para cucharas. Es verdad que se necesitan reformas.
Es verdad que tenemos una clase política indolente que no sirve al país que los
eligió. Pero no estamos para intempestivas revoluciones cuyos efectos podrían salir
por la culata, devolviéndose en contra y perdiendo todos. Se suponía que hay
lecciones aprendidas, pero este país de Macondo es bastante folclórico,
completamente amnésico y con un bajo ICFES.