Por José Leonardo Rincón, S. J.*
De
nuevo estamos en cuaresma, es decir, tiempo para entrar al taller de
mantenimiento para una necesaria revisión que diagnostique cómo estamos y qué
ajustes debemos realizar para quedar como nuevos.
Antes,
cuando yo no entendía su significado, me parecía un tiempo lúgubre, cuasi
tétrico, aburrido, donde tocaba dizque ayunar, dejar de comer carne y pasar a
comer pescado todos los viernes. Esta hartera se extendía hasta Semana Santa
que era para rezar, ir a ceremonias largas tres días seguidos, oír música
clásica y también descansar un poco sin irse a los extremos de hoy día de total
rumba ventiada.
Un
compañero Jesuita con tono burlón decía: “¿te vas a convertir?, ¿convertir
en qué?” Su ironía apuntaba a qué cambio puede haber, claro, pero no
necesariamente todo cambio es para bien. Ahí está el quid del asunto. Porque se
supone que el auténtico cambio es para mejorar, salir de la apoltronada zona de
confort que nos vuelve mediocres y nos estanca. De hecho, la invitación que se
hace es a vivir una “metanoia”, esto es, una transformación de la mente,
diríamos también, del corazón, que repercuta en positivos cambios
comportamentales.
Con
razón, los antiguos sabios chinos decían, palabras más, palabras menos, ¿quieres
cambiar el mundo? Entonces cambia primero tu país. ¿Quieres cambiar tu país?
Entonces cambia primero tu ciudad. ¿Quieres cambiar tu ciudad? Entonces cambia
primero tu barrio. ¿Quieres cambiar tu barrio? Entonces cambia primero tu
cuadra. ¿Quieres cambiar tu cuadra? Entonces cambia primero tu familia. ¿Quieres
cambiar tu familia? Entonces cambia primero tú. Si cambias tú, podrás llegar a
cambiar el mundo. Genial.
Siempre
reclamamos y exigimos con dureza que los otros cambien, pero qué laxos y
permisivos somos con nosotros mismos a la hora de hacer mejoras. Dejémoslo para
mañana, decimos con conchudez desfachatada, olvidando que el cambio verdadero
comienza por casa, esto es, en nuestro interior.
Claro
que hay que convertirse, ¿convertirse en qué? Pues en mejores personas, mejores
seres humanos. Obvio, no es fácil, no se da de la noche a la mañana, es procesual,
toma su tiempo. Pero hay que comenzar y hacerlo pronto. La vida es efímera y el
tiempo se pasa volando. Sin dramas, pero la vida hay que tomársela en serio. Los
que creen en la reencarnación se relajan porque tienen más vidas para ir
evolucionando. Nosotros, los cristianos católicos, creemos en el aquí y el
ahora. La cosa es pronto, es ya. “No dejes para mañana lo que puedes hacer
hoy”.
“El
que quiere azul celeste, que le cueste”.
No es fácil arrancar, se necesita fuerza de voluntad, convicción, esfuerzo,
tenacidad. La recompensa es enormemente satisfactoria y quienes se lo han
propuesto y lo han logrado son felices ahora. ¿Y usted, para cuándo lo va a
dejar? Recuerde, la vida es corta y una vida bien vivida vale la pena vivirla.