Por Félix Alfázar González Mira*
En el Hay Festival que acaba de acontecer en Medellín se presentó una
buena entrevista con un periodista de la BBC de Londres que contaba en su libro,
no traducido aún al español, las experiencias conocidas en todos los
continentes y muchos países sobre la diversidad de alimentos para los humanos y
el riesgo corrido por la desaparición de algunos.
Señalaba que la “revolución verde”, la que introdujo fertilizantes de
síntesis química, pesticidas de origen químico, insumos agroindustriales
fabricados por multinacionales; había uniformizado la alimentación en el mundo
ocasionando ciertamente la pérdida de la biodiversidad en la alimentación
creciente de los habitantes de la tierra.
Es habitual que el consumo de nuestra proteína animal se reduzca a
cuatro géneros de ese reino cómo son los bovinos, porcinos, pescados y aves.
Descartamos, por desconocimiento o por cultura, otras ofertas de la naturaleza
como el búfalo, cordero, conejo, pato, pavo, avestruz, el cuy y tantas otras
que podrían resultar más económicas en su levante y producción ante los precios
inalcanzables que están adquiriendo aquellas. Estas, al ser más rústicas, no
necesitarían ni demandarían granos importados ni concentrados elaborados de
manera industrial con todo lo que comportan el precio del dólar, la crisis
mundial de fertilizantes y granos. En las fincas con sus pasturas naturales,
agua abundante y forrajes es perfectamente posible establecer programas de
producción que estén en armonía permanente con la diversidad y el ambiente
natural. Se demora más en el tiempo su levante para ofrecerla en el mercado o
para su consumo, pero justifica por sus bajos costos de producción comparados
con los que se levantan con el grano importado. Solamente se necesita regresar
y recuperar las prácticas ancestrales anteriores a la aparición de la
agroindustria, donde en el campo había todo tipo de forrajes comestibles y con
altos contenidos de proteína. Había abundancia con costos efectivamente bajos.
Recuerdo de pequeño en la finca familiar que los campesinos reproducían
tórtolas y palomas supliendo su necesidad de proteína animal preparándolas en
forma de albóndigas.
Podría ser oportuno pensar en programas agrarios urbanos que aprovechen
especies menores para que las gentes puedan
suplir sus carencias de proteína de buena calidad ante los precios inaccesibles
de los animales de especies mayores.
Lo mismo sucede con los alimentos de origen vegetal que su consumo se
agota con el arroz, trigo, maíz, cebada, frijol, papa, yuca y otras pocas
especies ante la urbanización del mundo, todos demandando tecnologías de la
“revolución verde” que comporta la aplicación de agroquímicos importados,
abandonando la otrora diversidad que nos prodiga la naturaleza tropical.
Productos como el gandul, chachafruto, cidra, frijoles petaco,
cachetón y vida (y miles de especies más) con buenos contenidos de proteína,
pululaban en nuestros campos de manera silvestre dando cuenta de la buena y
abundante alimentación de nuestras abundantes y numerosas familias, acompañados
los platos de la aguapanela y el aguacate de solares y huertas.
Ahora que empiezan las campañas hacia la definición de los poderes
locales y regionales, y dada la preocupación que debe asistir a quienes aspiran
a esas posiciones, sobre el hambre que padecen más de la mitad de los
colombianos manifestado en los discursos presidenciales, es hora de pasar de
este a los hechos ciertos de las soluciones concretas de esa inhumana
circunstancia. Si verdaderamente nos preocupa la hambruna y la carencia de
proteína animal de buena calidad de nuestras gentes, se hace urgente plantear
estos temas como proyecto de vida en el entendido de que no es con subsidios
monetarios que vamos a abordar las soluciones a esta problemática.