viernes, 10 de febrero de 2023

Bombardeo afectivo

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

¿Qué son los cumpleaños? Las respuestas, según los temperamentos de las personas, pueden ser varias: a) perezosa jornada para recordarle a uno que está más viejo y deprimirse viéndose al espejo; b) ocasión propicia para desaparecerse y no dejarse ver de nadie; c) día feliz para dejarse consentir y recibir múltiples manifestaciones de afecto. Me quedo con ésta última.

Efectivamente, para el suscrito, el cumpleaños es día de fiesta. Narra mi madre que el día de uno de mis primeros cumpleaños me hizo caer en cuenta del asunto y dizque yo muy conchudo dije: “eso, hagamos fiesta, invitemos a la familia…” La noticia le salió por la culata y resultó costosa porque le tocó comprar ponqué y vino para más comensales. Lo que resulta evidente es que tengo claro desde hace mucho tiempo que este es un día festivo para no hacer nada. Declaro huelga laboral y me dedico a atender llamadas telefónicas y responder los mensajes que se envían por diferentes medios. La jornada es extenuante y se asemeja a un curso rápido e intensivo de secretariado: conteste teléfono aquí, responda mail allá, reciba visitas y saludos acuyá, etc.

Eso fue el pasado martes. Gente amiga que desde la víspera felicitó para garantizar que no se le olvidara hacerlo el día mismo, otros que literalmente madrugaron para ser los primeros y otros que lo hicieron luego argumentando que estamos en la octava y todavía vale; flores, bombas, serpentinas y festones en la oficina; carteles incitando al bullying, acompañados de complementarios accesorios para reforzar la cariñosa burla; regalos deliciosos que no faltan; visitas para expresar personalmente el afecto; mediamañana recargada y almuerzo para subir unos cuantos kilos… todo un bombardeo del afecto que lo dejan a uno de catre.

Y es que uno tiene que querer y amar, pero también dejarse querer y amar. Es un asunto que se da recíprocamente de modo gratuito. No hay intereses de por medio. Es la manifestación espontánea, sentida y llena de cariño sincero con todos aquellos con quienes uno ha vivido su personal historia de vida. Desde gente sencilla y humilde hasta encumbrados personajes; familiares; amigos de los colegios y de la universidad donde se ha estudiado; colegas y compañeros de trabajo en las ciudades donde se ha estado; cercanos y también en otras latitudes de la patria y el globo; adultos y jóvenes; algunos desaparecidos que resucitan suscitando enorme alegría. Todo un derroche de energía positiva que recarga baterías como para todo el año. ¿Cómo no disfrutarlo?

Las cosas que le dicen a uno lo sonrojan. No son frases de cajón, no son lambetazos ni cepillo, no hay adulación interesada. Es para conmoverse. También para subir la autoestima a veces golpeada con la fama de que se es muy duro con la gente. Oye, pero si eso fuera cierto, ¿habría tantas y tan bellas manifestaciones de cariño? No creo. Algo positivo debió haber pasado, alguna huella grata debió haber quedado, una lección de vida y crecimiento personal suscitados. Fortiter et suaviter, eso he sido. Y quienes lo han entendido lo agradecen. Las formas a veces son fuertes, pero el trasfondo es esencialmente humano y cargado de los mejores deseos. Solo Dios sabe. Gracias a Él, Señor de la vida. Gracias a ustedes, por tanto. ¡Sigamos celebrando!