Por José Leonardo Rincón, S. J.*
¿Qué
son los cumpleaños? Las respuestas, según los temperamentos de las personas, pueden
ser varias: a) perezosa jornada para recordarle a uno que está más viejo y
deprimirse viéndose al espejo; b) ocasión propicia para desaparecerse y no
dejarse ver de nadie; c) día feliz para dejarse consentir y recibir múltiples
manifestaciones de afecto. Me quedo con ésta última.
Efectivamente,
para el suscrito, el cumpleaños es día de fiesta. Narra mi madre que el día de uno
de mis primeros cumpleaños me hizo caer en cuenta del asunto y dizque yo muy
conchudo dije: “eso, hagamos fiesta, invitemos a la familia…” La noticia
le salió por la culata y resultó costosa porque le tocó comprar ponqué y vino para
más comensales. Lo que resulta evidente es que tengo claro desde hace mucho
tiempo que este es un día festivo para no hacer nada. Declaro huelga laboral y
me dedico a atender llamadas telefónicas y responder los mensajes que se envían
por diferentes medios. La jornada es extenuante y se asemeja a un curso rápido
e intensivo de secretariado: conteste teléfono aquí, responda mail allá, reciba
visitas y saludos acuyá, etc.
Eso
fue el pasado martes. Gente amiga que desde la víspera felicitó para garantizar
que no se le olvidara hacerlo el día mismo, otros que literalmente madrugaron
para ser los primeros y otros que lo hicieron luego argumentando que estamos en
la octava y todavía vale; flores, bombas, serpentinas y festones en la oficina;
carteles incitando al bullying, acompañados de complementarios accesorios para
reforzar la cariñosa burla; regalos deliciosos que no faltan; visitas para
expresar personalmente el afecto; mediamañana recargada y almuerzo para subir
unos cuantos kilos… todo un bombardeo del afecto que lo dejan a uno de catre.
Y
es que uno tiene que querer y amar, pero también dejarse querer y amar. Es un
asunto que se da recíprocamente de modo gratuito. No hay intereses de por medio.
Es la manifestación espontánea, sentida y llena de cariño sincero con todos
aquellos con quienes uno ha vivido su personal historia de vida. Desde gente
sencilla y humilde hasta encumbrados personajes; familiares; amigos de los colegios
y de la universidad donde se ha estudiado; colegas y compañeros de trabajo en
las ciudades donde se ha estado; cercanos y también en otras latitudes de la
patria y el globo; adultos y jóvenes; algunos desaparecidos que resucitan suscitando
enorme alegría. Todo un derroche de energía positiva que recarga baterías como
para todo el año. ¿Cómo no disfrutarlo?
Las
cosas que le dicen a uno lo sonrojan. No son frases de cajón, no son lambetazos
ni cepillo, no hay adulación interesada. Es para conmoverse. También para subir
la autoestima a veces golpeada con la fama de que se es muy duro con la gente. Oye,
pero si eso fuera cierto, ¿habría tantas y tan bellas manifestaciones de
cariño? No creo. Algo positivo debió haber pasado, alguna huella grata debió
haber quedado, una lección de vida y crecimiento personal suscitados. Fortiter
et suaviter, eso he sido. Y quienes lo han entendido lo agradecen. Las
formas a veces son fuertes, pero el trasfondo es esencialmente humano y cargado
de los mejores deseos. Solo Dios sabe. Gracias a Él, Señor de la vida. Gracias
a ustedes, por tanto. ¡Sigamos celebrando!