Por: Epicteto, el opinador*
La oscura noche que
se ha apoderado del país desde el pasado 7 de agosto, llega a tal grado de
cerrazón que hasta los llamados a encontrar una luz de esperanza se debaten en
medio de la perplejidad y la incertidumbre.
¿Qué hacer cuando
todos los resortes del poder se encuentran bajo el control de una pandilla que
antepone la defensa de los criminales, la plena garantía al narcotráfico y la
protección de los terroristas a la seguridad y el bienestar de la población?
¿Cómo impedir que
los recursos del Estado se dilapiden en el derroche presupuestal, en
demenciales proyectos o en subsidios impagables por el fisco, mientras se
planea suprimir los ingresos por venta de petróleo?
¿Quién va a
garantizar la seguridad de las gentes, sus derechos fundamentales, su salud y
bienestar, cuando el propio Estado deja en libertad a los vándalos, se hace el
de la vista gorda frente a las invasiones ilegales, amenaza con desmontar el
sistema de salud y se roba los ahorros de los trabajadores para sus pensiones
de vejez?
¿Cuál es la
alternativa a seguir frente a la suicida política de ahuyentar la inversión,
aumentar la tributación, y generar una inflación que acaba con el aumento decretado
para el salario mínimo?
Ante todo, comencemos
por reconocer las verdaderas dimensiones de esta hecatombe. No se trata
simplemente de la pérdida de unas elecciones: Es el enfrentamiento de dos
visiones contrapuestas del mundo.
De un lado, quienes
creemos en un país donde se respete el Estado de Derecho, donde exista una
separación de los poderes públicos. Donde se garantice la seguridad, la salud,
la propiedad y los derechos fundamentales de los habitantes. Donde impere una
verdadera justicia libre de intereses politiqueros. Donde se cumpla con una
justicia social que beneficie a las clases más vulnerables. Un país que tenga
como guía los principios universales de la civilización judeocristiana y la
defensa de la familia como núcleo fundamental de la sociedad. Un país que
respete el sistema democrático y, en vez de vulnerarlo, lo perfeccione, para
que esté el pueblo representado por quienes comparten sus intereses y no por
una clase política corrupta y venal que se vende al mejor postor.
De otro lado, están
quienes tienen como credo la toma del poder por cualquier medio, sea por la
violencia, el asalto a las urnas, el engaño al pueblo o el desconocimiento de
la voluntad popular como se hizo en el plebiscito que rechazó el acuerdo de La
Habana, y se repitió con el monumental fraude de las pasadas elecciones. Son
los que propugnan por la destrucción de la familia a través de la ideología de
género y el aborto. Los mismos que no han dudado en invadir desde el Gobierno
la órbita del poder judicial para dejar en libertad a los vándalos que
incendiaron al país y paralizaron el transporte en las tomas guerrilleras
durante la administración Duque. Quienes vienen mutilando la institución
militar y de Policía, mientras crean un ejército pagado de milicianos con el
disfraz de “gestores de paz”. Los que persiguen el empobrecimiento de la
población a través del aumento de impuestos, la desmedida inflación, la
bancarrota del Estado y la persecución a los inversionistas, para que así todos
dependamos de las limosnas estatales para subsistir. Quienes anuncian que
radicalizarán el llamado “progresismo” para perpetuarse en el poder.
Una vez entendamos
el tremendo conflicto al que nos enfrentamos, podremos encontrar, mediante el raciocinio
y objetividad, las más efectivas formas para enfrentarlo.
Solamente me
atrevería a dar unas sencillas recomendaciones a mis contertulios:
a) No pensemos en
soluciones cómodas, fáciles o a corto plazo. Si la izquierda tardó 60 años en
encontrar la fórmula para quedarse con el poder, su recuperación no podrá
lograrse tan pronto como deseamos;
b) No se trata sólo
de una batalla política, pues está implicado aquí un cambio cultural que los
actuales gobernantes quieren imponer por la fuerza. Durante más de 50 años las
distintas guerrillas intentaron conquistar mediante el terrorismo y la
propaganda política al pueblo colombiano y fracasaron rotundamente. Pero cuando
adoptaron una nueva estrategia, la de infiltrarse en la educación, la justicia,
los medios de comunicación, los sindicatos, la Iglesia católica y los poderes
públicos, se ganaron el premio gordo;
c) El cambio
cultural que propugna el socialismo se fundamenta en la destrucción de todo lo
existente, para construir otro mundo basado únicamente en la fantasía de sus
promotores, desconociendo las tradiciones, costumbres y vivencias que forman
parte de nuestra milenaria cultura. Lo único que puede salvarnos de la total destrucción
de nuestra civilización es una resistencia organizada;
d) No busquemos entre
la clase política los nuevos líderes que la resistencia requiere. Ya
fracasaron, unos por acción y otros por omisión. Esta avalancha popular que
está a punto de estallar debe partir del liderazgo de cada colombiano de bien
que, en la medida de sus capacidades, se sume a la resistencia; y,
e) Demanda un
esfuerzo ciclópeo mas no imposible. Es connatural al hombre buscar la defensa
de su bienestar y el de su familia. Recordemos esta máxima: “No pienses, si
algo te resulta difícil y penoso, que eso sea imposible para el hombre, antes
bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa que también está a tu
alcance” (Marco Aurelio, Meditaciones, pag.118).