Hablar de que en este momento
estamos presenciando una sola guerra, es no solo inexacto, sino irresponsable.
Se habla a través de la historia
que luego de una peste, inevitablemente viene el hambre y luego a guerra.
Lamentablemente en el estado actual de cosas, el orden de los factores es cambiante
dependiendo la latitud donde nos ubiquemos y de las causas generadoras de los conflictos
que analicemos.
Obviamente los titulares de
los diferentes medios de comunicación se concentran en el episodio bélico más
atractivo y que más rating produce, que es el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Personalmente estoy de acuerdo
con la aseveración expresada recientemente por el papa Francisco en entrevista
de principios de mayo a El Corriere della Sera para señalar al
responsable de que se hayan precipitado los acontecimientos. Dice el Papa que “es
posible que el origen de la invasión de Putin a Ucrania se deba a los ladridos
de la OTAN a las puertas de Rusia” y es claro que Rusia reaccionó.
Pero no nos quedemos ahí. Es
muy llamativo que una indiscutible potencia militar como Rusia no haya podido
conquistar un país relativamente débil al cual las otras potencias han ayudado
de manera tímida, y que un conflicto calculado para 3 meses ya vaya para 9
meses y que territorios en teoría conquistados por Rusia estén ahora siendo
recuperados por Ucrania, a cuya dirigencia y población hay que reconocer su
fortaleza de espíritu y su amor por la patria.
¿Qué es lo que pasa? Mi teoría
es que países que tienen armamento militar atómico y armas de última tecnología
no las pueden usar sino para maniobras de disuasión, pues a estas alturas del
partido y asumiendo que tienen dirigentes medianamente inteligentes, responsables
y sensatos, pues su uso efectivo estaría dando inicio a una hecatombe que no
tendría reversa, razón por la cual por ahora –y afortunadamente– solo les
permite emplear armamento convencional, lo cual les resta capacidades y
ventajas competitivas efectivas contra enemigos en teoría más pequeños. Lo
anterior lleva al uso intensivo de sanciones económicas por parte de los amigos
del otro bando y de ayudas por parte quien apoya a la contraparte.
Norteamérica pierde la guerra
con Vietnam y con Corea. Norteamérica y la Unión Soviética salen con el rabo
entre las patas de Afganistán. Norteamérica arma el despelote y sale a hurtadillas
de Irak, Siria y Libia en una estruendosa derrota de su denominada “guerra preventiva”,
la Unión Soviética implosiona y se genera una diáspora alrededor del Pacto de Varsovia,
cuyos países miembros, en su mayoría, poseen arsenales atómicos. Rusia trata de
reconstituirse como potencia, pero ve amenazada su seguridad con el coqueteo de
la OTAN a varios de sus vecinos, antes aliados a la fuerza.
Mientras tanto China crece,
crece y crece en todos los sentidos y su presencia planetaria cada vez es más
significativa. Apoya a Corea del Norte, quiere asegurar su propiedad sobre la
antigua Formosa hoy más conocida como Taiwán, incrementa la construcción de
islas artificiales alrededor de Japón, reconstruye la histórica “Ruta de la
seda” empleando los más modernos ferrocarriles de alta velocidad, compra
enormes extensiones de tierra en África, financia y construye proyectos de
infraestructura en todas partes del planeta y tiene aproximaciones cada vez más
cercanas y frecuentes con Rusia. Es quien mejor supo aprovechar las
distracciones internas en Norteamérica, su desacomodo institucional y la
incertidumbre y debilitamiento externo que ocasionó el gobierno de Trump.
China sabe que es potencia y
que requiere comportarse y atender sus requerimientos y exigencias como
potencia, pero sabe también de sus debilidades, entre las cuales se encuentran
su excesiva población, el riesgo de una hambruna o de una peste como las tantas
que han tenido y que pende sobre su cabeza como la Espada de Damocles –hoy más
que nunca con el COVID-19–, el riesgo de sequias extremas debidas al cambio
climático que hoy padecen al secarse el gran río Yangtsé, el más importante y
extenso del país, el tercero del mundo, que atiende a casi un tercio de la población.
Sabe también que tiene un vecino incómodo y desconcertante como la India y que
su rica cultura y sus tradiciones, en un mundo signado por los desarrollos
tecnológicos pueden ser o potencializadores o lastres para sus desarrollos.
Por ahora habrá que esperar a
que los jugadores muevan sus fichas y a que los peones caigan como ha sucedido casi
siempre a través de la historia.
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