Por José Alvear Sanín*
Quien no comprende el concepto de internacionalismo
proletario no entiende cómo se juega la geopolítica en América del Sur, donde
avanzan impetuosos los movimientos del Foro de Sao Paulo, mientras retroceden
las desarticuladas fuerzas democráticas. Los primeros están dirigidos y
coordinados por La Habana; las segundas no interesan a Washington, que las deja
al garete.
Como telón de fondo no puede ignorarse la inocultable lucha
por la hegemonía entre las superpotencias. Detrás de Beijing aparecen Moscú,
Teherán, Pyongyang y La Habana, en primera fila; y en las sombras, incontables
grupos terroristas, entre los cuales las FARC y el ELN, de absoluta obediencia
castrista, que en Colombia son actores fundamentales del tal Pacto Histórico.
El triunfo de Petro debilita a los Estados Unidos y
fortalece a China en el tablero mundial. Falta solo Brasil para que toda
América Latina gire en la órbita imperial de Xi Jinping.
Paso a paso avanza comicialmente el comunismo desde el Río
Bravo hasta la Patagonia. En todos nuestros países, el electorado está desorientado
por los medios infiltrados y una Iglesia proclive a la teología de la
liberación. Además, los órganos electorales han sido cooptados por la izquierda
y dotados de software preparado al efecto. Así ha sido siempre en Venezuela,
luego en Perú, y probablemente ya lo es en Colombia…
Estamos en presencia de un hecho nuevo: la llegada
electoral al poder de movimientos comunistas, que supera en eficacia la toma
violenta que siempre intentaban.
Para preparar elecciones se actúa cautelosamente con el fin
de no asustar al electorado de los distintos países, porque los acontecimientos
en uno de ellos influyen en los demás, al estilo de vasos comunicantes.
Hace un año (julio 28/ 2021) fue reconocido como presidente
del Perú, desestimando todas las denuncias de fraude, un pobre diablo,
marioneta de Vladimir Cerrón, jefe indiscutible del comunismo en ese país.
Como para 2022 estaban previstas elecciones cruciales en
Chile, Colombia y Brasil, en Perú se adoptó la “moderación”. El Sombrerón no
propuso nada radical o revolucionario, que pudiera alarmar a los chilenos, los
colombianos y los brasileños, para dar la sensación de que nada cambia, que la
elección de un candidato comunista no implica contagio venezolano.
Esa “moderación” tuvo efecto en Chile, donde fue elegido en
marzo 11 de 2022 un chisgarabís, cuyo gabinete de extrema izquierda nada
significativo ha hecho, con tres propósitos: 1. Tranquilizar con su
“moderación” a los colombianos, para no perjudicar las posibilidades
electorales de Petro. 2. No inquietar a los brasileños, y 3. No arriesgar la
ratificación de la grotesca nueva Constitución de Chile, el 3 de septiembre.
Una vez posesionado Petro tendrá que afectar “moderación”
para no perjudicar a la izquierda en el referendo chileno y no poner en peligro
el triunfo de Lula en las elecciones brasileñas, el próximo 2 de octubre.
Ahora bien, si Bolsonaro es derrotado: 1. El predominio
chino en el mundo se asegura, y 2. Caerán las caretas en Santiago, Lima y Bogotá,
para pasar a la etapa plenamente revolucionaria en toda la región.
La “moderación” de Petro es, desde luego, falaz, si oímos al
cuarteto de ministras (Cultura, Salud, Agricultura, Ambiente), pero mientras
los partidos tradicionales cooperen con él en el sainete venal del acuerdo
nacional, su gobierno conservará la fachada de normalidad institucional, hasta
desembocar en la Constituyente requerida para la asunción de todos los poderes,
que reclama la revolución, imperativo vital e inexorable del individuo llamado
a crear el nuevo orden colombiano en clave marxista-leninista.