martes, 19 de julio de 2022

De cara la porvenir: ¿humanos o curíes?

Por Pedro Juan González Carvajal*

Después de un par de años en que pasamos sin un período formal de verano, por fin comienzan tímidamente a presentarse algunos días soleados, lo cual, de manera que llama la atención por lo rápido del acontecimiento, sirve para secar y desecar un poco la superficie que se encuentra absolutamente entrapada por la cantidad de agua que ha caído, superando todas las estadísticas y los estándares históricos.

Hemos enfrentado tragedias humanas, destrucción de la infraestructura vial, afectación de los cultivos y rompimiento de los ciclos tradicionales.

Pero si por acá llueve, en otros lugares las temperaturas son altísimas y sus consecuencias también brutales. Parece que el cambio climático comienza a mostrar sus dientes y se comienzan a atisbar negros atardeceres para los terrícolas de esta época.

Por otra parte, se habla de que para el año 2050 habremos llegado a la increíble y peligrosa cifra de 9.000 millones de habitantes que compartimos el mismo planeta, lleno de desigualdades, usufructuando sus recursos y depredando lo poco que queda por consumir.

En 1900, éramos 1.800 millones de personas y en 120 años nos hemos multiplicado por 4, lo cual no se compadece con las capacidades actuales para atender las demandas de todo tipo que tal mareada humana exige.

Ya lo anticipaba Aurelio Peccei y el Club de Roma en 1972 con su primer texto guía, “Los límites del crecimiento”. Argumentando bajo la perspectiva de la lógica Malthusiana, asevera que mientras la población crece en proporciones geométricas, los recursos, si acaso, crecen en términos aritméticos, lo cual lleva obligatoriamente a la desigualdad, la injusticia y la confrontación.

Pasando a otro asunto, no sale de su asombro y su perplejidad la sociedad japonesa ante el asesinato del exprimer ministro Shinzo Abe, asesinato que todos lamentamos. Da fe, la reacción de estupor y de indignación japonesa ante el magnicidio, de la sensibilidad, el respeto y el nivel de civilidad alcanzado, donde un hecho como estos no tiene explicación lógica ni cabida en la cotidianidad.

Me recuerda el asesinato del primer ministro sueco en ejercicio Olof Palme, el 28 de febrero de 1986.

Qué lejos estamos nosotros de comprender esta situación y de entender este tipo de reacción. La fuerza de los acontecimientos, la ineficacia en la aplicación de justicia, la impunidad generalizada, nos ha hecho perder la sensibilidad y a ver con los ojos de la violencia y de la indiferencia, los hechos que en otras partes son vistos como atrocidades. Matan niños, crecen los feminicidios, masacran a los líderes sociales, asesinan policías y soldados, pero caen también periodistas, sindicalistas, ambientalistas y personas del común, desbordando todas las estadísticas y haciéndonos aparecer ante el mundo como verdaderos salvajes.

Salvajes desnaturalizados ante un remedo de sociedad impávida donde las madres abandonan a sus hijos, donde los hijos asesinan a sus madres, donde los hermanos se matan entre ellos, donde se abusa de los niños, donde se ultraja a las mujeres, donde el dinero todo lo compra, donde la corrupción se ha adentrado hasta los tuétanos y donde los vestigios de humanidad se pierden entre las sombras y las realidades grotescas a las cuales lamentablemente nos hemos acostumbrado.

Pero lo más grave es que cada hecho aislado anunciado con bombos y platillos por unos medios de comunicación amarillistas y por funcionarios públicos vitrineros y pantalleros, rápidamente es reemplazado por otro hecho que causa el mismo asombro fariseo que acompañó a los hechos anteriores y que nos hace olvidar el historial que vamos dejando atrás.

Aquí no hay ni memoria, ni conciencia, ni decencia, ni perdón, ni olvido. Aquí no hay rastros mínimos de civilidad, de decoro, de dignidad, de arrepentimiento o de ganas efectivas y voluntad política y social para cambiar el estado de cosas.

Nos erguimos como hombres, adquirimos la dimensión humana, alcanzamos la noción de humanidad y hoy todo lo hemos tirado por la borda, haciendo del humanismo un simple concepto amparado por una lánguida retórica.

Para colmo, actuamos con el fariseísmo denunciado en los Evangelios. La doble moral, el todo vale, el sí, pero no, el incumplimiento de la palabra empeñada, el agotamiento de la credibilidad en casi todas las instituciones nos tiene parados sin rumbo, en un mundo donde la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad, y la ambigüedad se han convertido en una constante.

¡Qué pesar de nuestra exuberante, rica y tradicionalmente mal querida y mal administrada Colombia!

Lamentablemente, mientras llegan unas verdaderas generaciones de relevo, seguiremos yendo “viento en popa hacia la deriva”.