Por Luis Alfonso García Carmona
A sólo 10 días de la primera vuelta electoral
para elegir presidente, no se percibe en la opinión de los colombianos una
clara conciencia de lo que en esa fecha se juega el país.
Para una gran parte de los compatriotas, aunque
sea doloroso reconocerlo, el tema de las elecciones no es de su agrado o los
tiene sin cuidado. Prefieren que otros sean los que resuelvan por ellos,
ignorando que cuando llegue el desastre no tendrán a quién acudir.
Desde hace varias décadas entregamos la
educación de nuestros niños y jóvenes a la izquierda radical. No sólo en las
universidades sino también a través de los maestros del sindicato comunista de
Fecode. Ahora tenemos adictos al “marxismo cultural” en todos los estamentos y
un semillero de vándalos para las protestas callejeras.
El establecimiento, por su parte, parece que
está reaccionando a última hora apoyando la alternativa que representa la
defensa de la democracia, las libertades individuales y el derecho a la
propiedad privada, frente a la propuesta que abriría el camino a un
narco-estado totalitario y comunista. Es una tardía respuesta, después de su connivencia
con la entrega del país a las FARC a través del infame acuerdo de La Habana y
del acompañamiento brindado al expresidente Santos en el desmoronamiento del
país.
Mientras los candidatos y dirigentes políticos
batallan por acceder al poder ejecutivo, ya desde hace años las decisiones son
adoptadas por una sesgada “dictadura de la toga” que continuamente invade la
órbita de las otras ramas del poder. Gran parte del Congreso quedará en las
manos de una coalición de fuerzas de izquierda, lograda por el monumental
fraude perpetrado el pasado 13 de mayo, y complementada con las curules que le
fueron obsequiadas a cambio de nada en el funesto pacto Santos-Timochenko.
La falta de una acción contundente para erradicar
el narcotráfico ha permitido que los cultivos ilícitos se cuadrupliquen a
partir del pacto del farc-santismo, y que el poder de los “capos” gane terreno
en casi todo el territorio nacional, hasta el extremo de que la fuerza pública
sea secuestrada impunemente por un grupo de sembradores de coca.
Para mayor vergüenza, las elecciones se
cumplirán en medio del peor escándalo electoral de toda nuestra historia, en el
que se evidenció un gigantesco fraude, el desconocimiento de los derechos
electorales, y la indiferencia del alto gobierno, las Cortes y los organismos
de control que decidieron no repetir el conteo de votos, ni revisar la irregular
adjudicación del manejo electoral a firmas cuestionadas, ni separar de sus
cargos a los responsables.
La esperanza es lo último que se pierde, reza
el refrán. Pero cuando se han subvertido todos los principios morales, éticos y
jurídicos para instalar la combinación de todas las formas de lucha como
práctica común, todo parece perdido. La toma del poder viene determinada por el
podrido aparato electoral, la insensatez de nuestros gobernantes , la
inoperancia de la justicia y de los órganos de control, el poder corruptor de
las inmensas fortunas del narcotráfico, el terrorismo que impone su ley en
muchas zonas del país, la complicidad de venales orientadores de opinión, la
confabulación del “mamertismo” internacional dirigido por el Foro de Sao Paulo,
y el discurso populista que reciben las ingenuas masas como bálsamo para sus ancestrales
carencias.
Preparémonos desde ahora para lo peor. No
hicimos a tiempo la tarea. Ya es demasiado tarde.