Por José Leonardo Rincón, S. J.
Algo huele mal en nuestra sociedad, decía José
Luis Martín Vigil en ese ya clásico literario. Parafraseándolo en nuestro
contexto, diría yo, algo huele mal en nuestra sociedad colombiana. ¿Algo? Bueno,
¡tal vez todo!
La descomposición política que estamos
presenciando con ocasión de la campaña presidencial es apenas un reflejo de lo
que en realidad estamos viviendo como sociedad. Insultos, calumnias,
infiltraciones, espionaje, mentiras, fake news, el “todo vale” con tal
de llegar a la primera magistratura del Estado. ¿Con qué cara, con qué
autoridad moral? Después de haberse despotricado directamente o por otros, de
haberse descalificado, insultado, ofendido, ¿con qué cara va a salir el ganador
a decir el día del triunfo que ha pasado el debate y que ahora será presidente
para todos los colombianos y que buscará la unidad, la paz y la concordia entre
todos? Primero nos masacramos, imponiéndonos a la brava y después nos tendemos
la mano. ¿Habrá alguno medianamente avispado que se coma ese cuento?
Porque hemos llegado a tal nivel de degradación
que se han abierto heridas profundas. Hay mucho dolor, resentimientos, odios,
revanchismos, acumulados. La polarización no es solo ideológica ni se mueve en el
plano de los debates de atrevidas propuestas programáticas. No es una
confrontación partidista tradicional. Es ruin, miserable, rastrera, vergonzosa
y muestra las mezquindades más sobresalientes. ¡Oye! ¿De quién o quiénes se
rodean esos que nos van a gobernar un día? De qué baja ralea y maloliente
estopa son los alfiles y peones de esas campañas. Un debate limpio y de altura
es posible o ¿solo es una vana ilusión?
Ganarse la Presidencia de este país, tal y como
estamos, propiamente no es el premio mayor. Quien gane, de entrada, sabe que
tiene medio país en contra y que le espera un calvario de cuatro años de feroz
oposición. No gratuitamente quienes por allí han pasado salen con sus cabezas
encanecidas no propiamente con tinturas. Quizás ellos mismos se encarguen de
embarrarla y den papaya para vivir los años más aciagos. Eso lo saben, pero,
además de satisfacer egos, debe haber muchas ganas de estar en el poder para
lograrse propósitos no siempre manifiestos. ¿El poder para qué? ¡Para poder!
¿Poder servir y contribuir al mejoramiento de las condiciones del país y de su
gente? Jejejeje, bueno, para disfrutar el cuarto de hora y algo más. Sin duda
que tamaña dosis de masoquismo no es ingenua ni desinteresada, algo muy
atractivo debe haber desde que se busca a codazo limpio el asunto. Algo me
huele mal, es cierto olor a podrido…