viernes, 15 de abril de 2022

Crucificado resucitado

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Cuando terminé mi servicio como rector del colegio Javeriano en Pasto, el entonces obispo y siempre amigo, Monseñor Enrique Prado, me hizo un regalo que anhelaba yo tener: una imagen de Jesucristo en la cruz, pero resucitado, es decir, no un crucifijo tradicional que exhibe a Jesús clavado en cruz, sino un Jesús que, sobre la cruz, con los brazos abiertos, se eleva al cielo en actitud alegre y triunfante. En otras palabras, una preciosa síntesis teológica del misterio pascual, esto es, de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.

Es una bella obra que no solo conservo cuidadosamente presidiendo la cabecera de mi cama, sino que, además, todos los días me recuerda ese misterio central de nuestra fe, esa realidad histórica y también teológica, ese devenir existencial e ineludible que nos toca a todos, no sólo como memoria de los días santos, sino como actualización cotidiana de una vida plena que pasa por el calvario. Porque, ¿qué simboliza esa imagen sino exactamente eso?

Nuestra vida está llena de agridulces. No todo es dulce, no todo es agrio. No todo es blanco, no todo es negro. No todo es triunfo, no todo es derrota. No todo es alegría, no todo es tristeza. No todo es vida, no todo es muerte. Nuestra existencia en una amalgama de todas esas realidades, por eso la vida toda hay que mirarla desde una perspectiva más amplia, más comprehensiva, para ser más realistas, más objetivos.

Jesús de Nazaret tuvo momentos exitosos como ese domingo de ramos en el que quisieron hacerlo rey. Su rating de popularidad estaba a tope, había sanado enfermos, había alimentado hambrientos, había resucitado muertos, había hablado y conmovido a muchos… pero ese mismo pueblo exaltado de alegría y emoción, a los pocos días, decepcionado porque Jesús no era el líder político que querían y cuando las cosas ya no salieron como antes, se transformó en un populacho enardecido que no tuvo reparo en gritar: ¡crucifícalo, crucifícalo! Y logró su cometido de llevarlo al cadalso de la cruz, un asesinato infame, después de un juicio ridículamente inicuo.

Es una lección de vida que debe ayudarnos a poner los pies sobre la tierra. Cuando estemos en los gloriosos, recordemos que hay dolorosos. Y viceversa. Al final, las cosas saldrán bien. No hay mal que por bien no venga. Es verdad que después del Domingo de Ramos viene el Viernes Santo, pero después de este, finalmente, llega el Domingo de Resurrección; esa es la alegría de la pascua.

El crucificado-resucitado que celebramos en estos días, es una actualización de ese misterio central de nuestra fe. No es una memoria nostálgica sino un constante llamado a darle sentido pleno a nuestra existencia. De este modo una vida plena es posible. ¡Felices Pascuas de resurrección!