viernes, 4 de marzo de 2022

La plaga de la guerra

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

En Colombia nunca hemos dicho formalmente que estamos en guerra, pero sí que hemos vivido en conflicto armado durante 70 años. Para quienes vivimos en las grandes o medianas ciudades ese problema se ha vuelto paisaje, es decir, un fenómeno con el que convivimos cotidianamente y que no nos afecta mayormente. En realidad, quienes lo padecen y sufren están en campos y veredas de zonas apartadas, de modo que estrictamente hablando no conocemos en verdad lo que son los rigores de la guerra. A lo sumo son emocionantes realidades de películas en sagas y series. Quizás y también por esa razón nos hemos insensibilizado al punto de que lo que está pasando es una noticia más o un evento que se reduce a chistes, caricaturas y memes. Grave cosa.

La guerra que por estos días se ha iniciado con la invasión rusa a Ucrania es muy delicada para la paz global y efectivamente puede desembocar en una catastrófica tercera guerra mundial. Eso no es chistoso.

Nos está pasando lo mismo que hace dos años exactos, por estos días, con la aparición del COVID-19: es un asunto de los chinos que por acá no llegará tan fácilmente. Y llegó y nos ha tenido contra las cuerdas, con devastadores efectos que hoy día nos golpean. Eso que pasa en el este de Europa es un problema no resuelto entre dos naciones de la antigua URSS que por aquí no nos compete. No es cierto. Ya nos está afectando (exportación de ganado, importación de fertilizantes, afectación en mercados bursátiles, por ejemplo), pero somos tan tercos y necios que no queremos ver lo que es evidente.

Estamos ad-portas de una guerra mundial. Eso es una desgracia indeseable que me hace recordar las famosas plagas que padeciera Egipto. Ya tuvimos la de la pandemia, ¿será que ahora debemos padecer una segunda plaga, la de la guerra?

Con eso no se juega y aquí jugamos. Cual perritos falderos ladramos protegidos bajo las patas del bulldog, amenazantes mostramos los dientes porque nos sentimos respaldados por el tío Sam. No podemos controlar la seguridad de nuestras calles y el orden público en los campos, pero consideramos la posibilidad de enviar un contingente al frente de batalla. Tenemos unos avioncitos viejos, pero alardeamos con el portaviones que fondea en nuestras costas. Anunciamos sanciones que resultan ridículas. Jugamos a ser grandes san bernardos y solo somos unos chihuahuas. Tontos.

Lo que pasa en Ucrania no puede pasar desapercibido. Lo que sufre su pueblo nos impactará tarde que temprano. Por eso, con Mercedes Sosa hay que volver a entonar: “solo le pido a Dios que la guerra no nos sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente…” ¡Dios nos coja confesados!