Por José Leonardo Rincón, S. J.*
En Colombia nunca hemos dicho formalmente que
estamos en guerra, pero sí que hemos vivido en conflicto armado durante 70
años. Para quienes vivimos en las grandes o medianas ciudades ese problema se
ha vuelto paisaje, es decir, un fenómeno con el que convivimos cotidianamente y
que no nos afecta mayormente. En realidad, quienes lo padecen y sufren están en
campos y veredas de zonas apartadas, de modo que estrictamente hablando no
conocemos en verdad lo que son los rigores de la guerra. A lo sumo son emocionantes
realidades de películas en sagas y series. Quizás y también por esa razón nos
hemos insensibilizado al punto de que lo que está pasando es una noticia más o
un evento que se reduce a chistes, caricaturas y memes. Grave cosa.
La guerra que por estos días se ha iniciado con
la invasión rusa a Ucrania es muy delicada para la paz global y efectivamente
puede desembocar en una catastrófica tercera guerra mundial. Eso no es
chistoso.
Nos está pasando lo mismo que hace dos años
exactos, por estos días, con la aparición del COVID-19: es un asunto de los
chinos que por acá no llegará tan fácilmente. Y llegó y nos ha tenido contra
las cuerdas, con devastadores efectos que hoy día nos golpean. Eso que pasa en
el este de Europa es un problema no resuelto entre dos naciones de la antigua
URSS que por aquí no nos compete. No es cierto. Ya nos está afectando
(exportación de ganado, importación de fertilizantes, afectación en mercados bursátiles,
por ejemplo), pero somos tan tercos y necios que no queremos ver lo que es
evidente.
Estamos ad-portas de una guerra mundial. Eso es
una desgracia indeseable que me hace recordar las famosas plagas que padeciera
Egipto. Ya tuvimos la de la pandemia, ¿será que ahora debemos padecer una segunda
plaga, la de la guerra?
Con eso no se juega y aquí jugamos. Cual
perritos falderos ladramos protegidos bajo las patas del bulldog, amenazantes mostramos
los dientes porque nos sentimos respaldados por el tío Sam. No podemos
controlar la seguridad de nuestras calles y el orden público en los campos,
pero consideramos la posibilidad de enviar un contingente al frente de batalla.
Tenemos unos avioncitos viejos, pero alardeamos con el portaviones que fondea
en nuestras costas. Anunciamos sanciones que resultan ridículas. Jugamos a ser
grandes san bernardos y solo somos unos chihuahuas. Tontos.
Lo que pasa en Ucrania no puede pasar
desapercibido. Lo que sufre su pueblo nos impactará tarde que temprano. Por
eso, con Mercedes Sosa hay que volver a entonar: “solo le pido a Dios que la
guerra no nos sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la
pobre inocencia de la gente…” ¡Dios nos coja confesados!