martes, 8 de marzo de 2022

De cara al porvenir: la guerra y la paz

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Una vez alcanzada la independencia, hasta el momento presente, los colombianos conocemos y hemos padecido conflictos del orden interno, de larga duración y con centenas de miles de muertos a cuesta. No sabemos del conflicto externo, aun cuando hayamos participado de manera marginal en la Guerra de Corea en el decenio de los cincuenta.

Obviamente los muertos, la destrucción y las tragedias humanas no se fijan en nomenclaturas, sino que reflejan la realidad que se vive. Las balas cumplen la misma función sea cual sea el escenario en el cual se empleen.

Para las legiones romanas, “soltar los perros” significaba darle rienda suelta a la fuerza de estos animales para que atacaran con fiereza al enemigo, iniciando las batallas. Después de soltados o liberados los perros no había retroceso posible y la sangre y la fuerza tratarían de compensar y darle concreción a lo que no se había podido lograr con el uso de la razón.

Para Nicolás Spikman, la paz se define como “El período de tiempo entre dos guerras”, dando a entender que el estado normal de los humanos es la guerra, el conflicto.

Ante los sucesos recientes alrededor de Ucrania, teniendo como actores principales a Rusia y a la OTAN, uno podría fácilmente tomar partido, definiendo para cada uno la víctima, el victimario y el posible salvador, análisis que finalmente resulta subjetivo, pues la lógica del poder trata de comprender los intereses ocultos o explícitos de los involucrados, para lo cual no necesariamente se cuenta con la información veraz y adecuada.

Ninguna guerra es justificable, pero todas las guerras se pueden justificar y finalmente son justificadas por quienes resultan triunfadores y son quienes además determinan la verdad oficial aceptada o impuesta por la historia.

Ante la pregunta de ¿quién es el malo o quién tiene la razón? Las respuestas pueden ser múltiples, todas ellas parcializadas por la subjetividad y la influencia de los medios de comunicación alrededor de sus intereses particulares, pues debemos recordar que todos los medios de comunicación, sin ninguna excepción, defienden los intereses de sus dueños, lo cual es legítimo, pero no por ello quiere decir que hablen con la verdad o se soporten en el análisis y la razón con argumentos valederos.

Los muertos en Croacia son iguales a los muertos en Libia, en Irak, en Siria, en Afganistán y en los otros países donde los poderosos del planeta han intervenido para defender sus intereses particulares.

No importa que se hable de “guerra justa”, de “legítima defensa” o de “guerra preventiva”, el problema no es de lenguaje sino de irracionalidad y del uso desmedido o controlado de la fuerza.

Para más o menos entender los orígenes de cualquier conflicto nos debemos remontar a los orígenes históricos, a los sucesos y a los personajes que han determinado la evolución de los acontecimientos. No podemos obnubilarnos con los sucesos de coyuntura, que como “florero de Llorente” sirven para justificar el inicio de las prácticas de guerra.

Ante las tensiones que se viven en las relaciones entre los diferentes actores, cualquier situación por grave o inocua que sea puede ser empleada como justificación para iniciar una operación bélica.

Cuando el conflicto es entre países peones dentro del ajedrez geopolítico mundial, son los reyes o las reinas quienes definen lo que va a pasar en el tablero y finalmente el destino de los peones involucrados.

Pero cuando son los reyes quienes entran en conflicto, toman decisiones autónomas, sopesan diferentes escenarios e inician las tácticas y a las estrategias que incluyen, en la mayoría de los casos, acciones paralelas de manejos diplomáticos y de acciones militares en los distintos teatros de batalla.

Como siempre, los perdedores inmediatos y quienes más sufren los impactos de la lucha armada son los integrantes de la población civil, lo que remedio no tiene. Pensar en “humanizar la guerra”, después de haber “soltado los perros”, es ingenuo. Llegará un momento en que, por cansancio, por temor a resultados negativos a los intereses en conflicto o por pragmatismo, las partes se sentarán a conversar y a plantear salidas no bélicas al conflicto, como ha sido, es y será a través de la historia a lo largo y ancho del planeta.

La lógica del poder, las pasiones, las descuadernadas y anacrónicas ideologías actuales, la aparición de nuevos actores de poder, los antecedentes históricos, la soberbia de los gobernantes de turno, los conflictos al interior de los diferentes países pueden llegar a exacerbar los ánimos de la población y a alborotar los nacionalismos que permanecen agazapados, y están permanentemente a la espera de la oportunidad de desfogarse.

Esta situación radicaliza las posturas y le da fuerza emotiva a las decisiones que se comienzan a tomar a partir de la euforia o la locura colectiva que comienza a azuzar y presionar a sus líderes particulares.

Le preguntaban a Freud, ¿por qué si estaban en un escenario de relativa placidez en la Europa de comienzos de siglo pasado, se habían metido en un conflicto que conocemos como la Primera Guerra Mundial? y palabra más, palabra menos, con su tradicional agudeza respondió que los europeos estaban cansados de tanta tranquilidad y que necesitaban una guerra para entretenerse.

Las épocas han cambiado y la amenaza nuclear sirve como elemento de presión o como elemento de disuasión, ya que quienes intervienen en el conflicto y poseen arsenales nucleares, saben que, si los usan, pues finalmente no habrá vencedores ni vencidos, sino simplemente suicidas a escala planetaria.