Por Pedro Juan González Carvajal*
Una vez alcanzada la
independencia, hasta el momento presente, los colombianos conocemos y hemos padecido
conflictos del orden interno, de larga duración y con centenas de miles de
muertos a cuesta. No sabemos del conflicto externo, aun cuando hayamos
participado de manera marginal en la Guerra de Corea en el decenio de los
cincuenta.
Obviamente los muertos, la
destrucción y las tragedias humanas no se fijan en nomenclaturas, sino que
reflejan la realidad que se vive. Las balas cumplen la misma función sea cual
sea el escenario en el cual se empleen.
Para las legiones romanas,
“soltar los perros” significaba darle rienda suelta a la fuerza de estos
animales para que atacaran con fiereza al enemigo, iniciando las batallas.
Después de soltados o liberados los perros no había retroceso posible y la
sangre y la fuerza tratarían de compensar y darle concreción a lo que no se
había podido lograr con el uso de la razón.
Para Nicolás Spikman, la paz
se define como “El período de tiempo entre dos guerras”, dando a
entender que el estado normal de los humanos es la guerra, el conflicto.
Ante los sucesos recientes
alrededor de Ucrania, teniendo como actores principales a Rusia y a la OTAN, uno
podría fácilmente tomar partido, definiendo para cada uno la víctima, el
victimario y el posible salvador, análisis que finalmente resulta subjetivo,
pues la lógica del poder trata de comprender los intereses ocultos o explícitos
de los involucrados, para lo cual no necesariamente se cuenta con la
información veraz y adecuada.
Ninguna guerra es
justificable, pero todas las guerras se pueden justificar y finalmente son
justificadas por quienes resultan triunfadores y son quienes además determinan
la verdad oficial aceptada o impuesta por la historia.
Ante la pregunta de ¿quién
es el malo o quién tiene la razón? Las respuestas pueden ser múltiples, todas
ellas parcializadas por la subjetividad y la influencia de los medios de
comunicación alrededor de sus intereses particulares, pues debemos recordar que
todos los medios de comunicación, sin ninguna excepción, defienden los
intereses de sus dueños, lo cual es legítimo, pero no por ello quiere decir que
hablen con la verdad o se soporten en el análisis y la razón con argumentos
valederos.
Los muertos en Croacia son
iguales a los muertos en Libia, en Irak, en Siria, en Afganistán y en los otros
países donde los poderosos del planeta han intervenido para defender sus
intereses particulares.
No importa que se hable de
“guerra justa”, de “legítima defensa” o de “guerra preventiva”, el problema no
es de lenguaje sino de irracionalidad y del uso desmedido o controlado de la
fuerza.
Para más o menos entender
los orígenes de cualquier conflicto nos debemos remontar a los orígenes
históricos, a los sucesos y a los personajes que han determinado la evolución
de los acontecimientos. No podemos obnubilarnos con los sucesos de coyuntura,
que como “florero de Llorente” sirven para justificar el inicio de las
prácticas de guerra.
Ante las tensiones que se
viven en las relaciones entre los diferentes actores, cualquier situación por
grave o inocua que sea puede ser empleada como justificación para iniciar una
operación bélica.
Cuando el conflicto es
entre países peones dentro del ajedrez geopolítico mundial, son los reyes o las
reinas quienes definen lo que va a pasar en el tablero y finalmente el destino
de los peones involucrados.
Pero cuando son los reyes
quienes entran en conflicto, toman decisiones autónomas, sopesan diferentes
escenarios e inician las tácticas y a las estrategias que incluyen, en la
mayoría de los casos, acciones paralelas de manejos diplomáticos y de acciones
militares en los distintos teatros de batalla.
Como siempre, los
perdedores inmediatos y quienes más sufren los impactos de la lucha armada son
los integrantes de la población civil, lo que remedio no tiene. Pensar en
“humanizar la guerra”, después de haber “soltado los perros”, es ingenuo.
Llegará un momento en que, por cansancio, por temor a resultados negativos a los
intereses en conflicto o por pragmatismo, las partes se sentarán a conversar y
a plantear salidas no bélicas al conflicto, como ha sido, es y será a través de
la historia a lo largo y ancho del planeta.
La lógica del poder, las
pasiones, las descuadernadas y anacrónicas ideologías actuales, la aparición de
nuevos actores de poder, los antecedentes históricos, la soberbia de los
gobernantes de turno, los conflictos al interior de los diferentes países
pueden llegar a exacerbar los ánimos de la población y a alborotar los nacionalismos
que permanecen agazapados, y están permanentemente a la espera de la
oportunidad de desfogarse.
Esta situación radicaliza
las posturas y le da fuerza emotiva a las decisiones que se comienzan a tomar a
partir de la euforia o la locura colectiva que comienza a azuzar y presionar a
sus líderes particulares.
Le preguntaban a Freud, ¿por
qué si estaban en un escenario de relativa placidez en la Europa de comienzos
de siglo pasado, se habían metido en un conflicto que conocemos como la Primera
Guerra Mundial? y palabra más, palabra menos, con su tradicional agudeza
respondió que los europeos estaban cansados de tanta tranquilidad y que
necesitaban una guerra para entretenerse.
Las épocas han cambiado y
la amenaza nuclear sirve como elemento de presión o como elemento de disuasión,
ya que quienes intervienen en el conflicto y poseen arsenales nucleares, saben que,
si los usan, pues finalmente no habrá vencedores ni vencidos, sino simplemente suicidas
a escala planetaria.