Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Llegan muchos mensajes todos los días, algunos chistosos, otros que ponen a pensar y otros que son realmente basura. Una amiga nariñense me envió uno esta semana que, como se dice, me hizo el día: “nacemos sin traer nada, morimos sin llevarnos nada. Pero, en ese intervalo peleamos por lo que no trajimos y por lo que no nos llevaremos”. Cortas frases, gran sabiduría.
Es
verdad cuando se dice en la declaración universal de los derechos humanos que
todos nacemos libres e iguales; no se está hablando de una utopía sino de la
mera y pura realidad. Vinimos al mundo empeloticos, esto es, desnudos, sin
nada… sin embargo, el problema ya ha comenzado, porque si la cigüeña te dejó en
la quinta avenida de New York, de seguro que te va a ir mucho mejor que si te
dejó en un suburbio latinoamericano. Uno y otro van a estar preocupados en su
vida, el uno para no perder todo lo que tiene y el otro para alcanzar lo que no
tiene. Creerán que la felicidad consiste en llenarse de cosas y si acaso, muy
tarde, descubrirán que el sentido auténtico de la vida era otra cosa y que por
andar MFT, la desgastaron tontamente.
Debería entonces redactarse un acapite en la tal declaración que diga: y todos morimos por igual, sin distingos ni clases y peor aún, sin llevarnos nada… De pronto eso nos ayudaría a ser más cuerdos y sensatos, y nos animaría a llevar una vida más simple y austera, sin tanto boato baladí, sin tanta alharaca, sin tanta apariencia. Caeríamos en cuenta que los títulos académicos te dan conocimiento, pero no necesariamente sabiduría; que los aplausos y vanos honores son flor de un día; que el poder obtenido ciertamente fue por un cuarto de hora; que el dinero habido te satura de cosas, pero no garantiza que seas feliz; que muchos bienes materiales hubiese sido mejor no tenerlos. ¿Qué nos llevamos de todo esto? ¡Nada!
¿Qué
es entonces lo esencial? Saint-Exupéry pondría en boca del zorro tan simple
secreto: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los
ojos”. ¡Háganme el favor! Entonces, lo
fundamental, lo que vale la pena, a lo que hay que apostarle la vida, ¿no es
una cosa, no es una persona? Con razón no somos felices, porque nada nos llena,
nada nos satisface, insaciables de lo accesorio y carentes de lo realmente
importante. ¡Cuán pifiados estamos en la vida!
Si en nuestra jerarquía de valores, nos ponemos en la tarea de ordenar nuestra existencia, creo que la suerte del mundo sería otra. Definidas sincera y honestamente nuestras principales apuestas, descubriríamos el tesoro maravilloso que se encierra detrás de lo simple y lo sencillo, y dejaríamos a un lado el estresante frenesí que cotidianamente nos desgasta, efímeramente nos ilusiona y, finalmente, nos deja vacíos. Entonces y solo entonces andaríamos con firmeza por la senda de la auténtica felicidad y no sufriríamos tanto por lo que no vale la pena. Sí, amigos, así de simple, así de fácil, así de asequible. Creo que todavía estamos a tiempo de tomar la mejor decisión. Recuerden: somos libres de hacer con nuestra vida lo que queramos, pero a la hora de nacer y morir somos igualitos, de modo que no perdamos tiempo en el intervalo por lo que no vale la pena. Vayamos a lo esencial y vivamos con ello, así seremos felices y Dios nos bendice.