Por Pedro Juan González Carvajal*
En su lúcido libro sobre aprendizaje
organizacional, “La quinta disciplina”, Peter Sengue precisó como una de
las barreras para ese aprendizaje, lo que denominó “el enemigo externo”.
Se refiere a la práctica generalizada de echar la culpa de los errores a los
demás y no reconocer nunca los propios errores. Esto, como él lo afirma,
imposibilita la corrección de los errores, así como el cuestionamiento de las
premisas en las que se fundamentan las propias acciones, lo cual impide, el
aprendizaje.
Es usual en nuestro medio empresarial atribuir
la culpa de los malos resultados a ese enemigo externo: hicimos todo lo
posible, pero…, el clima…, el dólar…, el petróleo…, el virus…, etcétera. En el
mundo deportivo, perdemos los partidos por culpa del árbitro, lo cual casi
nunca es cierto, excepto si el árbitro es Pitana. Y en la faceta política no
podría ocurrir nada diferente.
Desde la expedición de la Constitución de 1886,
por definir un hito importante, en Colombia se ha presentado la siguiente
pendulación en el ejercicio del poder ejecutivo: de 1886 a 1930 hubo una
hegemonía conservadora; de 1930 a 1946, una hegemonía liberal; de 1946 a 1953
regresaron los conservadores; de 1953 a 1958 hubo gobierno militar; de 1958 a
1974 se presentó la alternancia pactada en el Frente Nacional; de 1974 a 1982,
dos gobiernos liberales; en 1982, gobierno conservador; de 1986 a 1998, dos
gobiernos liberales; de 1998 a 2002, gobierno conservador y de ahí en adelante,
ante la dilución de los partidos tradicionales, habría que decir que han
existido tres períodos Uribistas y dos Santistas.
En otras palabras: desde 1886 a la fecha (136
años), nos han gobernado los mismos con las mismas, con algunas diferencias,
sobre todo, en materia de estilo. Pero como no puede faltar el enemigo externo,
ahora resulta que todos los males de nuestro país son culpa de la izquierda,
sector político que jamás ha ejercido el gobierno en el orden nacional.
Es posible que de haber gobernado la izquierda
las cosas fueran peores, pero eso, que solo representa una hipótesis imposible
de demostrar, no puede hacernos perder de vista que todo lo bueno, lo malo o lo
feo que pueda pasar en nuestra sociedad es atribuible solo a quienes nos han
gobernado o, mejor, desgobernado.
La situación de movilización social vivida
desde 2019, interrumpida por la pandemia y retomada con toda la fuerza desde
hace algunos meses, representa el cansancio generalizado con la clase política
que ha ejercido el poder en Colombia sin el más mínimo interés en el bien
general y, entonces, frente a la posibilidad de que ese cansancio se refleje en
las urnas, salen las voces agoreras a gritar: “Ojo con el 2022”. Pues bien, el
grito no debería ser ese, sino: “Ojo con lo que hemos hecho con el país, ojo
con la desesperanza que hemos sembrado en la juventud, ojo con la corrupción
generalizada que fomentamos…ojo con la viabilidad de Colombia”.
NOTA: A mí
personalmente me parece que somos poco serios con nuestra relación con Cuba.
Cuando los necesitamos, les buscamos el lado y cuando no, los acusamos de todo.