Por José Alvear Sanín*
Ante la
reunión, en el confortable apartamento del senador Iván Cepeda, entre el máximo
jefe de las Farc y Juan Manuel Santos, no puedo dejar de recordar las sesiones
de los Chicos Malos S. A., de las inolvidables historietas de Walt Disney. En
ellas, estos personajes, llevando todos ellos negros antifaces, siempre se
reunían en oscuros ambientes para planear sus fechorías. Ahora, ya los chicos
malos salen de las sombras y no tienen empacho en exhibirse a plena luz del
sol.
Varios de los asistentes a ese ágape han sido
amnistiados y elevados a la proficua dignidad de congresistas. Pero esto no
impide a la generalidad de los colombianos recordar el nutrido prontuario y los
centenares de años de penas privativas de la libertad que pesaban sobre estos
culpables de incontables delitos de lesa humanidad. Por tal razón, casi nadie
es capaz de estrecharles la mano, repugnancia que debería ser mayor en quienes
han representado la majestad de la república.
Dejemos de lado, entonces, el deber ser, para
situarnos en la realidad del momento: ahora los chicos malos se reúnen sin
necesidad de antifaces. La desfachatez, desvergüenza y desparpajo en esa
impúdica exhibición es alarmante.
Probablemente Timo y Santos se han reunido con
frecuencia, porque de lo contrario no se entiende la perfecta sincronización de
movimientos de las fuerzas del desorden. Pero hasta ahora estos encuentros han
debido estar rodeados del mayor sigilo, para poder seguir haciendo creer al
país que lo convenido en La Habana fue un acuerdo entre el gobierno y una
guerrilla para hacer la “paz”, y no el encuentro entre dos alas del mismo
movimiento, la subversiva y criminal del campo, y la solapada, perversa y
traidora de la capital, infiltrada y dominante en un gobierno que entregó el
Estado a sus enemigos.
Si fue lo segundo, el público maridaje entre
Timo y Santos se explica; en cambio, si insisten en presentarse como fuerzas
políticas diferentes, ese notorio ayuntamiento es inadmisible.
Se ha dicho que ese encuentro tenía dos
propósitos: el primero, permitir a ambos grupos conocerse y —supongo— tejer
amistades… El segundo, deliberar acerca de la manera de preservar “la paz”,
después del segundo Caguán anunciado por comunes amigos.
Ambos fines son plausibles únicamente si todos
los asistentes están identificados en el mismo plan político del Foro de Sao
Paulo, para convertir a Colombia en otro régimen marxista-leninista.
Timochenko y su grupo nunca han desmentido ese
propósito, y por desgracia para Colombia, el comportamiento de Santos a partir
del 7 de agosto de 2010 indica su compromiso indisoluble con las FARC. Su
participación en este amistoso five o´clock tea con chicos malos,
malísimos y peores, equivale al destape más desvergonzado, a actuar “a calzón
quitao”, como decimos en Antioquia, en favor de la agenda revolucionaria que su
gobierno favoreció, impulsó y consagró por encima de la Constitución y la ley.
No puedo terminar sin preguntarme si ese
eufórico convite no se relaciona con los preparativos finales para el golpe de
octubre, cuando se debe producir la decapitación judicial del expresidente
Uribe, verdadero regicidio llamado a catalizar la revolución, notificando
claramente al país quiénes son verdaderamente sus amos.
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Ominosa la amenaza de aquel senador
desestigmatizado, cuando le dice a su contradictor: “Ya estamos cansados con
usted”.
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Interesante la reunión en La Habana del
gobierno de ese país con Adán Chávez, embajador de Maduro en la isla, Iván
Márquez y Santrich.
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Después de 37 años de represión, inflación
galopante y miseria, muere Robert Mugabe, el Maduro africano. ¡Ojalá el Mugabe
suramericano no dure otro tanto!