José
Leonardo Rincón, S. J.*
En los relatos evangélicos se narra la curación de ciegos, una tarea que
Jesús tuvo clara como misión desde aquella mañana que le tocó leer en la
sinagoga el texto de Isaías: “…devolver
la vista a los ciegos…”. Ahora bien, más allá si efectivamente hizo tan
prodigiosos milagros, me parece que la cuestión no era de ceguera física (que
bien podría serlo también) sino, sobretodo de ceguera espiritual, porque aún
algunos viendo, no ven o no quieren ver. Con lo cual cobra fuerza el adagio
popular: “no hay peor ciego que el que no
quiere ver”.
Tengo, pues, la impresión de que los ciegos espirituales en este mundo
son más que los que realmente adolecen de esta física limitación. Lo que pasa en
Venezuela nos sirve de ejemplo. Que el dictador Maduro diga que las multitudes
que emigran hacia la frontera con Colombia se prestan para hacer un video que
desacredita su régimen, es porque está cegado por su ambición de poder. Que el
presidente ruso se ponga de lado de tan criminal personaje que usurpa la
presidencia es porque no quiere ver lo que no le conviene para su estrategia
geopolítica frente a Trump. Que nuestro embajador en la OEA, el tristemente
célebre señor Ordóñez, salga a decir que los venezolanos que buscan refugio en
los países de Latinoamérica lo hacen con el oscuro propósito de exportar la
revolución izquierdista Castro chavista, es porque no quiere ver lo que
realmente está pasando, paranoico en su godarria. Que haya algunos que sigan
creyendo que los modelos cubano o venezolano bolivariano de revolución son
ideales para superar los problemas de nuestros países, es porque trasnochados
ideológicamente no quieren ver las infelices desgracias que traen consigo. Y
quienes, en el otro extremo, crean que el ideal es nuestro perverso sistema
capitalista neoliberal, que precisamente llevó al vecino país donde está, es
porque son ciegos indolentes ante las realidades de inequidad, injusticia y
exclusión que genera.
Entonces, la ceguera es la real incapacidad para ver lo que el resto ve
de manera evidentemente contundente. No es limitación eventualmente física, es
la negación de la realidad, es la resistencia a aceptar las cosas como son, es
el bloqueo o estancamiento conceptual que lo hace anclarse tercamente en
posiciones equívocas, es la cerrazón de las puertas del corazón y la mente
frente a otras perspectivas o miradas, es la soberbia prepotente que no acepta
como válida o mejor la posición o planteamiento del otro.
Lo que pasó en esta semana en el Congreso no se olvidará por lo
bochornoso, por lo vergonzoso. Es otro ejemplo de cegueras abiertamente
deliberadas. Este poder legislativo ha sido proverbial en hacer gala de los
comportamientos más ruines y mezquinos, expresión de ambiciones a veces
ocultas, a veces descaradamente manifiestas. Quienes están enceguecidos por sus
odios recalcitrantes, afanes de revanchismo y de venganza, sólo quieren ver
muertos o podridos en la cárcel a sus enemigos. Para ellos no puede haber paz,
sólo guerra y más guerra. Es su proyecto político, es su negocio rentable. Otros,
cegados por su codicia de poder y de prebendas económicas, se subieron al carro
de la victoria esperando su dosis de mermelada y cuando no se la dieron se
bajaron, en una clara demostración que son veletas eternas que se mueven al
vaivén de las conveniencias. No tienen principios, sólo intereses egoístas.
Ponen la paz y sus acuerdos como pretexto, cuando en realidad les vale un
rábano. Mañosos todos, dilataron a más no poder las votaciones en innecesarias
discusiones eternas e insulsas para generar cansancio y desgaste y finalmente
salirse con la suya. Se retiraban del recinto, se declaraban impedidos, rompían
el quórum, traicionaron electores y bancadas. Ciegos todos frente a un pueblo
harto de conflictos bélicos, de desplazamientos, de masacres, de hambre y
desempleo. No lo ven, no les importa.
La ceguera, pues, está al acecho, es un mal inminente. Comienza con
cortedad de visión y con miopía y va creciendo hasta llegar a la ceguera
extrema. A todos nos afecta. A todos nos hace tropezar y caer. Solo la verdad y
la luz de quien es La Luz y La Verdad, puede sanarnos. A ese Señor habremos de
decirle: ¡Haz que yo vea!, que no nos hagamos los ciegos frente a lo que vemos
como realidad incuestionable y sabemos que es verdad irrebatible. De lo
contrario, si ciegos nos dejamos conducir por otros ciegos, todos nos iremos irremediablemente
al hoyo.