viernes, 3 de mayo de 2019

No hay peor ciego...


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
En los relatos evangélicos se narra la curación de ciegos, una tarea que Jesús tuvo clara como misión desde aquella mañana que le tocó leer en la sinagoga el texto de Isaías: “…devolver la vista a los ciegos…”. Ahora bien, más allá si efectivamente hizo tan prodigiosos milagros, me parece que la cuestión no era de ceguera física (que bien podría serlo también) sino, sobretodo de ceguera espiritual, porque aún algunos viendo, no ven o no quieren ver. Con lo cual cobra fuerza el adagio popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Tengo, pues, la impresión de que los ciegos espirituales en este mundo son más que los que realmente adolecen de esta física limitación. Lo que pasa en Venezuela nos sirve de ejemplo. Que el dictador Maduro diga que las multitudes que emigran hacia la frontera con Colombia se prestan para hacer un video que desacredita su régimen, es porque está cegado por su ambición de poder. Que el presidente ruso se ponga de lado de tan criminal personaje que usurpa la presidencia es porque no quiere ver lo que no le conviene para su estrategia geopolítica frente a Trump. Que nuestro embajador en la OEA, el tristemente célebre señor Ordóñez, salga a decir que los venezolanos que buscan refugio en los países de Latinoamérica lo hacen con el oscuro propósito de exportar la revolución izquierdista Castro chavista, es porque no quiere ver lo que realmente está pasando, paranoico en su godarria. Que haya algunos que sigan creyendo que los modelos cubano o venezolano bolivariano de revolución son ideales para superar los problemas de nuestros países, es porque trasnochados ideológicamente no quieren ver las infelices desgracias que traen consigo. Y quienes, en el otro extremo, crean que el ideal es nuestro perverso sistema capitalista neoliberal, que precisamente llevó al vecino país donde está, es porque son ciegos indolentes ante las realidades de inequidad, injusticia y exclusión que genera.

Entonces, la ceguera es la real incapacidad para ver lo que el resto ve de manera evidentemente contundente. No es limitación eventualmente física, es la negación de la realidad, es la resistencia a aceptar las cosas como son, es el bloqueo o estancamiento conceptual que lo hace anclarse tercamente en posiciones equívocas, es la cerrazón de las puertas del corazón y la mente frente a otras perspectivas o miradas, es la soberbia prepotente que no acepta como válida o mejor la posición o planteamiento del otro.

Lo que pasó en esta semana en el Congreso no se olvidará por lo bochornoso, por lo vergonzoso. Es otro ejemplo de cegueras abiertamente deliberadas. Este poder legislativo ha sido proverbial en hacer gala de los comportamientos más ruines y mezquinos, expresión de ambiciones a veces ocultas, a veces descaradamente manifiestas. Quienes están enceguecidos por sus odios recalcitrantes, afanes de revanchismo y de venganza, sólo quieren ver muertos o podridos en la cárcel a sus enemigos. Para ellos no puede haber paz, sólo guerra y más guerra. Es su proyecto político, es su negocio rentable. Otros, cegados por su codicia de poder y de prebendas económicas, se subieron al carro de la victoria esperando su dosis de mermelada y cuando no se la dieron se bajaron, en una clara demostración que son veletas eternas que se mueven al vaivén de las conveniencias. No tienen principios, sólo intereses egoístas. Ponen la paz y sus acuerdos como pretexto, cuando en realidad les vale un rábano. Mañosos todos, dilataron a más no poder las votaciones en innecesarias discusiones eternas e insulsas para generar cansancio y desgaste y finalmente salirse con la suya. Se retiraban del recinto, se declaraban impedidos, rompían el quórum, traicionaron electores y bancadas. Ciegos todos frente a un pueblo harto de conflictos bélicos, de desplazamientos, de masacres, de hambre y desempleo. No lo ven, no les importa.

La ceguera, pues, está al acecho, es un mal inminente. Comienza con cortedad de visión y con miopía y va creciendo hasta llegar a la ceguera extrema. A todos nos afecta. A todos nos hace tropezar y caer. Solo la verdad y la luz de quien es La Luz y La Verdad, puede sanarnos. A ese Señor habremos de decirle: ¡Haz que yo vea!, que no nos hagamos los ciegos frente a lo que vemos como realidad incuestionable y sabemos que es verdad irrebatible. De lo contrario, si ciegos nos dejamos conducir por otros ciegos, todos nos iremos irremediablemente al hoyo.