viernes, 1 de marzo de 2019

Ni izquierda, ni derecha


Por José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón
Así como para escribir este artículo tuve que utilizar unos comandos en Word, quitando la margen izquierda que ordinariamente trae, para luego poner el título en el centro, con negrilla y mayúscula y después de colocar mi nombre en la margen derecha, quitarla para luego escribir el texto justificado en las dos márgenes, así me parece que es la vida que vivimos.

El cuerpo humano tiene dos costados y ambos son necesarios e importantes. Algunos somos diestros, otros zurdos, y en ambos casos nos desenvolvemos con mayor propiedad, de modo que cuando falla o falta esa mano, nos sentimos limitados y obligados a ejercer una habilidad mayor en el costado que había estado relegado o subutilizado. Así lo experimenté cuando me operaron del manguito rotador del brazo derecho: descubrí que con mi mano izquierda tenía una inusitada habilidad para comer, peinarme y realizar varias actividades. Cuando tuve una fractura en el peroné de la pierna izquierda, la derecha le tocó duplicarse en funciones para suplir temporalmente lo que la otra no podía hacer. En ambos casos, al centro, la cabeza ordenaba, coordinaba, decidía.

En el devenir humano algunos, al rastrear su historia, han juzgado que existe un movimiento pendular, muy similar al de esos relojes de cuerda que había en nuestras casas y hace que ese pendulo esté un momento a la derecha y enseguida otro a la izquierda. Les conté también, hace meses, cómo Mario Mejía, aquel simpático jesuita salamineño, se definía de “extremo centro” y cómo a sus críticos internos, en tiempos de polarizaciones, les decía que efectivamente era café con leche, porque no era tinto que quitara el sueño, ni leche que curara úlceras, sino café con leche, esto es, alimento.

Por allá en los años 30 del siglo pasado, Enmanuel Mounier, filósofo francés, escribió una de sus obras más relevantes: “Manifiesto al servicio del personalismo”, con la cual inspiró todo un movimiento que busca exaltar el valor de la persona frente al atropello de la que ha sido víctima por causa de los regímenes siniestros llamados capitalismo, fascismo, comunismo, los tres, por igual. Aquel libro era ya preanuncio de lo que décadas más tarde un grupo de filósofos caracterizarían como uno de los rasgos de lo que algunos llaman posmodernidad: el fracaso de esos metarelatos, constructos ideológicos que puestos en práctica resultaron siendo un auténtico fiasco.

De modo que lo que los Obispos latinoamericanos, reunidos en Puebla a finales de los 70, denunciaron tan claramente al proclamar que ni el capitalismo ni el comunismo eran la solución para la humanidad, hoy sí que se hace evidente. Esas ideologías perversas nos tienen postrados. Nos han desgastado por décadas enteras haciéndonos luchar intestinamente tras falsas promesas de ilusorios paraísos. Todo es mentira. Nos siguen engañando con cuenticos de baratija. Cuando la derecha exacerbada ha empobrecido por la injusticia pueblos enteros, aparece el lobo de la izquierda disfrazado de salvador para acabar con lo que quedaba. Nuevamente regresa la derecha para redimirnos de tan cruel fiera, pero es una nueva mentira que la izquierda desenmascarará para volver por sus víctimas y así, pendularnemente, como pareciera convertirse esta trágica historia de nuestros pueblos. La persona no importa, lo único que se busca es alimentar su insaciable voracidad. Finalmente son lo mismo aunque digan que son distintos. Y son lo mismo porque ambos mienten, ambos son corruptos, ambos explotan, ambos alimentan odios y rencores, ambos quieren lucrarse hasta el infinito, ambos viven del conflicto y de la guerra porque ese es su mejor negocio.

Para muestra un conjunto de botones: ¿Quién dio vida a la seguridad democrática? Las FARC. ¿Quién le dio aire a un gobierno sin rumbo? El ELN. Y así nos han distraído de la corrupción en Odebrecht, del revés de Hidroituango. ¿Qué hacemos tan obsecuentes y tan arrodillados con Trump armando líos en Venezuela y buscando guerras que no queremos? Por supuesto que eso de ninguna manera justifica las bellaquerías de Maduro y sus cómplices rusos, turcos o iraníes. ¿Quiénes fueron y están siendo carne de cañón y víctimas de todo esto, mírese desde donde se mire? El pueblo, nuestra gente. Pueden morirse de hambre por un régimen asesino o morir igual azuzados desde el otro lado para que sus masacres justiquen una intervención militar. Lo que cuenta, finalmente, no son ellos como personas, lo que cuenta es llenar las arcas de los demonios de la guerra. ¿Quiénes dan vida a Mr. Trump? Putin, Erdogan, Maduro, Kim Jong un!; ¿Y a un Ortega? ¡Somoza!; ¿y a Bolsonaro? ¡Lula!; ¿y a Lopez Obrador? ¡Peña Nieto! Llámense como se llamen, en el fondo son lo mismo.

En la medida que pasan los años y el tiempo nos va aleccionando, cual implacable escuela de duro rigor pedagógico, me da más asco el burdo capitalismo y el hipócrita comunismo. Me harta caer en juegos discursivos de derechas e izquierdas polarizantes. Si uno habla de derechos humanos o justicia social es mamerto o de izquierda y si habla de orden, rigor y disciplina es de derecha. Todo es pantomima, todo es teatro, todo es circo. Y esos payasos solo producen risa, por no decir lástima, porque son como nosotros, sólo que se disfrazan para alcanzar sus mezquinas fechorías. De modo que ni de derechas ni de izquierdas. Unos y otros tienen cosas buenas pero también muchas equivocaciones. Desde el centro vayamos buscando alternativas más nobles, más humanas, más acordes con el evangelio. Puede sonar a utopía, pero de eso ya hablamos hace una semana.