Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Así como para escribir este artículo tuve que utilizar unos comandos en
Word, quitando la margen izquierda que ordinariamente trae, para luego poner el
título en el centro, con negrilla y mayúscula y después de colocar mi nombre en
la margen derecha, quitarla para luego escribir el texto justificado en las dos
márgenes, así me parece que es la vida que vivimos.
El cuerpo humano tiene dos costados y ambos son necesarios e
importantes. Algunos somos diestros, otros zurdos, y en ambos casos nos
desenvolvemos con mayor propiedad, de modo que cuando falla o falta esa mano,
nos sentimos limitados y obligados a ejercer una habilidad mayor en el costado
que había estado relegado o subutilizado. Así lo experimenté cuando me operaron
del manguito rotador del brazo derecho: descubrí que con mi mano izquierda
tenía una inusitada habilidad para comer, peinarme y realizar varias
actividades. Cuando tuve una fractura en el peroné de la pierna izquierda, la
derecha le tocó duplicarse en funciones para suplir temporalmente lo que la
otra no podía hacer. En ambos casos, al centro, la cabeza ordenaba, coordinaba,
decidía.
En el devenir humano algunos, al rastrear su historia, han juzgado que
existe un movimiento pendular, muy similar al de esos relojes de cuerda que había
en nuestras casas y hace que ese pendulo esté un momento a la derecha y
enseguida otro a la izquierda. Les conté también, hace meses, cómo Mario Mejía,
aquel simpático jesuita salamineño, se definía de “extremo centro” y cómo a sus
críticos internos, en tiempos de polarizaciones, les decía que efectivamente
era café con leche, porque no era tinto que quitara el sueño, ni leche que curara
úlceras, sino café con leche, esto es, alimento.
Por allá en los años 30 del siglo pasado, Enmanuel Mounier, filósofo
francés, escribió una de sus obras más relevantes: “Manifiesto al servicio del personalismo”, con la cual inspiró todo
un movimiento que busca exaltar el valor de la persona frente al atropello de
la que ha sido víctima por causa de los regímenes siniestros llamados
capitalismo, fascismo, comunismo, los tres, por igual. Aquel libro era ya
preanuncio de lo que décadas más tarde un grupo de filósofos caracterizarían
como uno de los rasgos de lo que algunos llaman posmodernidad: el fracaso de
esos metarelatos, constructos ideológicos que puestos en práctica resultaron
siendo un auténtico fiasco.
De modo que lo que los Obispos latinoamericanos, reunidos en Puebla a
finales de los 70, denunciaron tan claramente al proclamar que ni el
capitalismo ni el comunismo eran la solución para la humanidad, hoy sí que se
hace evidente. Esas ideologías perversas nos tienen postrados. Nos han
desgastado por décadas enteras haciéndonos luchar intestinamente tras falsas
promesas de ilusorios paraísos. Todo es mentira. Nos siguen engañando con
cuenticos de baratija. Cuando la derecha exacerbada ha empobrecido por la
injusticia pueblos enteros, aparece el lobo de la izquierda disfrazado de
salvador para acabar con lo que quedaba. Nuevamente regresa la derecha para redimirnos
de tan cruel fiera, pero es una nueva mentira que la izquierda desenmascarará
para volver por sus víctimas y así, pendularnemente, como pareciera convertirse
esta trágica historia de nuestros pueblos. La persona no importa, lo único que
se busca es alimentar su insaciable voracidad. Finalmente son lo mismo aunque
digan que son distintos. Y son lo mismo porque ambos mienten, ambos son
corruptos, ambos explotan, ambos alimentan odios y rencores, ambos quieren
lucrarse hasta el infinito, ambos viven del conflicto y de la guerra porque ese
es su mejor negocio.
Para muestra un conjunto de botones: ¿Quién dio vida a la seguridad
democrática? Las FARC. ¿Quién le dio aire a un gobierno sin rumbo? El ELN. Y
así nos han distraído de la corrupción en Odebrecht, del revés de Hidroituango.
¿Qué hacemos tan obsecuentes y tan arrodillados con Trump armando líos en
Venezuela y buscando guerras que no queremos? Por supuesto que eso de ninguna
manera justifica las bellaquerías de Maduro y sus cómplices rusos, turcos o
iraníes. ¿Quiénes fueron y están siendo carne de cañón y víctimas de todo esto,
mírese desde donde se mire? El pueblo, nuestra gente. Pueden morirse de hambre
por un régimen asesino o morir igual azuzados desde el otro lado para que sus
masacres justiquen una intervención militar. Lo que cuenta, finalmente, no son
ellos como personas, lo que cuenta es llenar las arcas de los demonios de la
guerra. ¿Quiénes dan vida a Mr. Trump? Putin, Erdogan, Maduro, Kim Jong un!; ¿Y
a un Ortega? ¡Somoza!; ¿y a Bolsonaro? ¡Lula!; ¿y a Lopez Obrador? ¡Peña Nieto!
Llámense como se llamen, en el fondo son lo mismo.
En la medida que pasan los años y el tiempo nos va aleccionando, cual
implacable escuela de duro rigor pedagógico, me da más asco el burdo
capitalismo y el hipócrita comunismo. Me harta caer en juegos discursivos de
derechas e izquierdas polarizantes. Si uno habla de derechos humanos o justicia
social es mamerto o de izquierda y si habla de orden, rigor y disciplina es de
derecha. Todo es pantomima, todo es teatro, todo es circo. Y esos payasos solo
producen risa, por no decir lástima, porque son como nosotros, sólo que se
disfrazan para alcanzar sus mezquinas fechorías. De modo que ni de derechas ni
de izquierdas. Unos y otros tienen cosas buenas pero también muchas
equivocaciones. Desde el centro vayamos buscando alternativas más nobles, más
humanas, más acordes con el evangelio. Puede sonar a utopía, pero de eso ya
hablamos hace una semana.