José Leonardo Rincón, S. J.
Ando ahora por Bucaramanga. El padre Provincial
nos ha citado a sus consultores, superiores de comunidades y directores de
obras transversales para que nos encontremos en un taller sobre Sinodalidad
reconciliadora liderado por él mismo y el padre Leonel Narváez, misionero de la
Consolata, director de la Fundación para la Reconciliación. Estamos casi 50
personas hablando de un tema que no resulta fácil de asimilar en el contexto
patrio y también global que vivimos.
El ser humano tan evolucionado como parece y
sin embargo tan troglodita en muchas de sus actitudes y posturas. La tóxica
voracidad del poder y del tener ha envenenado nuestros corazones de manera que
hablar de paz, amor, perdón y reconciliación suena a vana ilusión. Putin y
Trump, amos del mundo, se lo reparten a su antojo, paz en Ucrania sí, pero a un
precio muy alto. En Gaza, Netanyahu repite holocausto, pero esta vez con el
pueblo palestino: “ojo por ojo y diente por diente” es la consigna,
aunque en realidad está yendo mucho más allá pues no quiere dejar vestigio
alguno de ese pueblo lo que se ha vuelto ciertamente un crimen de lesa
humanidad.
Por nuestras comarcas la cosa no es mejor. La
escalada de violencia es denominador común en todas partes. Nos estamos matando
todos los días. El caótico panorama de la llamada paz total lo único que parece
evidenciar es que los delincuentes lo aprovechan para fortalecerse y expandir
su nefasto radio de mortífera acción. La violencia política ha vuelto a
instalarse y el odio se exacerba. He oído aquí la expresión “bancos de odio”,
donde sus cuentahabientes, nosotros, vamos alimentándolas de rencor, deseos de
venganza, odio y muerte, las consignaciones aumentan día a día, con intereses
bien creados, con muchas ganas de obtener un balance sangriente. Pareciera que
eso es lo que queremos: desolación y desgracia.
Y en contravía de esa realidad, casi que
romántica suena la propuesta del diálogo, el perdón y la reconciliación. Este
país tan católico y cristiano creyente no pareciera relacionar ambos asuntos.
Podemos ir a misa periódicamente, muy devotos de diversas expresiones de
religiosidad popular, pero eso sí, hay que echar plomo y acabar con los
enemigos. Autentica esquizofrenia.
Lo grave es que otros, no cristianos o
cristianos no católicos, resultaron apóstoles de la no-violencia-activa. Hablo
de Mahatma Gandhi que expulsó de la India a los colonialistas ingleses sin
disparar una sola bala. Martin Luther King les espetaba a sus enemigos: “podrán
matarnos, golpearnos, decir que no estamos preparados para la sociedad, y aun
así los seguiremos amando” ¿Qué tal eso? También recuerdo a Juan Pablo II
abrazando a Alí Agca la persona que lo hirió a bala; a la mamá de Bernardo
Jaramillo Ossa adoptando al niño sicario “porque lo que le falta es amor en
su casa” y así como estos, muchísimos casos de corajudo perdón aplicados de
corazón y no porque toca hacerlo. Es que se necesitan muchos principios y
valores para decidir perdonar cuando todo invita a la revancha y la venganza,
al nunca perdonar y olvidar, a echarle sal a la herida para que arda y duela
más, como si con eso quedara uno tranquilo. Para nada. Así como amar es una
decisión, reconciliarse y perdonar también lo es. Jesús propone 70 veces 7, es
decir, siempre, y esa invitación entra en reversa, porque adoptar esas
actitudes de compasión y misericordia se ven como debilidad y no como la
mismísima omnipotencia de un Dios que nos perdona para que hagamos lo propio. Duro
y difícil mas no imposible como lo han demostrado muchos en este país. Ahí está
el reto y mientras no lo afrontemos y asumamos, esta historia cruel amenaza
instalarse por muchos años más. ¡Dios nos coja confesados!