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martes, 23 de enero de 2024

Papas en el Infierno

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín

Contrariando lo que predica cierta teología lunfarda de la liberación en el sentido de que el Infierno existe pero posiblemente esté vacío (¿hasta de demonios?), la Iglesia siempre ha creído, siguiendo el Evangelio, en los castigos eternos.

Mejor teología que la gaucha, ciertamente, es la de Dante Alighieri (1265-1321), imbuida sin duda alguna de la perenne de santo Tomás de Aquino (1224-1274).

En el Inferno, incomparable inicio de la Commedia (a la que la posteridad añadió lo de Divina), el poeta que transformó el toscano en italiano vierte tanto su profundo saber teológico como su conocimiento de la historia y la política, que en su poema se elevan desde lo circunstancial hasta convertirse en consideraciones y lecciones de validez universal.

Siempre apegado a la ortodoxia, Dante juzga a sus contemporáneos, sean ellos magistrados, príncipes, guerreros, obispos, comerciantes o simples burgueses, condenando al Inferno a los malvados.

Entre estos últimos no faltan algunos papas. Es verdad que confunde el emperador Anastasio con el papa de ese mismo nombre, a quien, por tanto, condena equivocadamente en uno de los primeros Cantos. En cambio, en el Canto XIX, en una sima del Noveno Círculo se encuentran Bonifacio VIII (del que algunos dicen que Dante lo proyectó al Inferno antes de la muerte de ese pontífice), Nicolás III y Clemente V, horrorosamente condenados por simonía.

Si hubiera una versión de la Commedia que llegara hasta el Renacimiento, otros tres o cuatro papas habrían ido a parar a la paila mocha..., pero a partir del siglo XVI, los papas han dejado en general buen recuerdo; y desde 1799, cuando es elegido Pío VII, hasta 1958, cuando muere Pío XII, no pudieron haber sido mejores.

Sí, de los 266 papas que hasta ahora han sido, solo media docena probablemente merece el Infierno, no quiere eso decir que esa infame lista esté completa...

Pero siguiendo con el florentino, este acierta plenamente ubicando en el más profundo círculo a los traidores —Bruto, Casio y Judas—. La aparente justificación de este último por cierto altísimo jerarca de nuestros días no ha encontrado eco, por fortuna, para sacarlo de allí.

En fin, no recuerdo si fue el obispo renegado, traidor y regicida de Talleyrand quien exclamó: “¡Ni los curas han logrado acabar con la Iglesia!”

miércoles, 12 de mayo de 2021

Infierno

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Aparte del infierno, tan aterradoramente descrito por Dante, hay que considerar los infiernos en la tierra, los campos nazis de concentración, el Gulag, las trincheras en la Gran Guerra, las prisiones colombianas y las del M-19 y las FARC (¡“cárceles del pueblo”!).

Siempre me ha impresionado Sartre, cuando en Huit clos exclama: “L´Enfer c´est les autres”.

Ante el nuevo Petro que nos prodigan los medios audiovisuales: otro prudente burgués, bien vestido y rasurado, de hablar pausado en tono menor, con buena y aprendida dicción, vale la pena recordar algo sobre la vida bajo el comunismo.

La civilización arranca con la invención de la individualidad. El primitivo no es consciente de su singularidad, ignora la soledad, no posee bienes, familia ni derechos; poco sabe del pasado, y como vive en un eterno presente, el futuro no lo inquieta ni le da esperanzas. No bien acabo de escribir estas tres líneas cuando, horrorizado, me golpea el parecido de las sociedades sometidas al comunismo con las que están surgiendo inspiradas por el Nuevo Orden Mundial…

Desde luego, no falta quienes pregonan la felicidad del que vive desposeído de todo, pero inmerso en una sociedad a la vez urbana, tribal y tecnológica, donde todos son sostenidos por las magras dádivas del benévolo Estado.

Dejemos de lado estas consideraciones, más propias de la antropología, para volver a la Colombia que inicia, ahora sí en firme, el camino de la revolución.

Una de las carencias que más afligen es la contemplación de los tugurios, donde en numerosos países viven tantos seres humanos en miserables condiciones: mugre, hacinamiento; para beber, aguas contaminadas; aguas servidas encharcadas, fetidez y epidemias; carencias alimenticias y culturales. Este espectáculo lleva a muchos a luchar por una revolución que cambiaría esas condiciones en un estado idílico de felicidad igualitaria. Otros, en cambio, preferimos luchar por un cambio social basado en el trabajo, la creación de riqueza, la educación liberadora.

La construcción masiva de vivienda se considera la primera herramienta hacia la transformación positiva, que eleva a las gentes en la medida en que una sociedad productiva hace posible la justicia social. Con razón la doctrina social pontificia considera como primordial función la de propiciar que toda familia sea propietaria de un hogar digno.

Pero por desgracia, cuando triunfa la revolución marxista-leninista, de los nuevos amos se apodera un frenesí de cambios radicales y apresurados, para eliminar la desigualdad. Construir viviendas requiere tiempo y esfuerzo. En cambio, expropiarlas y parcelarlas para que la familia del lumpen pase a ocupar una alcoba en las casas de la anterior burguesía, es la solución expedita y gratuita, que realiza de golpe la igualdad prometida.

Esa fórmula, salida del magín de Vladimir Ilich, convierte cada casa en un pequeño infierno de suciedad, rencillas, ruido de músicas y consignas radiales, inodoros fétidos, paredes sucias y deslucidas, niños llorando y gritando mientras sus madres pasan horas esperando la leche y las cajas clap que reparte el providente Estado.

L´Enfer c´est les autres, tanto en la URSS y la china de Mao como en Cuba y Venezuela…

Y ahora esa perspectiva aterradora amenaza a Colombia. Ya Petro no habla en público de que cada familia debe limitarse a 65 m2, dejando el resto de la casa para otros…

La vida comunista no solo es carcelaria. También parcela el infierno y lo pone al alcance de todos.

***

¿Gobernar? ¿O dialogar, negociar y entregar…?

***

Y ahora, 616 páginas de supra-supra Constitución con el ELN, para la rendición. 

viernes, 10 de julio de 2020

El infierno está aquí

José Leonardo Rincón, S. J.* 

José Leonardo Rincón Contreras

No sé si ustedes tengan la misma sensación que yo experimento a ratos, cada vez con más frecuencia, y es la de tener sentimientos encontrados cuando se otea el panorama global, porque simultáneamente afloran la admiración por lo que el ser humano es capaz de realizar con su ingenio y creatividad para evolucionar y conquistar metas otrora apenas soñadas, y paralelamente, la dolorosa decepción de cómo esos mismos, ingenio y creatividad, se ponen al servicio de los más bajos instintos y de las acciones más crueles y aberrantes.

Esa constatación no es nueva y al evidenciarla no estoy declarando oficialmente el descubrimiento del agua tibia. La Sagrada Escritura, filósofos y teólogos, literatos y artistas, a lo largo del devenir humano, lo corroboran. Como decía el finado Gabo, a propósito de este Macondo colombiano, en su proclama “Por un país al alcance de los niños”, dos párrafos colosales que me permito transcribir por considerarlos tan sabios, como oportunos. Tan actuales, como pertinentes:

“Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión., el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón”.

“Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que muchas veces la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso --y Dios nos libre-- todos somos capaces de todo”.

Solo como colofón y por si alguno todavía de modo escéptico no lo cree, pero cuando explota un camión cisterna de gasolina y mata 12 y deja heridos 40 y hay gente que se ríe desde su acomodada posición citadina y hace chistes del dolor ajeno porque juzga merecido el castigo a su acto vandálico, olvida que su rabo de paja está fumando sobre un barril de pólvora y que otra tragedia le sobrevendrá, quemándolo y matándolo. O los que deliberadamente ignoran el genocidio permanente de líderes sociales. O los que defienden a los soldados violadores. O los que roban millones que eran para los pobres en la pandemia. O los corruptos descarados que saquean las arcas del Estado. Todos esos demonios nos confirman: el infierno está aquí y sus llamas, de muy diversa especie, nos consumen. Pudiendo estar en el cielo, hemos preferido el infierno.